Una de las razones que esgrimen los taurinos para seguir torturando, o disfrutando de la tortura, es la del respeto. «Si no te gusta, no vayas». Nos haría muchísima gracia (de esta gracia que te producen, a veces, las cosas que te dan un poco de vergüenza ajena) si no fuera, del todo, despreciable. Respetamos cualquier cosa que quiera hacer una persona, adulta, libre, en pleno uso de sus facultades mentales. Pero no podemos respetar que esa persona ataque a un ser más débil que no ha elegido estar donde está. Un ser al que se le ha sacado de su hábitat, se le ha afeitado los cuernos, se le ha mantenido en la más terrible oscuridad y en ayunas… Un ser al que se le suelta en una plaza llena de gente (y decimos bien, gente, porque no nos atrevemos a llamarlos personas) dispuesta a disfrutar de una tortura programada a cámara lenta que acaba, irremediablemente, con su muerte.
Otra de las razones es la de la posible extinción del toro de lidia si no se celebrasen corridas de toros. ¡Ja! Aquí es donde nos imaginamos, hace muchos, muchos años, a un grupo de tipejos con traje de luces encerrados en un laboratorio lleno de probetas humeantes, exclamando «eureka» al dar con la clave de la creación de esta supuesta especie. Y es que, diciendo estas cosas, parecería que los toreros fueron antes que el toro. Y mira, no. Claro que no. Es obvio que el toro bravo ya existía antes de que comenzase esta “tradición” cruel y estúpida. Y es obvio que seguirá existiendo después, y mejor. Sin selecciones genéticas programadas, dejando que la naturaleza siga el curso en el que los ¿humanos? jamás deberíamos habernos metido.
Nos dicen que la tauromaquia morirá sola, que no le quedan más de 15 años. Y no nos sirve. Es como cuando el dictador muere en la cama sin pagar por la barbarie cometida. Debe ser el clamor popular el que le clave el estoque y la mate, en un ejercicio de dignidad, esta vez sí, humana.
Lo cierto es que desde el año 2007, las corridas de toros han descendido casi un 50% en nuestro país. Y desde que en 2010 se prohibieron los festejos taurinos en Cataluña, el apoyo de la población para abolir esta práctica cruel ha alcanzado el 73%. Como decía Ghandi, «la grandeza de una nación se mide por la forma en que trata a los animales».
Y en esta, desgraciadamente, todavía queda un buen puñado de primitivos que disfruta con el dolor ajeno. ¿Por qué? No lo sabemos, pero vemos ciertas señales que nos hacen imaginarlo. ¿Alguno se ha dado un paseo por foros protaurinos? Las faltas de ortografía asustan, la falta de cultura asusta. No se puede esperar otra cosa de quien prefiere tener en su casa cabezas de animales en lugar de estanterías repletas de libros. El fascismo se cura leyendo. Quizá el fervor taurino también.
A lo mejor ese es el antídoto que permitirá, además de salvar de una muerte cruel a animales inocentes, utilizar el dinero de las subvenciones que recibe la tauromaquia (unos 400.000 euros al año) para potenciar una cultura que nos engrandecerá, haciendo que nos acerquemos más a esa nación a la que se refería Gandhi. Ya se están viendo movimientos en este sentido, que celebramos. Villafranca de los Caballeros, por ejemplo, ha decidido este año destinar el dinero de los festejos taurinos a comprar libros de texto para los niños con dificultades económicas de la localidad. Así, quizá, sí.
Fotografía: Ekinez Sortu ©