«Escribir un libro es algo tan salvaje y te pone tanto cara a cara contigo mismo que a veces lo más interesante de la narración es el martirio que sufriste»

Sabina Urraca

Me enamoré, sin remedio y de un vistazo, de la cubierta de ‘Las niñas prodigio’, la primera novela de la escritora y periodista Sabina Urraca (San Sebastián, 1984), editada hace unos meses por Fulgencio Pimentel. En cuestión de días el lanzamiento del libro se convirtió en la sensación de mis redes; no se hablaba de otra cosa, así que me planté en la presentación el mes pasado en Swinton & Grant (Madrid). No sabía muy bien qué iba a encontrarme; preferí no investigar a fondo. Ya conocía a la autora por el asunto de BlaBlaCar y por el fanzine de viñetas desinhibidas, originales de su blog, que publicó en 2014: ‘Tus faltas de ortografía hacen llorar al niño Dios’. Deseaba con todas mis fuerzas que no fuese una presentación al uso, de esas soporíferas e incómodas en las que al final nadie hace preguntas, y tuve suerte porque efectivamente no lo fue: Sabina no presentó el libro ni habló de sí misma. Leyó unos fragmentos de la novela, acompañada de un chico que tocaba el piano y ponía melodía a su voz. Todo me pareció raro y fascinante, y pensándolo bien, un libro tan extraordinario no podía haber sido presentado de otro modo.

Ahora es cuando me alegro de haber abierto ‘Las niñas prodigio’ a ciegas, sin haber consultado ningún tipo de reseña previa. ¿Cuál sería el argumento? ¿Habría alguna muerte trágica? ¿Me haría reír? ¿Lograría superar la fobia —o la pereza, o el prejuicio— que me produce, a priori, agarrar novelas? Lo que nadie me había dicho es que con esta lectura corría el riesgo de encontrarse a mí misma, o al menos, reminiscencias de fragmentos de todas las yo que he ido dejando por el camino hasta llegar a lo que soy hoy. No hay sensación más indescriptible que la que producen esas páginas que te acorralan hasta que te hallas frente a una multitud de espejos que te devuelven tu reflejo y te dejan a solas con tus incertidumbres y tus rotos. Empecé la novela mientras me solazaba en una terraza (si aún no saben cuál es el libro del verano, o del año, no busquen más; creo que puede ser este); cuando me quise dar cuenta la lectura estaba bastante avanzada y yo ya no tenía modo de desengancharme. La toma de contacto con el lector —su capítulo inicial, ‘Parto’— es la definitiva. Cada vez más intrigados, y también esperando el siguiente giro, acabamos arrollados por el talento de Sabina, rendidos a él; y, por algún motivo, no queremos dejar la lectura ni queremos que se acabe este cuento alucinógeno, triste y un poco perturbador que fue escrito durante un periodo de retiro en un cortijo aislado, cerca de La Alpujarra. 

‘Las niñas prodigio’ es un debut espléndido, un magnífico ejercicio de autoficción, ese género que se sirve de la realidad vivida para tejer literariamente experiencias que basculan entre la ficción y los hechos.  Nadie bucea en los recuerdos, en las experiencias tragicómicas, tiernas y sórdidas como lo hace la protagonista de esta novela. Así, conocemos retazos de su infancia y adolescencia; sus experiencias sexuales diversas, lo rural y lo urbano fundiéndose en un cóctel que incluye vibraciones fantasmagóricas con reminiscencias de ‘Cuarto milenio’. Perros, personajes extraños y entrañables, borracheras y drogas, alienígenas y hasta Punky Brewster, el programa ‘Bravo bravísimo’ o Marisol desfilan por estas páginas, en una historia personal y un poco absurda —pero contundente como la vida misma— repartida por toda la geografía de la península. Y, por supuesto, Nadia Comaneci, que es, sin duda, la niña prodigio por excelencia.

Sabina, ¿qué es una niña prodigio?

Una niña prodigio es para mí un ser que vive intensamente todo lo que sucede a su alrededor, aunque por fuera no lo parezca, y por ello sufre muchísimo. Es también una condición indispensable de la niña prodigio el estar casi constantemente insatisfecha con todo, el no ser del todo feliz casi nunca. Pero su rasgo característico es, sobre todo, vivir mirando lo que hacen en la tele, en el cine, sobre los escenarios, otras niñas calificadas universalmente como prodigios. Tiene un afán de virtud y, si me apuras, casi de santidad, que no le va a dejar vivir tranquila jamás.

