8 de noviembre. El primer martes después del primer lunes de noviembre. Elecciones en Estados Unidos. Un tipo machista, xenófobo y homófobo —con un discurso que daría risa si no fuese porque da miedo—, entre otras cosas, pretende convertirse en presidente y hacer del mundo un lugar más feo (¡más todavía!).
Cuando México envía a su gente, no envía lo mejor, no los envía a ustedes. Están enviando gente con montones de problemas. Están trayendo drogas, están trayendo crimen, son violadores.
El tipo, por cierto, se llama Donald Trump, y se ha atrevido a declarar públicamente que los ciudadanos sirios son unos cobardes por no haberse quedado en su país «luchando para salvar Siria».
Si gano las elecciones, devolveré a los refugiados sirios a casa.
La victoria de este tipo en las elecciones presidenciales se ha situado como el 12º riesgo global en la clasificación que realiza cada mes el Economist Intelligence Unit, aunque lo dan como improbable.
Frente a él, una nada santa ni mártir Hillary Clinton, a la que, pensamos, ni siquiera le habría hecho falta dejarse la piel en la campaña electoral. O sí. Quién sabe. El mundo es feo porque la gente que lo habita también lo es.
Y allí está ella, a punto de hacer historia al convertirse en la primera mujer presidenta de Estados Unidos. No hay que olvidar que Hillary apoyó la guerra de Bush contra Irak, tiene vínculos nada claros con Wall Street y otros demasiado claros con Israel, los ciudadanos no le perdonan el asunto de los correos electrónicos, pero… Frente a ella tiene a Trump y eso se lo ha puesto muy fácil. O eso esperamos. Que de lo malo, lo mejor. Hace ya tiempo que en política, también en la internacional, aprendimos a resignarnos.
La ilustración que acompaña a este artículo es de Facundo Mascaraque.