Lo que ya no importa

importa

La conciencia social es frágil y parece no ir más allá del rato que dura un trending topic. Hace poco más de un año, en octubre de 2014, una ministra incompetente fue la responsable directa del asesinato de Excálibur. Hace unos meses, Aylan fue encontrado muerto en las playas turcas, después de que Canadá denegase el asilo político a su familia.

Excálibur y Aylan se convirtieron, a golpe de tuit, en símbolos de dos luchas muy diferentes: contra un gobierno inútil, contra un mundo inútil. Hoy parecen ser símbolos, únicamente, de la desmemoria.

Llegó un día en el que el ébola y los refugiados dejaron de importar. Como dejaron de importar las víctimas del terremoto de Haití, las del terremoto de Nepal, las del mal llamado conflicto árabe-israelí, las de los desahucios, las niñas secuestradas por Boko Haram, los animales víctimas del ser ¿humano?…

Vivimos en un mundo en el que sólo existe de lo que se habla y esa hoja de ruta la marcan, nos guste o no, los medios de comunicación masivos, que no se limitan a reflejar la opinión pública, sino que la crean. Son ellos los que deciden qué nos importa y qué debe dejarnos de importar y nosotros caemos en la trampa, como marionetas de papagayos que repiten lo que al poder establecido le interesa en cada momento.

No hay que irse muy lejos. Basta con mirar a Grecia. Antes y después de las elecciones griegas de enero, el país era el centro de todo. Los avisos del peligro de la izquierda radical y los ataques tras la victoria de esa caverna y casposa prensa mediática azuzada por la derecha y dirigida por esos dinosaurios que gobiernan la Unión Europea con mano de hierro eran constantes. Pero Grecia pasó por el aro y ya no interesa a casi nadie. Los griegos, en el redil nuevamente, no ocupan portadas ni minutos en los informativos.

Mientras tanto, aquí seguimos siendo muy ingenuos. Cada vez que el mundo se revoluciona, aunque sea desde Twitter, por un tema social, pensamos que será definitivo; que, por fin, se prenderá esa mecha que hará que todos tomemos conciencia de que para cambiar el mundo hay que empezar mirándose el ombligo y dejar de culpar (como hacemos, precisamente, aquí) a los políticos, a los medios de comunicación, al vecino de abajo… El cambio ha de empezar por uno mismo. Por no olvidar. Por no olvidarles. Y no quedarse ahí, sino vivir acorde a lo que consideramos un mundo más justo, aunque no sea trending topic.

La ilustración que acompaña a este artículo es de Facundo Mascaraque.

bluebird Comunicación
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