¿Cuánto de autoficción y cuánto de autobiografía hay en este libro? ¿Has creado un personaje que escribe por ti?

Sería absurdo ir repasando cada uno de los sucesos que se relatan en el libro, e ir diciendo qué sucedió realmente y qué no. Todo lo que se cuenta ha pasado dentro de mi cabeza, de alguna manera. Me parece muy acertada la imagen de crear un personaje para que escriba por una misma. Es cierto que la autoficción y la creación de un personaje que no es una misma —pero que al mismo tiempo sí que lo es— es a veces una especie biombo protector tras el que ocultarse y poder contar lo que más apetece contar.

En la charla TEDx que se celebrará en septiembre en Madrid hablarás sobre cómo acabar con las niñas prodigio. ¿Por qué?

Yo era esta clásica persona (me parece casi un cliché) que siempre iba a escribir un libro pero al final nunca lo escribía. Escribía otras cosas, pero eludía lo que de verdad me importaba. Y no lo hacía porque tenía esa presión de la virtud, del hacer algo redondo y perfecto. Esa presión venía de mí y de mi entorno (una larga lista de profesores, amigos, padres… esperando que escribiese algo un poco definitivo, palpable). La vida tuvo que ponerme en una situación extrema y yo misma me puse en una situación extrema para escribirlo. Y sin embargo, ahí seguía la presión. Hasta que me dije: «Ya basta. Voy a escribir basura, voy a vomitar». A eso lo he llamado «desembarazarse de la niña prodigio» o «asesinarla».

¿Crees que el resultado final de lo que el lector tiene en sus manos tiene que ver con haber sido escrito en un cortijo y no en un piso de Madrid?

Desde luego. Hay una parte muy importante del libro (el hilo conductor, la trama que va hilando todas las historias del pasado) que no existiría si lo hubiese escrito en la ciudad. El lugar donde lo escribí, un paraíso aislado y difícil, y toda la carga del pasado que había en él, fueron fundamentales para la escritura. Al principio sólo llevaba un diario de mi estancia allí, algo que veía como un libro aparte. Pero poco a poco, viendo cómo se iban sucediendo los acontecimientos, me pareció que lo más justo y enriquecedor era crear un entramado con la narración del pasado y la del presente. Además, siempre me han gustado las creaciones en las que se ven los hilos, los errores, el proceso de creación, tan torpe y sufriente como es. Me gusta cómo se muestra esto en libros como ‘El reino’ de Carrère o ‘Nada se opone a la noche’, de Delphine de Vigan. Como escritora, quiero saber los tormentos que han pasado los demás escritores. Escribir un libro es una cosa tan salvaje y te pone tanto cara a cara contigo mismo que hace que a veces lo más interesante sea la narración del martirio que sufriste, todas las cosas que viviste por el camino. Mucho más que el libro que pretendías escribir.

¿Puedes contarme un poco acerca del proceso de escritura, de las posibles dificultades que hayas encontrado?

La principal es esa de la que te hablaba antes: la presión de tener que escribir algo definitivo, total. Este es el obstáculo número uno, ese terror paralizante. Hay que relajarse y esperar poco de uno mismo, escribir desde la humildad más absoluta, para conseguir sacar algo en claro. Luego ya están las dificultades personales, las que va poniendo la vida, que no se van a detener porque estés escribiendo un libro. Hay que escribir a pesar de todo eso, seguir adelante como una apisonadora, porque nunca vas a tener la paz absoluta para hacerlo. Además, esa paz es igual a vacío. ¿Qué sentido tiene escribir desde la paz? Supongo que lo tendrá, pero yo ahora mismo creo que enriquece más el tormento.

Sabina Urraca

Hace poco hablabas en Facebook acerca de las veces que te preguntan por la cuestión de ser mujer y escritora. ¿Por qué no hemos superado esto?

Esto es algo que, mal que me pese, se está convirtiendo en mi principal fuente de frustración desde que salió el libro. Me sorprende cómo muchas entrevistas giran alrededor del hecho de ser mujer y escribir, como si no hubiese muchísimas otras cosas que preguntar del libro. Me entristece encontrarme con ese muro: ser mujer, escritora y nada más. Todo mi esfuerzo, mis ideas, mis referentes, mis dificultades e intenciones a la hora de escribir, quedan diluidos en el hecho de ser mujer y escribir, en si mi libro es feminista o si peca de falta de sororidad… y ahí queda todo. Lo curioso es que muchas de estas entrevistas me las han hecho mujeres. Lo único que se me ocurre como explicación a esto es que estamos atrapadas en un autoencasillamento atroz del que nosotras mismas somos víctimas.

