El Barça salió al campo equipado para una avería. El señor que se encargó de anclar la red que defendió Ter Stegen en la primera parte aportó el martillo, recordándonos que el fútbol, por mucho glamour que atesore, sigue resumiendo las miserias de la vida. A mí, fijaros, me hizo pensar en las vacaciones que pasamos este verano en el País Vasco, cuando al llegar al camping nos acordamos que los colchones para dormir en la tienda de campaña no venían hinchados de serie. Qué risas a las once de la noche.
Fernando Torres hizo estallar los neumáticos traseros del equipo azulgrana antes que el coche catalán alcanzase los cincuenta kilómetros por hora. Por un momento, tuve la duda de si el dueño del bar nos había gastado una broma y había enchufado el At. Madrid-Barça de una temporada de antaño, cuando El Niño follaba cada noche. Pero Neymar se encargó de desmentirlo después que Messi, contándole a Mario Suárez que no le interesaba su oferta para pasarse a una nueva compañía telefónica, y Luis Suárez, en el único balón que no se atragantó en sus botas, acordasen destripar la defensa rojiblanca con delicadeza y maldad.
El árbitro, el ilustrísimo señor Gil Manzano, recibió una llamada de su tía abuela anunciándole que toda la familia estaba en el sofá viéndolo y que la televisión le estaba enfocando poco. Así que tuvo a menester anularle un gol a Neymar que hubiese sentenciado demasiado rápido la eliminatoria. Acto seguido, celoso de su jefe, uno de los linieres decidió darle un coscorrón con su banderín a Jordi Alba, que cayó desplomado al suelo como si en vez de un trozo de tela el objeto llevase incorporado los ochos volúmenes de la obra completa de Salvador Dalí.
Que no, chico, que la televisión no te enfoca bien. Pues ahí tenéis un penalti nacido de una falta más cercana al tenderete de los frankfurts del Calderón que del área de penalti. Entonces Mascherano empezó a deambular sin remedio por el campo mientras le soltaba una tarjeta de visita de un psicólogo argentino amigo suyo al árbitro. Por si sales con vida del estadio. Raúl García disparó a la pelota, antes de empezar a hacerlo con los jugadores azulgrana, y cantó diana.
Pero el conjunto de Luis Enrique aprovechó esos instantes para llevar el coche al mecánico de confianza con el objetivo que le cambiase el aceite, le abrillantase las llantas y le incorporase un alerón. Se oyó un rechinar de ruedas y cuando el ruido enmudeció el marcador mostraba un aterrador 2-3. Entre la confusión, se habían pasado por alto unas manos de Jordi Alba, que quizá el chico separó de su cuerpo para demostrar que no tenía nada que ver con el alboroto. Las sirenas empezaron a bramar en el Calderón y se vio a Miranda confundido preguntando si la pelota la había introducido en la portería contraria o en la suya. Al que se le vislumbró confortable con la situación fue a Neymar, que algunas fuentes dicen que lo vieron tomándose un gin-tonic en el área pequeña colchonera después de regatear a Oblak.
La mitad de los jugadores rojiblancos fueron a por Neymar cuando el árbitro decretó el descanso, y la otra mitad se lo pensó. Los aficionados locales, por su parte, empezaron a elucubrar con la posibilidad de devolver a los azulgranas el 5-4 de antaño en el Camp Nou con Pizzi como héroe. Se ilusionaron igual que lo hicieron cuando le soltaron a su mujer un sí quiero, se pidieron tres cervezas más para que el sueño fuese más realístico y la televisión anunció que uno de ellos, nombrado Gabi, había decidido que le apetecía más discutir sobre la filosofía de Kant con el colegiado y se había encontrado como respuesta un imperativo categórico que lo envió a la grada a comer palomitas. A partir de ahí, nada fue igual.
Cuenta la leyenda que hubo segunda parte. Pero la única prueba que lo demuestra son los tobillos de Neymar y el miedo de un linier que comprobó que Gil Manzano valoraba tanto su vida como que Messi desplazase un poco la pelota con el objetivo de perder tiempo. La ONU empezó a alertarse por lo que estaba sucediendo en el partido, no porque a un conjunto lo patrocinase Qatar y al otro Azerbaiyán, sino porque creyó que los jugadores azulgranas habían entrado en un campo de minas.
[…] Que no, chico, que la televisión no te enfoca bien. Pues ahí tenéis un penalti nacido de una falta más cercana al tenderete de los frankfurts del Calderón que del área de penalti. Entonces Mascherano empezó a deambular sin remedio por el campo mientras le soltaba una tarjeta de visita de un psicólogo argentino amigo suyo al árbitro. Por si sales con vida del estadio. Raúl García disparó a la pelota, antes de empezar a hacerlo con los jugadores azulgrana, y cantó diana (texto completo en Murray Magazine). […]