¿Por qué no podemos estar tristes?
¿Por qué no podemos llorar un desamor?
¿O a nuestros muertos?
¿Por qué no está permitido sufrir?
¿Por qué anestesiamos lo que sentimos con pastillas?
Las pastillas no curan, sólo duermen. Cura pasarlo, pero se nos ha olvidado cómo se hace.
Vivimos en un mundo extraño. El de la autoayuda, Mr. Wonderful y Paulo Coelho… Ninguno de ellos se los pone fácil a la tristeza, a la ira, al enfado.
No, señores, es imposible afrontarlo todo desde la sonrisa. Hay momentos y momentos. Y sentir rabia es natural. Lo que no lo es es medicalizar la tristeza desde el momento en que llegamos a este mundo.
Si el bebé llora es que tendrá fiebre. O un cólico. Es poner un pie aquí y escuchar «no llores». ¿Por qué no? Hay que llorar. Y gritar. Hay que soltar lo que sentimos para que no nos ahogue desde dentro.
Llora. Grita. Patalea.
Y, por favor, no trates a los enfermos que no quieren serlo como héroes.
Ya está bien de conmemorar, por ejemplo, el Día Mundial Contra el Cáncer de Mama hablando de sonrisas, de un mundo de color de rosa.
Hoy, aquí, queremos reivindicar el derecho de las enfermas de cáncer de mama a cagarse en la puta. El derecho de los enfermos a rendirse, a confesar que ya no pueden más. A que necesitan que les abracen, no abrazar. A reivindicar una sanidad pública de calidad. Una investigación que no les deje de lado. Una clase política que esté a la altura.
Reivindicamos el duelo, la incomprensión, el por qué a mí, o a él. Que ya habrá tiempo de dar gracias porque sucedió y toda esa mierda cuando el tiempo y la predisposición hagan lo que tienen que hacer.
Pero no se lo pongamos más difícil a quien está sufriendo dejándole caer que, además de todo, tiene que ser un superhéroe si no quiere serlo.
No tenemos que ser nada más que personas y estas, de momento, afortunadamente, también sufren. Y lloran.