La corrupción como espectáculo

La corrupción como espectáculo

«Mi vida eres tú y solamente tú, tratando de explicar»… Corría 1990 (¡qué pequeños éramos!) y España jaleaba la historia de amor de Cristina (Jeanette Rodríguez) y Luis Alfredo (Carlos Mata) en el primer gran fenómeno televisivo de nuestro país, que consiguió reunir a 18 millones de personas (¡ojo!) frente al televisor el día de su desenlace.

Tan importante fue esta telenovela, y las que vendrían después —’La Dama de Rosa’, ‘Topacio’, ‘Rubí’…—, que proliferaron los programas paralelos que se nutrían de estas desventuras latinoamericanas de amor. ¿Quién no recuerda, por ejemplo, a Doña Adelaida, encargada de comentar a diario el nuevo capítulo de la serie de turno?

¿No os recuerda todo esto a algo?

Han pasado 26 años y las cosas no han cambiado nada. Sólo que las telenovelas son ahora los escándalos de corrupción y Doña Adelaida es… Bueno… Hay muchas doñas adelaidas en los platós de televisión.

Es una realidad: la corrupción se ha convertido en el espectáculo más grande jamás contado.

Si antes nos echábamos las manos a la cabeza cuando un nuevo caso de prevaricación, cohecho, malversación (y todas esas palabras que hemos aprendido en los últimos años) salpicaba a los de siempre —es decir, al Partido Popular y al P¿SO?E—, ahora, especialmente desde la irrupción en escena de los papeles de Panamá, parece que esperamos los nuevos nombres como si fueran goles en un Madrid – Barça en la final de la copa de Europa. O como el desenlace de una telenovela. Da igual.

Parece, y sólo parece, que el tema ya no nos indigna, sino que nos divierte, y que en vez de comprar entradas para el cine o el teatro, nos quedamos en casa, frente a la pantalla del ordenador, con Twitter abierto, esperando nuevas filtraciones, que parecen llegar con un halo de luz, música de fondo, una coreografía y muchos, muchos aplausos.

«Señoras, señores, con todos ustedes… El nuevo corrupto, Bertín Osborne». Y el patio de butacas se viene arriba. Y nos sonreímos y nos damos codazos. Sí, exacto, como en el circo.

La ilustración que acompaña a este artículo es de Facundo Mascaraque.

bluebird Comunicación
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