La palabra mágica de internet: feminismo. Si han reseñado tu libro como feminista, ¿qué opinas de esta interpretación?

No han reseñado mi libro como feminista por el simple hecho de que no lo es. Si lo han hecho, ha sido de refilón, y supongo que porque intentaban encasillarme, meterme en un cajón concreto. Es un libro, cuenta historias. Las vidas y las historias que nos suceden en ellas no son feministas ni machistas. Ahora, por ejemplo, siento terror de que tomes la frase anterior y la pongas de titular. Me entristece que mi libro sólo valga periodísticamente hablando como excusa para sacar uno de los grandes temas que nos ocupan estos días. Es tremendamente peligroso que suceda esto. Es un reduccionismo salvaje que va en detrimento de cualquier creación. Decir que mi libro es feminista es una falta de respeto, tanto para mi libro como para el propio feminismo. Esto sí podría ir de titular. 

Volvemos a Facebook, red en la que eres muy activa. ¿Encuentras algún riesgo siendo tan accesible, estando a un clic de distancia de cualquier persona? ¿Tienes muchos haters?

Amo Facebook. Es una fuente de inspiración, desparrame y buenas historias. Pero es cierto que hay ciertos peligros en este tipo de exposición. Me he encontrado invirtiendo mucho tiempo en explicar cosas a personas que en realidad no querían entender nada. Aunque en realidad, mucho de este odio recibido en redes me ha servido para hacerme una idea de algunos mecanismos de defensa que tenemos todos y de muchos puntos débiles propios. Permite construir una idea más aproximada de cómo funcionan las cabezas de la gente, lo cual es muy bueno. Si eliminamos a todo el mundo que nos incomoda mínimamente, tendremos una porción de realidad absolutamente deformada, un mundo ideal en el que todo el mundo nos ama y aplauden cada cosa que hacemos. Así que las confrontaciones son algo que agradezco, porque estoy bastante asustada con la cultura de la complacencia en la que vivimos, en la que cualquier crítica es absolutamente imposible de encajar, una afrenta total, y sólo queremos corazones que refuercen nuestra autoestima. Siento que eso nos puede reblandecer hasta límites peligrosos. Aparte de esto, hay cosas preciosas que tienen lugar gracias a las redes sociales. Por ejemplo, hace poco una chica me escribió preguntándome por dos personajes que salen en el libro. Quería saber si eran reales, porque a ella le parecía que eran, sin duda, dos niños que había conocido una vez, hace un par de años, paseando por el valle de La Alpujarra. Le dije sus nombres reales, y sí, resultaron ser ellos. Me emocioné muchísimo y lloré un poco. Estos dos niños son muy especiales para mí, y fueron mis mejores amigos durante la escritura del libro. Me conmovió profundamente que alguien los hubiese reconocido, incluso con los nombres enmascarados, sólo por las cosas que hacían y decían en el capítulo.

Al igual que el poeta y periodista Sergio C. Fanjul, que le ha dedicado todo un poemario al freelance y a la precariedad, también has mencionado en alguna ocasión que la visibilidad no paga las facturas. ¿Qué deberíamos hacer, o qué debería cambiar, para que ciertos sectores profesionales dejáramos de sentirnos en la cuerda floja?

En el caso de escritores y periodistas, creo que tenemos que empezar a decir que no a trabajos insuficientemente remunerados, luchar por crear buenos contenidos culturales y olvidarnos un poco de esta cultura del contenido rápido, barato y de mala calidad.  Entiendo que esto es más fácil decirlo que hacerlo, pero es que aún está todo muy en pañales. ¿Qué disparate es ese de crear una revista si no puedes pagar a tus colaboradores? Es como si decido montar un bar porque me hace mucha ilusión, pero no puedo pagar a los proveedores. Si no tienes dinero, amigo, quizás no puedas montar una revista. Me resulta fascinante cómo este sencillo razonamiento no llega a las cabezas de la gente, y siguen aflorando por doquier revistas (incluso revistas muy de izquierdas, muy revolucionarias, con mucha solera) que no pueden pagar a los que trabajan en ellas. Si no pueden pagar por la calidad, no deberían tenerla.  

Sabina Urraca

Lo que haces en Facebook —contar tu cotidianidad en posts, compartir experiencias, anécdotas, reflexiones; combinar lo personal y lo creativo—, ¿podría ser un tipo de literatura millenial?

