El machismo que no cesa

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“Rubén alé, Rubén alé, no es culpa tuya, es una puta, lo hiciste bien”.

Para quien todavía no conozca este hecho terrible acontecido el pasado fin de semana en el Benito Villamarín, el campo de fútbol del Betis, este cántico va dirigido a Rubén Castro, un jugador de fútbol para el que la Fiscalía ha solicitado dos años y un mes de cárcel por cuatro delitos de maltrato y un quinto delito de amenazas hacia su ex novia, «una puta», según parte de la afición del equipo sevillano.

Terrible, ¿verdad? Pues es curioso que el presidente del club, Juan Carlos Ollero, haya declarado públicamente que va a denunciar, por ejemplo, al cocinero Karlos Arguiñano precisamente por decir en su programa de televisión que es eso, «terrible». ¿Y Rubén Castro? Sigue jugando al fútbol, por supuesto, así que imaginamos que cuenta con el apoyo de la misma junta directiva que planea interponer una querella a quienes “se atrevan” a juzgar que la violencia machista es, cuanto menos, «terrible».

Todo esto está pasando hoy. Aquí. En España. Año 2015. Donde las mujeres seguimos siendo unas putas. Y es que “cuando la mujer es agredida por su marido, algo habrá hecho ella para provocarlo”. Con esta frase que intenta justificar la violencia contra las mujeres están de acuerdo casi el 30 por ciento de los jóvenes de entre 12 y 24 años. Esto es, al menos, lo que se desprende de los datos del informe ‘Jóvenes y género. El estado de la cuestión’, que el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud ha hecho público recientemente. El mismo porcentaje cree, además, que la violencia dentro de casa es un “asunto de familia” y que “no debe salir de ahí”.

Sí, el discurso machista entre la juventud está aumentando peligrosamente. Y no ayuda ni la reforma educativa del señor Wert ni la indiferencia del actual Gobierno, que sigue permitiendo que la brecha salarial entre hombres y mujeres continúe siendo una realidad, como se ha criticado esta semana en el Debate sobre el Estado de la Nación. La brecha salarial entre hombres y mujeres en España se sitúa en el 24 por ciento, la más alta de los últimos cinco años, según un estudio realizado por UGT. A mayor edad y menor sueldo, más desigual es la remuneración de una trabajadora respecto a la misma labor si es realizada por un hombre.

Así las cosas, no es de extrañar que los actos machistas se repitan constantemente en todas las facetas del día a día. Vivimos en una sociedad patriarcal donde el machismo es aceptado como algo natural, a veces sin ni siquiera darnos cuenta de ello. Hace unos días, por ejemplo, el Consejo General de Enfermería presentó el polémico ‘Informe Doulas’, alertando a las mujeres del “peligro” de las doulas. Porque sí, señores, las mujeres debemos seguir siendo alertadas cuando decidimos —libremente— cómo vivir nuestros embarazos y nuestros partos. (En realidad, las mujeres seguimos siendo alertadas cuando decidimos libremente. Da igual de qué faceta de la vida se trate). Y, mientras tanto, de la violencia obstrética nadie dice esta boca es mía.

Pero no hace falta entrar en los hospitales ni en los campos de fútbol ni en el mundo laboral. Vayamos al día a día. Vivimos en una sociedad en la que las mujeres tenemos que seguir escuchando eso de «¿y te ayuda en casa?». ¿Perdón? Vivimos en una sociedad en la que las niñas siguen jugando a las casitas y los niños a las carreras de coches. Vivimos en una sociedad en la que, muchas veces de manera inconsciente, la opinión de la mujer queda eclipsada por el hecho de ser mujer. Vivimos en una sociedad en la que todavía se pide a las mujeres que se protejan frente a las agresiones. Vivimos en una sociedad en la que se exige a las mujeres que sean bellas (a su manera utópica, claro), buenas profesionales, buenas madres y buenas esposas, mientras que ellos son, y basta. Vivimos en una sociedad en la que las mujeres seguimos siendo juzgadas por nuestra vida sexual, mientras ellos son aplaudidos por la suya. Podríamos seguir y seguir… Pero luego nos sorprendemos de lo que se canta en los campos de fútbol. No, amigos, no es una barbaridad puntual. Es una consecuencia de las barbaridades cotidianas.

La ilustración que acompaña a este artículo es de Facundo Mascaraque.

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