Para muchos que hoy sobrepasamos la treintena ciertos tebeos y cómics, incluso los suplementos infantiles periodísticos, han sido parte ineludible y característica de nuestra niñez. Antes de las tablets y del entretenimiento audiovisual, devorábamos todo lo que llegaba a nuestras manos sin cuestionarnos mucho su procedencia o carga política —el humor, lenguaje universal— y nuestros ojos crecieron con imágenes y colores que primaban sobre el resto: hemos vivido aventuras de la mano de Hergé, Uderzo, Jim Davis, Schulz, Bill Watterson, Quino… y así se engrosa una interminable lista.
Por supuesto, también tenemos nuestros propios referentes patrios, tan sui generis: Zipi y Zape, El Capitán Trueno, Agamenón o La familia Ulises, por ejemplo. Dice Carlos Areces en el prólogo de ‘Auge y caída de una historieta. La historia detrás de Bruguera‘ (Léeme Libros, 2016) que hacerse viejo consiste en que tus ídolos se mueren, tus canciones se olvidan y tus referencias las maneja menos gente: «Las nuevas generaciones todavía conocen a Mortadelo y Filemón, pero es imposible hablar de Sir Tim O’Theo, la Familia Cebolleta, Don Pío, Carioco, Petra». Aparte del genial dúo de agentes de la T.I.A. creado por Ibáñez, ¿nos acordamos de los mencionados personajes? Todos ellos fueron creados por autores ya fallecidos y que, sin embargo, se resisten a ser olvidados por quienes aún sienten una punzada al encontrar un ejemplar de ‘DDT’ o ‘Pulgarcito’. Si estás entre esas personas probablemente este sea tu libro, cuyo propósito es el de recordar nuestra historia a través de historietas: la memoria social y generacional del cómic español; y, sobre todo, analizar la aparición en el panorama editorial de un sello tan importante como Bruguera, que nació en la posguerra española de las cenizas de El Gato Negro.
¿Cuál fue el motivo de que todo un imperio editorial desapareciera en 1986? El responsable de este manual para nostálgicos que lo explica es Pablo Vicente (Madrid, 1988): un físico, escritor y editor que al rebuscar en sus recuerdos infantiles siempre se encuentra a sí mismo con un tebeo entre las manos, y que se ha convertido por derecho propio en un absoluto experto en la historia de la editorial catalana (y en Superlópez). Administrador del blog En todo el colodrillo, Vicente es un lector todoterreno de cómics, ha participado en podcasts como ‘Barrio canino‘ y ‘Campamento Krypton‘ y también ha tocado el mundo fanzine: sus propias historietas han sido publicadas en Ojo de pez, Andergarun o Rantifuso. En ‘Auge y caída de una historieta’, el resultado de dos años de documentación y escritura, analiza a lo largo de ocho capítulos el crecimiento de un gigante empresarial, presenta a los dibujantes más destacados vinculados a él y desgrana hasta la más trivial anécdota de sus entresijos; por ejemplo: el “timo” de Manuel Vázquez al entregar unas páginas encargadas, como recoge el tráiler de la biopic del dibujante dirigida por Óscar Aibar.
¿Cuál es el origen de ‘Auge y caída de una historieta’?
¡Una foto! Yo buscaba una foto en concreto, porque quería documentarme sobre una huelga de los trabajadores en Bruguera [en los años 80]. Me dije: «En la biblioteca [hemeroteca] debe de haber más material». Lo que encontré me pareció interesantísimo y quise profundizar en ello, así que hice una serie de artículos para el blog. El final de la editorial tiene una trama que ni un culebrón: ¡la cantidad de personajes que entran y salen, todo lo que pasa! Te dices: «no sé si esto va hacia algún lado, pero quiero saber cómo acaba». Yo lo seguí de recorte en recorte, de artículo en artículo, sin saber qué desenlace tendría. A mi editor le gustó la idea de convertir todo esto en libro.
¿En qué se diferencia tu libro de todos los ya publicados sobre historia del cómic español?
Es especialmente bueno el trabajo de Antoni Guiral [autor que ya aparece reseñado en el libro], pero supongo que puede decirse que ‘Auge y caída de una historieta’ es único en su especie porque, aunque de Bruguera se ha hablado largo y tendido, sobre su cierre siempre se ha pasado de puntillas. No sé por qué.
¿Cuánto sabías de la editorial antes de empezar a documentarte para estos artículos que después se convirtieron en libro?
¡En realidad sabía bastante! [risas] Para que te hagas una idea, yo con 14 años o así entré por primera vez en un foro de tebeos y me parecía increíble todo, apasionante. Día a día, semana a semana, desde entonces, descubrí que no podía dejar de leer cómics. Lo que hice mientras me documentaba para darle forma al libro fue ampliar conocimientos… ¡sin dejar de divertirme, la verdad!
Uno de los puntos fuertes del libro es su tono sencillo, pedagógico. ¿Es difícil ese análisis desde la perspectiva histórica con este ánimo sintético, y tratando de que todo quede lo más clarificador y esquemático posible?
