Es oficial, y el jugador ya compareció en rueda de prensa para hablar sobre ello y sus sensaciones. Aunque todos lo dimos por hecho hace ya varios meses. Lo deja uno de los nuestros. Me cuesta imaginar que el porcentaje de aficionados al baloncesto que adora o por lo menos aplaude la carrera y la forma de jugar de este base canadiense esté por debajo del 90-95%. Su huella en este deporte, y más particularmente en la NBA, es profunda, porque nos hizo vivir muchas noches muy especiales dirigiendo en pista a un equipo, Phoenix Suns, que llamó mucho la atención de los seguidores de este deporte a nivel mundial.
Su carrera empezó ahí mismo, en Arizona, pero tras dos años cogiendo sus primeros minutos, el rumbo cambió. Le traspasaron y Dallas Mavericks fue su nueva casa. Tras dos temporadas con ciertos titubeos, al final en su tercera campaña en Texas empezó a convertirse en uno de los grandes bases de la liga, siendo uno de los mejores anotadores de su equipo y ascendiendo en el ranking de pasadores hasta donde correspondía a un jugador con su puesto y minutaje. Una vez dio el salto, su equipo lo dio con él. La franquicia llevaba ya una década sin play-offs y volvió con Nash a la batuta. La plantilla no estaba nada mal, todavía andaba por allí Michael Finley y ya estaba Dirk Nowitzki, por ejemplo.
El salto de calidad metió a los Mavs de lleno en la élite de la NBA, algo que supieron mantener pese a la marcha de Steve Nash en 2004. Aunque el único anillo de la franquicia de Mark Cuban no llegó hasta 2011, nadie en el American Airlines Arena de Dallas ha olvidado el paso del canadiense por allí.
Su cambio de aires en 2004 fue una auténtica ofensiva de los Suns. En ese verano, Nash se convertía en agente libre, y la lógica decía que seguiría jugando en Dallas. Nada hacía presagiar un cambio de aires, visto que el equipo se acercaba cada vez más a la gloria. Pero en Phoenix tenían claro que él debía ser el organizador de juego. El que lo tenía más claro era el entrenador, Mike D’Antoni, que llevaba dos años intentando que su equipo fuera una máquina de anotar. Le faltaba un facilitador, un base que fuera capaz de jugar muy rápido y pensar más deprisa de lo que jugaba. El propio técnico fue con representantes de la franquicia a Dallas para convencer al jugador, incluso Amare Stoudamire formó parte de la comitiva. Y lo lograron.
Con Nash, D’Antoni vio hecho realidad su objetivo. Su obsesión era demostrar que se podía ganar un anillo sin preocuparse excesivamente de la defensa, simplemente con una explosión de talento ofensivo perfectamente organizada por un base superlativo. Y de veras que estuvo cerca de llevar a cabo esa ardua empresa.
Los efectos del fichaje fueron inmediatos y asombrosos. Phoenix se convirtió en el equipo con el juego más fascinante y vistoso y en el máximo anotador con diferencia de toda la NBA, anotando más de 110 puntos por partido. Si tenemos en cuenta que el segundo equipo en esa clasificación anotaba 103 (Sacramento Kings) y que las temporadas anteriores los Suns solían estar entorno a los 95, pues no cabe duda de que hubo un cambio enorme en la franquicia.
Nash era el director de orquesta del anterior equipo máximo anotador, los Mavericks, y en cuanto tomó el timón de los Suns los transformó y ayudó a un cambio en la mejor liga de baloncesto del mundo. En su última temporada en Dallas, sólo tres equipos (poco más del 10%) de la NBA alcanzaron los 100 puntos de media por partido. Esta temporada, son 15 (50%) los que alcanzan esos valores. Y esa dinámica arranca sobre todo con el equipo de Arizona, los Mavs y los Kings.
