‘Lost In Translation’, 15 años después

Lost In Translation editorial

Scarlett Johansson, Charlotte, sostiene un paraguas transparente en el cartel de ‘Lost In Translation’ que luce en nuestra redacción. Y no es extraño. Sin esta película probablemente existiríamos, pero no nos llamaríamos así.

Bill Murray es genial, pero lo de Bob Harris es otra liga. Y eso que cuando comenzó esta historia de amor —la nuestra con la película de Sofia Coppola— la insolencia de la juventud no nos permitió entenderlo del todo. Tampoco hizo falta. Esa es la magia del cine.

Fue un viernes 13. De febrero. En 2004. Aquel día nos levantamos sin saber que nos iba a cambiar la vida, que lo que íbamos a ver sería mucho más que una película. Que se iba a convertir en la lágrima que jamás iba a secarse sobre una de nuestras mejillas. Emoción pura. Belleza. La piel erizada. Un sexto sentido. La soledad más extrema. El camino a casa. La vida. Joder. La vida.

En las miradas de Bob y Charlotte, en sus sonrisas, está contenido todo lo que somos, el dolor y el placer, las dudas y las certezas.

Él, ya se sabe, es un tipo de mediana edad probablemente aburrido. Demoledora es esa escena en la que el amor es un abismo del color de la moqueta. Ella es joven, está perdida y no sabe si tiene arreglo. Su cara cuando su marido y ella se encuentran con una famosa actriz lo dice absolutamente todo. La extrañeza que, a veces, nos provocan los otros seres humanos y toda la soledad que eso conlleva está justo ahí. En el otro lado, sus pies de puntillas en el final más bonito jamás rodado (con el permiso de ‘Cinema Paradiso’, por supuesto).

Porque todos queremos que nos encuentren. Y organizar una fuga de presos de este mundo que nos abruma con su inmensidad y nos ahoga con sus normas. Que también, de vez en cuando, nos da un respiro de belleza con películas como esta.

bluebird Comunicación
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