«Intento que mi obra sea un pasaje a través del dibujo para descubrir cómo nada es lo que parece»

Françoise Vanneraud

Siento especial interés por el dibujo de Françoise Vanneraud. En su obra hay una búsqueda de las  posibilidades del dibujo a través de diferentes técnicas como el collage, dibujo a lápiz, dibujo sobre escayola, intervención de imágenes etc., además del diálogo con la escultura. Hay también una propuesta espacial novedosa y bien resuelta que no deja indiferente.

Su más reciente exposición en la galería Ponce+Robles abierta hasta el 11 de enero, ‘Una parte del murmullo del mundo se deslizó conmigo’, supone una vuelta al blanco y negro absoluto. Con una mise en place bella y sencilla va un paso más allá en la exploración de dibujos tridimensionales generando espacios híbridos que dan muchas tablas a sus metarrelatos a medio camino entre la fantasía, el deseo, la nostalgia, la distopía… 

Ahora que la artista regresa a su madre patria estoy convencida de que su obra se enriquecerá de nuevos territorios.

¿Qué te han aportado los estudios de Artes plásticas?

Estudiar Bellas Artes me enseñó ante todo madurez, aprendí a pensar, a razonar sobre la creación. Mirar bajo todos los ángulos una idea para encontrar la mejor manera de expresarla. Estudié en Francia, en la Escuela Nacional de Bellas Artes de Nantes. En esos cinco años pasamos mucho tiempo descubriendo lo que nos movía por dentro y por qué, argumentando sobre los proyectos que queríamos desarrollar o que habíamos ya realizado, participando en workshops con artistas internacionales, fue un periodo de reflexión e investigación increíble.

No aprendimos mucha técnica, no había tantas clases prácticas, sino más bien profesores dispuestos a ayudarnos con nuestros proyectos personales, enseñándonos las técnicas necesarias para llevar a cabo cada uno de nuestros trabajos. Era una educación muy individualizada. Era un lugar abierto, sin prejuicios, con gente de edades y experiencias profesionales muy diferentes. Aún en mi época no hacía falta tener la Selectividad para entrar en Bellas Artes, era un concurso, que unía filosofía, creación y un gran jurado, y el que entraba, entraba, sin que importara su trayectoria anterior.

Los profesores eran buenos artistas, con actualidad internacional, o eran críticos y comisarios activos, sabían realmente de que hablaban por vivirlo en su cotidiano de profesionales.

En tu trabajo es muy interesante la construcción de la memoria a partir de la vivencia. Es una memoria subjetiva, pero que se traslada a la obra como un tercer lugar, al que invitas al espectador a pasar y a tener su propia experiencia. Al final hay como una metaexperiencia de la memoria.

Siempre me ha interesado la memoria, por cómo se construye, pero también por su carácter real o no. Por ejemplo, la ruina es una memoria abierta que nos deja ver sin mostrarnos nada en «absoluto/del todo». Me apasiona este concepto que tiene la memoria de ver y ocultar al mismo tiempo. Una forma de hacer memoria, que es evidentemente un acto performativo, capaz de instaurar lo emocional y lo histórico, lo estadístico y lo físico. Buscar que los espectadores solo puedan entender esta suerte de archivo desde la óptica que Foucault retoma de Blanchot cuando dice que ya no existe la biblioteca y que, a partir de ahora, cada uno leerá a su aire. Foucault nos recuerda que ya no existe ese recogimiento y que hay tantos itinerarios o bibliotecas posibles como personas que quieran interrogar la historia o la tradición.

En mi trabajo el tiempo de recepción por parte del público es intencionadamente fragmentario, desdoblándose en diferentes hipótesis, temporalizando el espacio. Intento generar tensiones, dudas, una apariencia inacabada que incita el espectador a la exploración, al descubrimiento, a la escalada.

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‘Es preciso aprender a mirar el abismo sin la menor emoción’, 2018. La imagen es de IDC Studio ©

Tu interés por el paisaje parece evocar una pérdida que precede a ese trabajo de querer inmortalizar los recuerdos, con sus vericuetos, sus cargas de verdad y de invención, de idealización y de exceso de realidad.

Más que evocar una perdida hablaría de vacío, de esta atracción por el espacio intersticial. Cuando reflexionamos acerca de la memoria reflexionamos también sobre su opuesto, el olvido. Mi obra se construye justo en esta línea, en la precariedad del vacío, en lo real y lo imaginado, en el recuerdo y lo idealizado.

Si, justamente la memoria es la evocación de una pérdida como resistencia al olvido, para mí aunque la pérdida no es el motivo de tu obra, está ahí.

