Este editorial pretende ser este un homenaje al Chapecoense. Y también a todos esos héroes anónimos que disfrutan del fútbol. Al público. A la pasión. Al deporte. A eso de meter la pelota en una portería. A la magia del balón. A todo lo que no es el Clásico y millones de euros.
Con total seguridad, fuera de Brasil y de algunos entendidos y enamorados del fútbol, muy pocas personas habían oído hablar de estos chicos del Chapecoense. Siendo sinceros, nosotros tampoco. Ha tenido que pasar una tragedia inmensa para que conozcamos la gesta que habían hecho sobre el césped plantándose en la final de todo un trofeo continental como la Copa Sudamericana.
Pero el destino, cruel y funesto, quiso que la historia le recordara por algo terrible. Un fatal accidente. Sí, sabemos que el Chapecoense nunca hubiera protagonizado este editorial ni siquiera venciendo en la final al Nacional de Medellín, pero aquí estamos dedicando estas líneas a un equipo que ya forma parte de la leyenda negra del fútbol.
El fútbol no ha permanecido ajeno a las tragedias aéreas. Algunas forman parte del misticismo futbolero hasta límites insospechables. Es el caso de la tragedia de Superga que afectó en 1949 a un Torino mítico que estaba considerado como uno de los grandes equipos europeos del momento. O, nueve años después, el fatal accidente en Munich que afectó a un fantástico Manchester United y donde sobrevivió un jovencísimo Bobby Charlton.
Y, más recientemente, en 1987 un accidente costaría la vida a todos los integrantes del Alianza Lima peruano, mítica escuadra de aquel país; o en 1993 cuando falleció la totalidad de la selección de fútbol de Zambia en un viaje hasta Senegal. Todos ellos forman parte de ese olimpo del deporte que, por desgracia, existe marcado por las tragedias y las desgracias.
A esas listas lúgubres tenemos que unir desde esta semana al Chapecoense. El cielo futbolístico guarda siempre sitio para que este club y todas las víctimas de esta tragedia queden para siempre en la memoria de los aficionados.
Ahora llega el momento de narrar sus historias, conocer más gestas deportivas e imaginar lo que habría sucedido si ese aparato, que parecía condenado a protagonizar una oscura historia, hubiera aterrizado sin mayor problema que un retraso. Es el tiempo de reconstruir la historia, de las investigaciones y de ir gestando una serie de recuerdos que quedarán para siempre ligados al fútbol brasileño y, por la magnitud de la tragedia, también al deporte mundial.
Nosotros, que no conocíamos al Chapecoense, ahora nos consideramos un aficionado más. Quizás ese título póstumo que, probablemente, les sea concedido, nos haga imaginar a todos esos jugadores alzando al cielo esa Copa Sudamericana cuya final nunca se llegó a jugar.
Descansen en paz.
Fotografía: Urbanxart ©