Ellos nunca lo harían

ellos nunca lo harían

Taquicardia, temblores, falta de aire, náuseas, aturdimiento, pérdida de control de esfínteres, salivación, sensación de irrealidad…

Miedo.

Muerte.

El año 2017 comenzaba con la triste muerte de Nor, un setter inglés de tan solo diez meses, en un refugio por los petardos que celebran la Nochevieja. Un hecho que nos hizo recordar a Pancho, muerto de un infarto en la Nochebuena de 2015. «Su pequeño pero enorme corazón no resistió el terror de esta absurda tradición navideña», escribió entonces Rosa, su dueña, su familia, en un mensaje que se hizo viral y nos conmovió a todos.

Ni la muerte de Nor ni la de Pancho ni la de tantos otros han servido de mucho. Pese a que la mayoría de las ordenanzas municipales prohíben el uso de petardos y cohetes en la vía pública, se siguen utilizando impunemente.

Nuestras mascotas, nuestras familias, lo sufren. Encogidos, erizados, jadeando. Y es que, según un estudio realizado en 2016, durante una sesión de fuegos artificiales un perro puede sentir una oleada de adrenalina y un aumento significativo de cortisol, la hormona del estrés.

Tal y como recoge la Asociación de Veterinarios Abolicionistas de la Tauromaquia (AVATMA), Louise Thompson, una acreditada consultora en comportamiento animal, determina que el uso de pirotecnica cerca de animales es cruel e inhumano, «ya que produce un pánico ciego en algunos de ellos que puede conducir a lesiones graves, temores profundos, debilitantes o incluso la muerte».

Esto es así, en parte, porque los eventos no duran lo suficiente para que estos se acostumbren a las explosiones. Incluso los perros guía, que están bien entrenados y preparados para saber reaccionar adecuadamente ante todo tipo de estímulos, a veces quedan tan aterrorizados por las explosiones que sufren graves dificultades emocionales y son incapaces de ayudar a sus responsables.

Pero es mucho más. Es eso que no se puede explicar con palabras. Es cómo ves a tu perro mientras fuera caen “las bombas” (no hay que olvidar que ellos escuchan hasta cuatro veces más que nosotros. Para ellos no son petardos, son bombas), es cómo el miedo casi se puede coger con las manos. Es cómo temes que huya sin mirar atrás y nunca más regrese (hay casos de perros que han saltado por la ventana). Es la impotencia de no poder hacer absolutamente nada.

Si acaso reclamar medidas como las del pueblo italiano de Collechio, una de las primeras localidades que han puesto en marcha «fuegos artificiales silenciosos», con el objetivo de disfrutar de la pirotecnia sin provocar el pánico en nuestros mejores amigos.

Porque ellos nunca lo harían.

bluebird Comunicación
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