Fue un 21 de septiembre, como hoy, pero de hace 64 años, cuando en Wilmette, Illinois, nació un bebé con el nombre de Williams James Murray, aunque hoy todos le conocemos y le rendimos pleitesía como Bill Murray. Ay, Bill Murray…
Hay momentos en la vida en la que nos gustaría ser ingleses para poder utilizar la palabra cool. Nos conformamos con guay. Sí, Bill Murray es el tío más guay del planeta. Sin discusión posible. No vamos a repetir sus grandes proezas: cantar con desconocidos en el karaoke, robar patatas fritas y decir eso “nadie va a creerte”, servir tequilas en un bar cualquier un día cualquiera, colarse en fiestas y fregar después de los platos o esa genialidad de preferir un buzón de voz a un agente para llevar su carrera cinematográfica como le dé la gana.
La lista continúa y es larga. Todos hemos escuchado sus historias una y otra vez y sabemos que son geniales. Pero es que, además, luego se pone delante de una cámara y es capaz de hacernos reír, llorar, estremecernos y hasta removernos los cimientos. Es imposible, por ejemplo, desprenderse de Bob Harris una vez que se ha cruzado en tu camino. Hay que estar muerto para no sentir, de verdad, cuando el tándem Anderson-Murray decide unirse para deleitarnos una vez más.
Y, mientras tanto, los antiabortistas se reúnen para exigir que otros decidan por ti, los políticos se suben al carro de las cloacas televisivas, los salvajes dan rienda suelta a su crueldad en Tordesillas… Pero siempre hay esperanza cuando la magia del cine no cesa cuando un The end aparece en la pantalla. Y Bill Murray es un mago, porque aunque no saque un conejo de la chistera, si acaso una marmota, sabe cómo hacer que recuperemos la fe en el ser humano siendo, simplemente, él mismo.
¡Feliz cumpleaños, Bill Murray!
La ilustración que acompaña a este artículo es de Facundo Mascaraque.