A la NBA le va mejor así. Es verdad que Phoenix no logró el ansiado anillo, sobre todo porque San Antonio Spurs se cruzó en su camino. Un equipo que era menos vistoso, que no es un gran mercado, pero que ha terminado por ser otro conjunto que practica un baloncesto celestial. No tanto por la velocidad, que era el santo y seña para Mike D’Antoni, pero sí por la circulación de balón, lo que también da como resultado un baloncesto ejecutado a alta velocidad y que deja más que conforme a los aficionados a este deporte. Y el cambio de estilo de los de Gregg Popovich se da precisamente cuando se enfrentaron a Phoenix. Los tejanos pasaron de ser un equipo un poco rancio a ser un equipo total, capaz de adaptarse a las circunstancias. Los Suns querían jugar a 110 puntos y en algunos partidos de play-offs los Spurs se pusieron a ello y también ganaban. A partir de ahí, el conjunto plateado ha ido tomando el testigo de equipo que mejor juega en la NBA.
Dallas Mavericks también es uno de los equipos que mejor juega, y eso viene siendo así sobre todo desde que Nash estuviera por allí. Queda patente que es necesario defender bien para ser campeón, y los Mavs lo lograron en 2011 con Rick Carlisle, un entrenador con una mentalidad más propia de la Conferencia Este, que permite menos alegrías e incide más en la capacidad defensiva de sus jugadores, pero que ha sabido cambiar un poco su chip en el Oeste y mantener la idea de juego alegre que vienen practicando durante todo este siglo.
El baloncesto alegre, veloz, está más instalado en el Oeste desde hace décadas. Ahora es fácil que esto se cumpla porque, desde los últimos tiempos de Michael Jordan en Chicago Bulls, es la conferencia más fuerte, sin duda. Y este año el desequilibrio sigue siendo patente. Hay al menos 10 equipos en el Oeste con la suficiente calidad para jugar un baloncesto claramente ofensivo con ciertas posibilidades de éxito, o al menos con muchas opciones de hacer pasar un rato divertido a los espectadores. Es obvio que ese concepto, por sí solo, no es durable en una competición deportiva como la NBA. Se trata de ganar dinero, pero también de intentar ser competitivos y luchar por los títulos.
Podríamos pensar en el ejemplo de Sacramento Kings. Una franquicia acostumbrada al fracaso desde que su sede está en la capital de California (1985). Pero eso no puede durar para siempre. Y con Rick Adelman en el banquillo encontraron el momento justo, elevado a los altares con un quinteto que los aficionados pegados a la NBA no olvidarán con facilidad: Jason Williams (después Mike Bibby como base), Doug Christie, Peja Stojakovic, Chris Webber y Vlade Divac. El divertimento era total, pero llegó un momento en que eran tan buenos ofensivamente que empezaron a ser realmente competitivos. Sólo Los Angeles Lakers de Phil Jackson, Shaquille O’Neal y Kobe Bryant fueron capaces de evitar que el máximo esplendor de ese equipo diera como fruto un anillo de campeón. Tras la final de conferencia de 2002, el esplendor empezó a menguar y ahora llevan nueve temporadas seguidas sin oler play-offs. Eso no puede durar para siempre, pero siguen siendo un equipo atractivo de ver.
Podría seguir yéndome por las ramas hablando de equipos tradicionalmente locos del Oeste como Denver Nuggets o Golden State Warriors, auténticas máquinas obsesionadas de la anotación en varios momentos de su historia, pero la idea que queda es que Steve Nash estaba en la mitad correcta de la NBA (aunque su gran inspiración fue Isiah Thomas, base de Detroit Pistons en la era de los Bad Boys) y fue el generador de espectáculo por excelencia durante más de una década en la mejor liga del mundo. Un equipo que era puro show durante 60, 70 o incluso 80 veces entre octubre y mayo. Les faltó una cierta dosis de pragmatismo para rematar la faena. Muchos aficionados hubieran estado agradecidos y muy satisfechos viéndoles levantar un título, más allá de preferencias personales.
