El Mediterráneo, otra fosa común

Alrededor de 1.650 personas han muerto en lo que va de año intentando llegar a Italia por el mar Mediterráneo. No conoceremos sus nombres ni veremos a las cámaras de televisión perseguir a sus familiares por los pasillos de los aeropuertos, ningún presidente de gobierno enviará un compungido pésame ni habrá llamada de condolencia de Barack Obama. Son sólo personas. Personas migrantes. Las mismas a las que se dispara en esa infame valla de Melilla.

Y es que el Gobierno español, con nuestro ínclito presidente, Mariano Rajoy, a la cabeza, se opuso a que la Unión Europea lanzase una operación de salvamento ante el «riesgo» de un “efecto llamada”. El riesgo es que estos malnacidos nos gobiernan, ese es el verdadero riesgo. ¿Qué se puede esperar de una panda de salvajes que dejan morir a miles de personas en el mar? Que son personas. Personas. Como tú y como yo. Y ellos, los gobernantes, los condenan a muerte. Personas que pretenden salvar su vida y salvaguardar su libertad, esa palabra con la que se les llena la boca cuando las víctimas son francesas, o alemanas, o españolas, o estadounidenses…

Sentimos vergüenza, indignación y miedo. Vergüenza de que la única libertad de circulación sea para las mercancías y los capitales. Indignación de ver cómo el Mediterráneo se está convirtiendo en un terrible cementerio. Y miedo de ellos, que provocan miedo a los que buscan un futuro, no mejor, sino un futuro. Miedo de su hipocresía.

Miedo de Europa que, con su política de cierre de fronteras, condena a los que huyen por salvar su vida a recurrir a las rutas migratorias de la muerte, convirtiendo al Mediterráneo en otra fosa común.

Fotografía: Mark Giuliucci ©

bluebird Comunicación
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