Conocí a Sara Arias, entre las páginas de un libro necesario, ‘Discípulas de Gea’, y ha sido un placer seguir descubriéndola en ‘Eco del grito. Mudo‘, una explosión de color y conciencia de Ediciones En Huida.
Graduada en Bellas Artes por la Universidad de Castilla-La Mancha, Pimpilipausa, su álter ego, es creación y movimiento. Mariposas que revolotean en tu interior de pies a cabeza, pellizquitos y cosquillas que te incitan a volar.
¿Quién es Sara y quién es Pimpilipausa?
Sara soy yo. [Risas]. Un torbellino que no sabe estar quieta. Con las ideas y las metas muy
claras. Una profesora con gran vocación que cree en la educación. Me encanta escuchar
a mis alumnas y alumnos y transmitirles todo lo que creo saber.
Pimpilipausa es Sara cuando llega al taller, cierra la puerta e intenta canalizar todo lo
sucedido durante el día mediante la creación. Todos los encuentros emocionales, todo el
dolor y toda la alegría vivida. Todo lo que quiere gritar.
En un precioso programa de radio que tuvo lugar durante la jornada histórica
del pasado 8 de marzo dijiste algo precioso: «La vida es poesía». ¿En qué sentido y cómo tienes esta certera revelación?
Claro que sí: ¡La vida es poesía!
La poesía es una expresión artística, ¿no? Es un medio de comunicación y estimulación muy, muy potente y además, es para todos los públicos. Mi vida es más o menos eso, una
expresión artística. Todo lo que nos rodea, y más ahora en la era de la tecnología y la publicidad a ritmos desenfrenados, son estímulos muy, muy potentes, y tenemos que estar
preparadas para recibirlos y gestionarlos. No se me ocurre mejor manera que hacerlo a
través del arte y la poesía. Hacer poesía con la vida y hacer vida con la poesía.
También hablaste de autocensura de las mujeres… ¿De qué manera
apoya el arte la tan necesaria lucha feminista?
El arte es una herramienta muy poderosa, mediante el cual podemos expresar nuestras inquietudes. Mi último trabajo saca a la luz todo lo que, de manera inconsciente, estaba escondiendo o guardando y no lo compartía con el público, algo muy raro en mí… Cuando me di cuenta de ello, reflexioné. Creo que muchas mujeres tendemos a eso, a guardar nuestros pensamientos, a comportarnos como señoritas, a no hablar más de lo necesario… Es algo horrible y ya es hora de ponerle fin y gritar juntas. Yo, en mi caso, lo haré mediante el arte, ya que es mi medio de comunicación más puro y sincero.
Muchas veces la creación surge del dolor, como si hubiera una necesidad de
transformarlo en belleza. ¿Concuerdas con esto?
No sé si transformarlo en belleza o simplemente reflejarlo. No creo que haya que maquillar el dolor. El dolor está y no hay que esconderlo, de hecho el dolor es necesario. El equilibrio es necesario.
Muchas de mis ilustraciones son lloros, gritos de dolor y desgarros. Y creo que estas ilustraciones son pura vida.
¿En qué se parecen la poesía y la ilustración?
Mi editor me dijo algo muy bonito: «Tus imágenes son poesía visual».
¿Quiénes son tus referentes?
Hay muchas y cada día más. Depende de las épocas pero quien me introdujo en el mundo de la ilustración y la narrativa visual fue Paula Bonet, sin duda alguna. Los desgarros y los gritos vienen de Clarice Lispector. Pero ya te digo, no dejo de empaparme, analizar, reflexionar y observar… La lista podría ser infinita.
Vamos ya con ‘Eco del grito. Mudo’. ¿Qué es para ti?
Es el eco de todo el silencio que he guardado durante mucho tiempo. Hasta hace muy poquito, mi medio de comunicación eran las ilustraciones. Siempre he escrito pero lo hacía como una terapia más íntima, sin compartirlo. El ‘Eco del Grito. Mudo’ fusiona las dos expresiones artísticas y me hace más libre. Es el equilibrio perfecto entre, como hablábamos antes, la alegría y el dolor; las ilustraciones y los textos, respectivamente.
Últimamente estoy empeñada en que hay libros que son mujeres y este es,
sin duda, uno de ellos. ¿Cómo fue el proceso de creación?
Estoy totalmente de acuerdo. Este libro es yo, tal cual.
El libro nace de mis entrañas, es muy visceral. El proceso fue muy lento y muy sentido, está todo muy mimado tanto por mi parte como por la parte de la editorial. Durante el
proceso he tenido muchos altibajos, sentía el vértigo continuamente porque me iba a desnudar y a mostrarme tal y como soy y, entonces, la gente lo tendría en sus casas o donde quisiesen y podrían hacer con el libro y, por lo tanto, conmigo, lo que quisiesen,
cuando quisiesen y cómo quisiesen. Por ello sentía un vértigo inmenso pero, a la vez,
unas ganas y una alegría tremenda de saltar al vacío y sentirme libre, al fin. Soy una
persona tan emocional que, a veces, esas emociones se apoderan de mí y me bloquean.
Hay algo en él que me encanta: «A veces soy mujer y a veces camaleón». ¿Qué te evoca?
Ese poema habla de la menstruación, es de los más significativos del libro. Pero en concreto ese verso refleja el sentimiento que percibo y sufro al tener que cambiar de “color” como un camaleón, dependiendo de la circunstancia, estado, día del mes o época
del año, solo por el hecho de haber nacido mujer. La sensación de tener que actuar, dejar
de ser mujer y ser una “señorita” que se tiene que adaptar al medio, por ejemplo.
Y hay otra cosa en él que me preocupa. ¿Vimos la revolución y huimos?
Es muy preocupante sí, a mi también me preocupa. Es agotador el estar siempre a pie de cañón y que te echen para atrás por la edad, sexo, no tener followers suficientes… Es una pena. Vamos para atrás y, de verdad, creo que estamos a un paso, pero estamos muy atontados y adormilados. Es más cómodo, supongo.
¿Cuáles son tus revoluciones?
Las que nos hacen reflexionar y pensar, las que nos estimulan y nos incitan a gritar y luchar.
La obra lleva ya varias semanas en las librerías. ¿Cuál es la respuesta que te
estás encontrando?
La respuesta es muy positiva, creo que sigo un poco en «shock» emocional. Estoy muy,
muy contenta y agradecida. La verdad es que no sé explicarme muy bien, aún no lo he
digerido.
Y, para terminar, pregunta obligada: Si tuvieras que elegir, ¿le escribirías un
poema o dibujarías a Bill Murray?
¿Un caligrama? [Risas] No, no, creo que lo dibujaría y, luego, le pintaría de mil colores.
La imágenes son de Inés Espinosa ©