Pensar que ya van 20, con sus más, sus menos, y sus muchos. Crecer, desde la adolescencia, con el deseo de una más. Su universo tan propio. Su luz. Su humor. Sus entrañas. El alma. Llorar al volver, una vez más, a la Penélope Cruz que canta por delante de Estrella Morente. Reír, porque que la ternura provoca risa también nos lo ha enseñado él, con los abuelos refunfuñando con Pepi, con Luci, con Bom, con todas esas chicas del montón. Planear convertirse en el mejor follador del mundo, actuando entre las sábanas siempre mejor de lo que lo haría Liberto Rabal. No es difícil. Dejar que Roberto Benigni le convirtiera en profesor de inglés. Y todos en beato. Gracias a la Virgen de Guadalupe, a la Virgen de La Cabeza, al Milagro del Sagrado Corazón de María, a San Judas Tadeo y a Jesús de Medinaceli. Y a su madre, por supuesto, una monja embarazada. Qué arte. My God. «Sé que para ustedes es un poco difícil entender esto, pero vengo de una cultura muy diferente». Y tanto. Tanto que la RAE no ha aceptado todavía el adjetivo almodovariano. El sexo. Conducir el taxi de ‘Mujeres al borde de un ataque de nervios’. Cenar el gazpacho de ‘Mujeres al borde de un ataque de nervios’. Hay días así. Las mujeres de Pedro. Los nombres de las mujeres de Pedro: Manuela, Pepa Marcos, Becky, Lena, Tina, Elena, Alicia, Huma Rojo, Sor Rata de Callejón… ¡Ah! Y Agrado. «Tetas, dos, porque no soy ningún monstruo. Setenta cada una, pero éstas las tengo ya súper amortizadas». Pensar cómo serían otras películas si las hubiera dirigido él y sonreír. Porque basta un solo plano. El silencio que es dolor. La conciencia social. La locura del genio. Las madres. Las hijas. Y hasta Carlos Boyero.
Anhelar el viernes. Llega Julieta. Vuelve Pedro. Almodóvar. Y punto.
Fotografía: Divine Decor ©