Sobre Brasil y lo ocurrido

Una madre, a preguntas de una periodista en el aeropuerto de Madrid Barajas, respondía decepcionada que sus hijos estuvieron confeccionando hasta altas horas de la madrugada una pancarta para recibir a los seleccionados. Las imágenes de televisión nos muestran a chavales pintándose la cara con ceras rojas y amarillas sobre rostros iluminados por la impaciencia. Nada les hacía imaginar que la última decepción de nuestros seleccionados estaba por llegar. Tras un esperpéntico mundial los nuestros elegían salir por la puerta de atrás e ignorar de la manera más triste y lamentable a unos cientos de aficionados, la mayoría jóvenes y niños, que estaban ahí por encima de resultados o clasificaciones. Querían ver a los suyos.

Sin duda, es difícil hacerlo peor.

La Selección Española acababa de cosechar uno de sus peores fracasos que conocemos, no ya en lo deportivo sino también en lo social, en lo personal, incluso en lo afectivo si queremos llamarlo así.

No existen esta vez disculpas o accidentes en que podamos depositar nuestras rabias porque no hubo arbitrajes donde quejarnos, mala fortuna en emparejamientos y/o al menos algún gol en la postrimería que nos sirviera de edulcorante a esta frustración amarga sobre la mala imagen cosechada.

Aunque para ser sinceros, si queremos serlo por supuesto, pocos creían en el éxito en esta ocasión. Más allá de los amiguísimos pedantes, muchas eran las señales, los gestos, las formas sobre cómo se estaban haciendo las cosas de cara a este Mundial. Aún así, la calidad de estos jugadores siempre nos dejaban un resquicio, un pequeño hálito de esperanza de que la calidad demostrada antaño por esta gente nos sorprendiera con una última victoria, un último éxito para un grupo que se ve, que se sabía estaba tocando a su fin.

Cuando Vicente del Bosque presentó la lista, a pocos nos sorprendía la exclusión de Álvaro Albeloa, jugador no muy del agrado del sector catalán de la Selección y que se vio fuera del grupo ante jugadores, según parecía, de mayor juventud como Azpilicueta o en atlético Juanfran. El seleccionador se saltaba esa máxima de hacer grupo o equipo que sí utilizaba con otros jugadores de muy dudosa elección como Reina, Villa o Torres y se dejaba llevar por grupos de presión dentro del combinado. Nuestro seleccionador pensó que el madridista no merecía ni una llamada para explicarle su exclusión.

Más allá de unos pocos sorprendidos por esta ausencia o por la de Gabi o Llorente que habían completado una magnífica temporada, el grueso de la opinión periodística se mostró de acuerdo con esta elección y nos limitamos a elogiar a este equipo «que tanto nos había dado, que había conseguido lo que nadie antes y que era la envidia por su juego en el mundo entero».

Poca crítica, pocos aires de renovación, mucho de pleitesía y ningún interés en darse cuenta que de aquellos éxitos había pasado ya hace algún tiempo, que básicamente este mismo equipo en la pasada Eurocopa ya mostró cierto agotamiento y que ya nada era igual como se pudo ver hace un año en la Copa Confederación. Preferimos seguir dando el mando de nuestra equipo a jugadores en franca decadencia como Xavi Hernández, cerca de cerrar su marcha a Qatar, o confiar nuestro ataque al futuro delantero del Melbourne australiano o del cuestionado Diego Costa. El hispano brasileño llegaba muy mermado físicamente, metido con calzador en un grupo que desconocía personal y deportivamente y obligado por una promesa tras su reciente nacionalización.

Hasta aquí todo loas a nuestro equipo y desagradecido el que dudara siquiera del diseño de la camiseta oficial. Todo era magnífico.

Tras media hora de campeonato y de lo esperanzador de su resultado se vio que este equipo llegaba muy lastrado físicamente. Una descarada selección holandesa dejaba al descubierto nuestras vergüenzas y evidenciaba que la confianza puesta mayoritariamente por nuestro seleccionador en el bloque azulgrana había sido un error de difícil solución. Aún habiendo tenido su peor temporada en muchos años, Vicente del Bosque siguió confiando en los mismos que tanto le habían dado. Craso error.

Lo de Chile fué más de lo mismo. Un grupo sin ganas ni ideas que era el primero en caer eliminado y preparar sus maletas de vuelta a España, cuando en el anterior campeonato, era el último en abandonarlo, cubierto de gloria y confeti.

Cinco días más de concentración para sacar lo peor de cada uno. Malos entrenamientos, enfrentamientos entre los jugadores y su seleccionador y una triste manera de poner fin a este equipo que no sólo tocó el éxito, sino que se estableció en la gloria durante muchos meses pero no supo ver su final. Empachada de éxito y elogio prefirió  «morir fiel a su estilo» como tristemente algún componente del grupo afirmó, antes que mirar un poquito más allá y ver de la necesaria renovación que todo grupo necesita y de lo difícil de su cometido cuando vives inmerso en la adulación, halago y permanente alabanza.

Seguro que esos niños que marchaban enfadados y decepcionados de la terminal del aeropuerto verán pronto otra Selección Española y seguro volverán a estar orgullosos de sus componentes si aprendemos de la crítica, huimos de la autocomplacencia y trabajamos sobre la exigencia.

bluebird Comunicación
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