Es cierto que la pérdida no es el motivo principal de mi obra, pero siempre está aquí, a través del vacío que deja el blanco en la pared, en el dibujo, así como en lo que evoco: unos paisajes fracturados, fragmentados, que remiten también a nuestras vidas nómadas, estresadas, fragmentadas.

En esa puesta en escena del paisaje parece que el sujeto que mira está a la vez atrapado.

En estas obras, y particularmente en esta exposición, existe un proceso de interiorización, que permanece encriptado y oculto hasta que se desenrolla y se convierte en un mapa desde el cual perderse. Me gustaría que el espectador se vea obligado a emprender un viaje incierto, fronterizo. Que no le quepa otra cosa que caminar, que mapear el territorio propuesto, que unir lo artificial y lo natural. Es una puesta en escena que intenta conjugar una narrativa abierta a partir de mapas geológicos, dibujos de montañas, pequeñas piezas de escayola, elementos naturales, como la sal.

Asimismo, desde pequeña me resultó fascinante el funcionamiento de los dioramas, y más particularmente en los zoológicos, te llevaban del Sahara al Polo Norte en una sola mirada, eran un soporte para proyectar nuestro imaginario, invitaban durante un momento dado a creer a la autenticidad del artificio, haciéndonos parte de este paisaje. Es una cosa que tuve muy presente a la hora de dar forma a esta última exposición, crear de algún modo un diorama, que una dos paisajes improbables, ofreciendo a la vista una situación que no puede ser vista por razones temporales, y espaciales, pero que a la vez sea un paisaje mental en el que mucho de nosotros se puedan sentir identificados aunque no conozcan ni Bretaña, ni Atacama.

A su vez, existen muchos elementos que evocan muchas dicotomías relacionadas con el lugar, pues no siempre es bello y seguro.

Creo que mi trabajo se resume a una tensión, unos dibujos, que obturan de manera precisa lo que son y lo que no son, lo que apuntan y lo que silencian, entre el paisaje y el territorio. Todo mi trabajo vierte sobre eso, señalar el paisaje cuando lo que está dibujado es un territorio, y viceversa, mostrar el territorio cuando lo que se ve es el paisaje. Intento que la obra sea un pasaje a través del dibujo para descubrir como nada es lo que parece, ni paisaje, ni territorio sino una simbiosis que fluctúa entre lo social, lo político, y lo antropológico, y cuyo resultado en este caso es un desierto calcinado y fosilizado.

¿Puedes ahondar en esto?

Cada uno de mis proyecto se convierte en una nueva oportunidad para tratar de plantear algunas preguntas o hipótesis sobre el tiempo intersticial que conforma el viaje, el mismo que está marcado por la experiencia del viajero, sus recuerdos, su relación con el olvido, la duda o su noción de la realidad. Intento plantear la inhabitabilidad de partida, la incompatibilidad del errante con su mundo o circunstancia, la inestabilidad de nuestra condición, pero también la apasionante invitación al viajero a volver y contar su historia, a abandonar su esencial extrañeza, creo que por eso mi obra se mueve entre lo social, lo político, y lo antropológico.

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‘Atacar con el pico el armazón del globo’, 2018. La imagen es de IDC Studio ©

El paisaje es a su vez una recreación de un lugar que está a medio camino entre la experiencia y el recuerdo tanto del lugar como de la vivencia. Es un tercer paisaje que tú llamas «paisaje mental».

En mi trabajo intento crear una energía que emana de la colisión, del roce o de la conexión productiva de materiales, formas y disciplinas artísticas diferentes. También uso registros temporales diversos porque mi objetivo, no es representar el mundo sino recomponerlo. En otras palabras, se trata de proponer metáforas de lo que recordamos y conocemos como realidad, un paisaje mental hecho de una acumulación de recuerdos, experiencias, vivencias.

Así, los elementos que componen mis trabajos se deslizan y  se disgregan en una imagen del mundo atomizada, íntima y a la vez exteriorizada, manifiesta y al tiempo recóndita, una imagen subliminal del mundo.

¿Por qué trabajar con blanco y negro de una manera tan persistente?

El blanco y negro es como lo de ser dibujante, son meras excusas para empezar a hacer, porque de algún modo siempre hay que empezar.

Desde el principio me ha resultado más fácil pensar y expresarme con un rotulador y en blanco en negro.