Supongo que más que una nueva corriente de literatura millenial, es el curso natural de las cosas. Nos pasamos la vida escribiendo mails y posts en redes. Es natural que nuestra escritura se vea afectada por ello. A mí todo este mundo de chats delirantes, comentarios a artículos, valoraciones de productos en Amazon, me resulta a veces mucho más satisfactorio que una novela. Veo verdadera poesía y una verdad irreproducible en la literatura más seria en ese tipo de lenguaje que usamos cuando estamos solos frente a un ordenador, aprovechando ese anonimato y esa soledad acompañada que nos ofrece internet.

¿Qué acogida ha tenido tu libro? ¿Se corresponde con las posibles expectativas que pudieras tener antes de la publicación?

No sé valorar exactamente qué es una buena acogida, pero para mí lo ha sido. Diariamente me llegan mails y mensajes de desconocidos transmitiéndome sus emociones con respecto al libro, su posible identificación con algunos detalles, sus capítulos favoritos… Y he visto a gente leyéndolo en el metro y en la calle, que ese es el shock definitivo. La primera vez que me sucedió iba en el metro y vi a un chico desconocido del andén enfrascado en mi libro. Pensé en hacerle una foto, pero después me dio mucha vergüenza. Inmediatamente después pensé en saludarle, aunque no me conociera. Pero mi vagón se alejaba y le fui perdiendo de vista mientras yo hacía aspavientos, dudando. El resto de pasajeros debió de pensar que estaba sufriendo unas extrañas convulsiones. Ese momento ya es muchísimo más de lo que esperaba. Aparte de la acogida de los lectores, ha surgido una propuesta de adaptación audiovisual de la novela, lo cual me llena de terror, incredulidad y expectación a partes más o menos iguales. 

¿Quiénes son tus referentes literarios o qué andas leyendo en este momento?

Tengo muchos referentes (aunque no creo que todas estas influencias se vean reflejadas en lo que escribo). En los últimos tiempos ando especialmente admirada con Lydia Davis. La releo constantemente. Me fascina especialmente cómo muestra sin miedo, casi con placer, esa visión despiadada que tiene de sí misma, su patetismo de ser terrenal, sus taras. En mis sueños aparece mucho Lydia Davis. Casi siempre discutimos y al final hacemos las paces de una forma tácita, sin hablar del enfado, y me despierto muy feliz. Últimamente también ando medio obsesionada con los relatos de Kjell Askildsen, un escritor noruego que escribe básicamente sobre la vejez. Cuando lo leo, me dan ganas de ser vieja y poder escribir adecuadamente sobre ser anciana, lo cual hace que me ilusione mucho el futuro. También son muy importantes para mí los relatos de Miranda July, algunos tebeos de Chester Brown, los cuentos de Katherine Mansfield, Jeffrey Eugenides, Valérie Mréjen, Charlotte Roche…

¿Volverás a dibujar?

Hace cuatro años que no dibujo, exactamente desde que hice ‘Tus faltas de ortografía hacen llorar al niño Dios’, que fue más una broma que se me fue un poco de las manos que otra cosa. A veces agarro un boli, hago un garabato y me siento liberada y feliz. Con dibujar no tengo la misma presión que con escribir. Mis padres siempre me dijeron que dibujaba mal, así que nunca fue algo en lo que brillar, y me relaja mucho hacerlo. Últimamente pensaba en sacar un pequeño fanzine con dibujos hechos rápido, sin pensar demasiado, e historias pequeñas.

He leído que preparas un libro nuevo. ¿Puedes darnos un adelanto?

Un día estaba con unos amigos comiendo en el césped del Retiro. Mi perra estaba en celo, y no dejaban de acercarse perros a intentar tirársela con sus pintalabios extendidos. Ella gemía y se les arrimaba, como entre cachonda y sufriente. Era un espectáculo realmente angustioso, viéndome contener ese instinto, alejando a los perros. Hubo un momento en el que, exasperada, dije «Dios mío, ¿cuándo se va a acabar esto del celo?». Y una amiga, una mujer bellísima, que estaba en ese momento tirada en la hierba con su largo pelo suelto, besándose con su amante, se pasó las manos por el cuerpo y dijo: «Sí, por favor… ¿Cuándo?». Esta animalidad en la que vivimos enjaulados es el que parece que va a ser el tema de mi nuevo libro. Aunque puede pasar de todo durante la escritura, claro está.

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