Vivimos en un mundo en el que se cometen crímenes de guerra en, al menos, 23 países.
Vivimos en un mundo en el que 36 países devuelven ilegalmente a personas refugiadas a otros países donde sus derechos —y sus vidas— corren peligro.
Vivimos en un mundo en el que en 22 países se matan personas por defender pacíficamente los derechos humanos.
Vivimos en un mundo en el que cada 10 de diciembre se celebra el Día de los Derechos Humanos, coincidiendo con la fecha en que la Asamblea General adoptó la Declaración Universal de Derechos Humanos, en 1948.
Hace aproximadamente 10 días tuvimos la fortuna de escuchar en primera persona el testimonio valiente y certero de una de las trabajadoras de la asociación Guada Acoge, que tiene como objetivos la formación, promoción, inserción y defensa de los derechos de las personas en riesgo de exclusión social, especialmente de las personas inmigrantes. Nos habló de las mujeres víctimas de la trata y de cómo está en nuestras manos, así de cerca, un planeta más justo. Recordó aquello que decía el maestro Galeano de que mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, pueden cambiar el mundo.
Precisamente, Eleanor Roosevelt, presidenta del comité de redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos aseguraba que estos empiezan «en pequeños lugares, cerca de casa; en lugares tan próximos y tan pequeños que no aparecen en ningún mapa. Si esos derechos no significan nada en estos lugares, tampoco significan nada en ninguna otra parte. Sin una acción ciudadana coordinada para defenderlos en nuestro entorno, nuestra voluntad de progreso en el resto del mundo será en vano».
Es esta la idea que ha tomado Amnistía Internacional: «Los pequeños actos individuales pueden contribuir a un cambio real cuando nos alzamos para defender los derechos humanos. Pero la solidaridad global es crucial si queremos protegernos mutuamente de unos gobiernos que representan rápidamente la disidencia como una amenaza para la seguridad nacional y el desarrollo económico».
Efectivamente, vivimos en un mundo inestable, repleto de incertidumbre. En el informe anual ‘La situación de los derechos humanos en el mundo’, Salil Shetty, secretario general de Amnistía Internacional, alerta de que la idea de dignidad e igualdad humanas, el concepto mismo de familia humana, ha sido objeto de intensa e implacable agresión en forma de discursos de culpa, miedo y búsqueda de chivos expiatorios, propagados por quienes quieren tomar el poder o aferrarse a él casi a cualquier precio. Para millones de personas, el mundo sigue siendo un lugar de sufrimiento y miedo implacable, en el que se cometen abusos contra los derechos humanos de múltiples maneras.
Por eso tenemos un deber, difícil, pero necesario: Reavivar el compromiso global con los valores básicos de los que depende la humanidad.
Y por eso, Amnistía Internacional pide a las personas de todo el mundo que «no permitan que la retórica del miedo, la acusación y el odio erosionen la visión de una sociedad abierta basada en la igualdad. Si cada uno de nosotros se pronuncia y actúa para proteger nuestros derechos humanos, juntos podemos cambiar de rumbo».
No. No podemos depender de los gobiernos para que protejan los derechos humanos; somos las personas quienes tenemos que actuar. «Tenemos que unirnos y resistirnos al desmantelamiento de unos derechos humanos arraigados. Debemos luchar contra el discurso engañoso de que tenemos que renunciar a nuestros derechos humanos a cambio de prosperidad y seguridad».