Su estilo de juego y su talento daba para hacer unas muy buenas marcas de victorias en liga regular, y eso le propició dos MVP a Nash, en 2005 y 2006, sus dos primeras temporadas con D’Antoni de entrenador. Es el único base de la historia que ha ganado este galardón más de una vez, junto a Magic Johnson (que lo ganó tres veces). Y lo ganó dos veces seguidas, siendo además canadiense. Fue el primer MVP no estadounidense de la historia (Tim Duncan nació en las Islas Vírgenes, pero ejerce como estadounidense) y sólo uno de los dos con esa condición en conseguirlo hasta la fecha (el otro es su buen amigo Nowitzki).
Estos últimos datos ponen muy de relieve que la importancia de Nash en la NBA es enorme, más allá de las percepciones personales sobre su manera de jugar, cómo dirigió a esos Suns y los giros que ha dado la NBA en estos últimos 11 años. Hasta en la Conferencia Este, tradicionalmente rocosa, donde se estima mucho más el sangre-sudor-y-lágrimas y donde las defensas siempre han prevalecido sobre los ataques, se advierte cierto contagio desde la conferencia contraria. Nada que deba preocupar a los puristas, por el momento, pero ahí está Atlanta Hawks enarbolando una bandera vigorosa.
Mucho deben agradecerle sus compañeros en los Suns. Su elevada anotación, propiciada por el estilo de juego de Nash, donde siempre había un jugador solo, y eso repercutía en incrementar el porcentaje de acierto en el tiro, les valió a algunos de ellos para firmar suculentos contratos posteriormente (cada uno en su escala), caso de Leandrinho Barbosa, Amare Stoudamire, Joe Johnson, Boris Diaw, Shawn Marion, Raja Bell y Quentin Richardson ( cada uno en su escala). Posteriormente, unos lo hicieron bien y otros no, pero su fama proviene, principalmente, de haber jugado junto a Nash en Arizona.
Lamentablemente, su legado no ha podido seguir creciendo en su última aventura. Los Angeles Lakers dispusieron una plantilla más que atractiva en la temporada 2012-13 para ir a por el anillo. Kobe Bryant y Pau Gasol acogieron a Nash y Dwight Howard pensando que ese potencial bastaría, pero pocas cosas salieron bien. Cambio de entrenador nada más empezar, y precisamente llegó D’Antoni al Staples Center, pero no fue capaz de arreglar nada, su fórmula de juego de Phoenix no podía funcionar con hombres tan grandes como Howard y Gasol y sin tener a Nash plenamente sano. Había tantos quilates en la plantilla que dio para llegar a play-offs, pero allí fueron devastados por los Spurs (4-0).
En su penúltima temporada, la pasada, las lesiones provocaron que su aparición en las canchas fuera testimonial. Ya era para temerse lo peor. Él insistía en seguir, le quedaba ésta presente campaña de contrato y quería cumplirlo, incluso diciendo que necesitaba el dinero (ha cobrado en los Lakers más de 27 millones de dólares por tres temporadas). Pero no ha podido ser.
Da un poco de pena tener que despedir así a uno de los grandes. Lo bonito sería haberle visto peleando unas últimas veces en la cancha, en su hábitat natural, aunque sea en un equipo sin opciones como los Lakers. Su último partido fue el 8 de abril de 2014, en España ya era madrugada del día 9 (mi cumpleaños, ¿No es bonito?), pero sus ganas de seguir han provocado que haya anunciado su retiro 50 semanas después, y muy agradecido a la afición angelina por el apoyo que ha brindado a un jugador que no ha podido defender la elástica oro y púrpura como le hubiera gustado.
Nos queda un legado maravilloso, prácticamente único, que debería ser enseñado a las futuras generaciones. Porque ganar es lo máximo, pero para dedicarse al baloncesto hay que divertirse también. Y si te diviertes y compites, aunque no ganes, seguro que ya te puedes ir a casa satisfecho.
Fotografía: Keith Allison ©