He intentado escribir lo más ordenadito y compacto posible sin demasiado problema pero, sobre todo, he tratado de que resulte ameno. El problema que me he encontrado con ciertos libros durante el proceso de documentación es que son buenos, ¡demasiado buenos! Casi enciclopédicos. Prefiero que quien se acerque al libro porque le interesa el tema se entretenga.
Hacia el final del libro encuentro cierto enfoque optimista: que Bruguera cerró —y con ese cierre, se concluía también una etapa— pero que no dejó de existir. Ahora estamos inmersos en otra etapa con otro contexto tecnológico; el cómic se entiende de otra manera.
Exacto: el final de Bruguera fue trágico, ¡tremendo! Pero, a pesar de ser una historia triste, contiene un mensaje alegre: la gente que trabajó tanto para que tú fueses feliz ahora está trabajando en otras cosas que pueden hacerte feliz igualmente. La gente que nos supera en edad suele tener una actitud muy reacia hacia los tebeos: «Los niños ya no saben qué son los tebeos; los niños no leen a Zipi y Zape»… Eso me da mucha rabia: hace falta entender que no puedes pretender que los niños de ahora disfruten con un Mortadelo del mismo modo que tú lo hiciste en su momento. La tecnología siempre va aparejada a toda manifestación cultural y, por eso, es cierto que los cómics ya no llaman tanto la atención. Ten en cuenta que hace medio siglo era más difícil, y caro, conseguirlos. Algunos se leían casi a escondidas de los padres o los maestros, o se prohibían. Quizá —eso sí— los cómics sí deberían plantearse de otro modo para llegar al gran público, del mismo modo que ciertos libros lo logran.
Muy a propósito: uno de los aspectos más interesantes de ‘Auge y caída de una historieta’ es que vemos que la censura en este país es una constante cronológica. ¿Cómo estamos actualmente con respecto a hace 70 años? ¿Qué ocurre ahora con la libertad de expresión y el humor gráfico?
Precisamente, no encontré ningún libro que hablase en general sobre este tema. Sí existen sobre censuras en bibliotecas, en periódicos, en televisión, cómics… pero sería interesante un libro que agrupase toda esa información. Creo que la libertad absoluta de expresión no existe, pero es que además este país es un país de gente que se queja, ¡por defecto y por todo! Tenemos la piel demasiado fina y sensible. Y sí, la censura sigue existiendo, aunque no haya un organismo especializado como en el franquismo. De hecho, yo mismo en alguna ocasión me he autocensurado. Todos lo hacemos.
¿Cómo crees sería Bruguera hoy día, si hubiera sobrevivido? ¿Seguiría siendo un referente en el mundo editorial especializado en cómics?
Hay quien teoriza sobre la posible salvación de Bruguera: que habría sobrevivido si hubiera dejado de publicar precisamente cómics. No estoy muy de acuerdo, porque las causas que la llevaron al cierre fueron muchas y complejas. He comentado algo sobre, por ejemplo, el caso de TBO para resaltar las diferencias entre Bruguera, que era más industrial —hoy comparable a Planeta o Penguin Random House—, y otras editoriales, que eran más familiares. Es imposible saber cómo sería Bruguera hoy, aunque con la producción tan masiva que tenía quizá hubiera sido otro gigante internacional.
Con la difusión pop que tenemos gracias a Internet, ¿crees que dentro de unos años alguien hablará de la generación del cómic online?
Sí. Me da rabia que el cómic en Internet sea masivo, en realidad. Facebook es una fuente inagotable de pequeños gags: no de esos cómics que puedes comprar en el quiosco, pero sí de viñetas que están evolucionando a memes. Estoy convencido de que se escribirá, pronto, un libro que cuente la historia de esa evolución.
¿Crees que el cómic está viviendo un buen momento actualmente?
Sí, estamos viviendo un momento de esplendor cultural, pero tiene su contrapartida. En la actualidad posiblemente se dibujen los mejores cómics que jamás se hayan publicado: el dibujo es genial, hay historias estupendas y con ediciones muy cuidadas, pero los autores no pueden vivir de ello. Antiguamente, quienes dibujaban podían hacer un trabajo que quizá no les gustaba: metidos en una oficina, con presiones y exigencias, a veces les tocaba hacer de negros…, pero podían vivir de ello. Ahora un dibujante puede hacer lo que quiera a nivel material y tecnológico, pero es muy complicado obtener beneficios. Dedicarse al cómic, hoy, en España, es arriesgado. Bueno, ¡y no sólo en España! Además, hay muy poco respeto por la figura del dibujante, se generaliza la idea de que cualquiera puede dibujar. Es una inversión tremenda de tiempo y nadie sabe qué beneficio obtendrá a cambio. Es una pena.
Tú mismo dibujas. ¿Quién crees que ha influido en tu estilo?
Me dicen mucho que, precisamente, ¡Bruguera! [risas]
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