Estáis acostumbrados a ganar. No sabéis lo que se siente. No lo pueden entender. Es muy fácil ser de ese equipo. No sois una gran afición. Solo os gusta ganar. No sabéis lo que es sufrir. ¿Y estas frases? Pues son comentarios que, a lo largo de los años, los madridistas hemos escuchado en boca de aficionados de otros equipos. El sentimiento blanco ha sido minusvalorado en numerosas ocasiones, tachándonos de alguna manera de no sentir los colores.
Y a un servidor, como madridista, eso siempre le ha hecho mucha gracia. Porque a un servidor, un tío suyo le hizo recitar de memoria las alineaciones de aquel Madrid de la Quinta del Buitre mientras me ponía cualquier camiseta blanca y le pintaba el 7 de Butragueño. Porque trataba de imitar las volteretas de Hugo y, años después, lloré al no entender qué había pasado en Tenerife.
Pasaron los años y llegó ella, la Séptima. Aquel gol de Mijatovic cambió la vida de los madridistas. Lo grité, lo bailé, lo lloré… Había visto cumplido mi sueño como aficionado al fútbol. Había visto a mi equipo, por fin, levantar una de esas Orejonas de las que tanto me habían hablado y que solo sabíamos que existían por el recuerdo que nos ofrecía el blanco y negro.
¡Ay! ¡En blanco y negro! Recuerdo perfectamente las risas en torno a aquellas Copas de Europa del Real Madrid. Uno presumía de ellas, pero quedaban tan lejos y los trofeos eran tan diferentes que… los queríamos en color. Pero llegó aquel gol de Pedja y todo cambió. Llegó el color a nuestras vidas y pude saber lo que se siente. Y pude entender lo que es amar unos colores y un escudo. Sí, los madridistas amamos a nuestro equipo. Y hasta el final.
Como decía, a lo largo de mi infancia, crecí con aquellas seis Copas de Europa. Pues bien, hoy, muchos años después, puedo contar que mis ojos han visto al Real Madrid ganar seis Copas de Europa. Seis. Seguro que todavía hay muchos que dudan de nuestros sentimientos, pero yo les puedo contar lo que es ser incapaz de ver un minuto de la final porque los nervios me pueden. O contar los minutos y suspirar aliviado al sentir que tu equipo, otra vez, ha tocado el cielo.
Seis Champions League que, sumadas a aquellas seis viejas Copas de Europa, hacen un total de doce. Nada más y nada menos. Parece que fue ayer cuando ganamos la Décima con aquel cabezazo eterno de Sergio Ramos que abrió el camino a una época de gloria. Y entonces pensé: ¿Cómo no te voy a querer si me has traído la Copa de Europa por décima vez? Dos años después fue la Undécima y ayer tocó la Duodécima. O la decimosegunda.
Y la Duodécima llegó avasallando a un equipo enorme como es la Juventus de Turín y sin dar nadie un duro por los de Zidane, el hombre del milagro. Pero este equipo está predestinado a esta competición y, sacando fuerza, fútbol y garra, fueron cayendo los goles y Cardiff se tiñó de blanco radiante. ¿Qué nadie había ganado este trofeo en formato Champions dos temporadas consecutivas? Pues solo podía hacerlo un equipo: el Real Madrid.
Pues sí, los madridistas tenemos sentimientos. Y es algo que se transmite, que se vive, que se siente. Tenemos valores y adoramos el fútbol. Sentimos el blanco, ese escudo con corona, lo que se vive en el Bernabéu y lo que supone la Cibeles. Porque eso forma parte de nuestras vidas y de nuestros sueños futbolísticos. Y lo hacemos hasta el final, porque es un equipo que forma parte de la historia del deporte de la pelota.
¿Por qué somos del Real Madrid? Porque forma parte de nuestras vidas.
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