Una vez más Occidente no mira apenas los muertos que no son suyos. No interesan. No ocupan portadas. Ni minutos de informativos. Ni siquiera se merecen un parón en la programación de nuestras televisiones. Son de otros. Lejanos. No están en París ni en Londres ni en Nueva York.
Sucedió en Garissa (Kenia), como sucede casi a diario en Siria o en numerosas partes del mundo. Mientras en estos lares mirábamos procesiones, 150 personas eran asesinadas. Ni siquiera hubo espacio para un hashtag en Twitter que se convirtiera en eso que se llama Trending Topic y últimamente parece recoger el sentir, las preocupaciones o los desvelos de la sociedad occidental.
Pese a la magnitud de lo acontecido cuesta encontrar restos de la noticia en algunas páginas web de grandes medios españoles. Son días para otras cosas. No para Garissa ni para recoger las historias de cada uno de los asesinados. Pillan lejos. No interesan.
Es cruel decirlo pero es la eterna realidad. Garissa ni siquiera durará unos días en nuestro imaginario. Y se olvidará. Nadie hará carteles ni subirá fotos solidarizándose. Y si se hace durará semanas. O días. Ni siquiera llegará al mes. Porque no interesan. Nunca interesarán. Ya ni siquiera se mira hacia otro lado. Tampoco se tapan los ojos. Es que tampoco nos permiten enterarnos.
No somos Garissa porque no son nuestros muertos. Son de otros. Y no interesan.