El despertador iba a sonar temprano, pero no hizo falta. La ilusión pudo al sueño aquel 25 de mayo de 2014.
Han pasado cinco años desde esa mañana en que nos dimos a luz con la intención de ser los más modernos, los de la barba más larga y el flequillo más recto. Era día de elecciones, casi como hoy, y titulamos ‘Nos gusta Bill Murray‘ nuestro primer editorial. Eso sí que fue una declaración de intenciones.
Desde entonces, toda una vida. Compartida con más de 100 personas que nos han hecho gozar escribiendo de todo y de nada; contando aquellas historias que, de otra manera, habrían pasado desapercibidas; reflexionando sobre lo más nimio y lo que creemos más profundo; hablando con creadores, con políticos y hasta con amigos del alma, las entrevistas más difíciles son estas. Nos hemos encontrado con que hay otra manera de mirar el mundo, hemos crecido, hemos cambiado, por dentro y por fuera, y hasta hemos salido en un libro dedicado al jefe.
Ay, el jefe. Qué habría sido de nosotros si no nos hubiéramos prendado de ese Bill Murray reconvertido en Bob Harris que mira incrédulo las luces infinitas de Tokio. Nunca lo sabremos —y es mejor así—.
Lo de hoy, justo cinco años después, es una despedida. Un adiós, de los de verdad. Uno de esos para los que no hay palabras, si acaso un susurro. El abrazo de dos desconocidos en medio de la soledad inmensa que supone estar rodeado de personas que sólo son gente. Y unos pies de puntillas.
Con ‘Lost in Translation’ nacimos y con ‘Lost in Translation’ morimos, con las palabras de Charlotte: «No volvamos aquí jamás, porque nunca será tan divertido».
La ilustración que acompaña a este artículo es de Facundo Mascaraque.
Una pena os leía de vez en cuando