Dibujar en negro da mucha importancia al vacío, a estos acontecimientos que podrían pasar, pero que por ahora están en reserva. La reserva es lo que guardamos para más tarde, en caso de…, y de allí todo puede surgir, o todo puede hundirse, remite a una tensión continua, que me interesa tanto en la forma como en el concepto de la obra.

Este blanco es el momento justo después de la detonación, pero antes del desastre, esta línea tan fina de cuando estamos suspendidos en el aire.

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‘Una fuerza superior se llevó el paisaje’, 2018. La imagen es de IDC Studio ©

La expansión del paisaje, es algo que vienes desarrollando desde hace un tiempo, y es muy interesante. Cuéntanos más de la pieza ‘Una fuerza superior de llevó el paisaje’ de tu exposición más reciente. 

Llevo varios años indagando sobre el territorio, el paisaje, bajo una reflexión sobre la tiniebla o, en definitiva, sobre lo que no se percibe, exactamente, con el ojo. Bajo las imágenes se ocultan otras verdades y, como recordaba Klee, las apariencias son la suma de hechos aislados, «nunca podremos conocer todas las formas, porque no son legión, sino abismo». Viajo entre la ocultación y el desvelo, indago sobre el poder de evocación de las imágenes y lo que está más allá de la realidad, sobre la ausencia y el espíritu, intento crear un lenguaje sustentado en metáforas y elipsis. Quiero pintar realidades encontradas con enigmas, desvelar los arcanos «desformalizándolos», construir en frecuente negación.  Intentar revelar el acceso a otra verdadera visión, en intensa escucha del murmullo del mundo.

¿Cómo ves el panorama artístico de Madrid?

Siempre me cuesta responder a esta pregunta, porque creo que el panorama artístico madrileño, no esta tan mal a pesar de todo lo que se oye.

Me parece un lugar abierto, con unos gestores accesibles y con ganas de hacer cosas nuevas y promover artistas aun no reconocidos a pesar de que el sistema, la administración no se lo permita siempre. Hay una cantidad de concursos públicos y privados increíbles, con condiciones muy interesantes.

Además, me parece que estos últimos años hubo una serie de propuestas realmente bien pensadas para ayudar a la creación joven y no tan joven, como el programa A de la Comunidad de Madrid, o las becas del Matadero para espacios de creación.

Obviamente, aún falta muchas cosas y probablemente las más importantes, como podría ser un estatuto estatal del artista (con medidas para suplir la precariedad que conlleva este trabajo), la creación de unas leyes de mecenazgo para incitar y no frenar a la compra de arte. Y como último y más importante, un compromiso político a largo plazo por una educación cultural de calidad, por un respeto y valoración de la labor del artista, por unas condiciones decentes para nuestro oficio.

¿Existen en el panorama contemporáneo otros dibujantes que te retroalimenten?

Sí, hay varios artistas practicando el dibujo que me inspiran continuamente y cada uno por diferentes razones, por ejemplo, Anne Marie Schneider por su dibujo intimo, diario, como si el trazo fuera una extensión de la mirada.

Raymond Pettibon, es para mi uno de los grandes, con un dibujo explícito, y funky, pinchado directamente en las paredes, y siempre expuesto en gran conjunto de manera que crea líneas narrativas diferentes en función de cada espectador.

Y como último quiero destacar a Amy Cutler por la imaginación y la crítica encubierta que realiza a través de sus dibujos. Sabe a la perfección como insertar dibujos mórbidos en escenas maravillosas de lo cotidiano.

¿Ser migrante ha tenido alguna influencia en tu obra?

 Ser migrante hace parte de mi ADN, y obviamente es una fuente inagotables de energía, y de influencias. Mi relación con el territorio remite muy a menudo sobre la migración, ya que en esta se condensa toda la red de significados ocultos con que todo territorio carga.

Personalmente ha sido una experiencia positiva sobre todo en mi trabajo, porque lo que intento trabajar en mis obras, este momento de vacío, es el que también se siente cuando de alguna manera no eres de ninguna parte pero de todas a la vez.

¿Cuál es el paso siguiente que te gustaría dar en tu carrera?

Poder, por fin, ejercer el papel de artista con una mínima estabilidad, condiciones económicas y laborales adecuadas, y sin prejuicios de género, de edad o de responsabilidad familiar…


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Artista licenciada, con máster y DEA. Pero no creáis que de eso va el arte; lo que cuenta es el aguante, el trabajo diario con ideas o sin ellas, con los oídos tapados para no oír a los que te creen loca, entre los gritos y juegos de tus hijos, —a veces incluso encima de tus obras—. Luego está la belleza, la inspiración, una actividad que relaja y todo eso que os han contado...

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