De nuevo en Primera División, el Real Betis Balompié vuelve del infierno que nunca tuvo que vivir. La afición vuelve a ilusionarse con su equipo tras un año de pesadilla. El siguiente artículo parecerá más bien una crónica negra que deportiva, pero creo necesario explicar por encima la historia reciente que ha vivido el Betis ahora que se celebra un nuevo ascenso. Alguien dijo que aquellos que no conocen su historia están condenados a repetirla, he ahí la inspiración que nutre este repaso que considero necesario expresar. Lo primero que se me viene a la cabeza es una reflexión acerca del último descenso y, ciertamente, tras la indignación que para los béticos supuso, creo que fue necesario. Quizás nadie se ha planteado más allá del hecho que un equipo tan importante como el Real Betis descienda de categoría teniendo una de las mayores masas sociales de España. Cierto es, nunca debería haber descendido a la categoría de plata, pero quizás fue necesario. Me explico, la incompetencia con mayúsculas se podría definir a partir de ahora como «directiva del Real Betis Temporada 2013/2014». En serio, es casi imposible igualar la pésima gestión que planeó y ejecutó aquella encabezada por Miguel Guillén y finiquitada por el presidente de cuyo nombre nadie nunca quiso acordarse.
A nivel deportivo la planificación fue nefasta, la ecuación «llévese diez al precio de uno» nunca salió bien en el club de las 13 barras. No hace falta que recuerde, y aún así lo haré, que la fabulosa campaña de Campeón de Copa del Rey y clasificación Champions League (2004/2005) se consiguió entre otros factores a: fichar poco pero de calidad contrastada, véanse Edu y Ricardo Oliveira, contratar a un técnico de sobrada capacidad deportiva y por supuesto que conozca bien la casa, véase Lorenzo Serra Ferrer. Sin embargo, al año siguiente pasamos a los Juamma, Miguel Ángel, Rivera, alias «er shequetito» como diría aquél, los Xisco, etc., etc. Pero volvamos a la temporada pasada.
El presidente Guillén se convierte oficialmente en lo que en jerga sevillana se conoce como el cuchara, es decir, ni pincha ni corta. Todo el poder quedó en manos del interventor judicial (porque sí, además el club está intervenido judicialmente), quien hizo y deshizo todo lo que se le antojó. Si bien es cierto que el presidente Guillén, había salvado dos temporadas antes a Pepe Mel de una destitución segura, tras una racha muy negativa, no pudo hacer lo mismo la temporada pasada, es más, no hizo nada por impedirlo. Ante el error garrafal cometido y la situación insostenible del club, el presidente decidió presentar su dimisión y dejar en el cargo a su vicepresidente Domínguez Platas, al que nadie conocía y dudo que lo hagan hoy. El caso es que a Miguel Bosch, interventor judicial, parece ser que estorbaba y bastante a un Pepe Mel que tenía el apoyo casi unánime de toda la afición bética, a pesar de que los resultados no estaban acompañando. El director deportivo era Stosic, cuya gestión quedará marcada por haber vendido a los canteranos emergentes que habían contribuido a clasificar al equipo la temporada anterior a puestos europeos, sin que ese dinero fuera debidamente reinvertido en jugadores de calidad contrastada. Por voluntad de la directiva y la dirección deportiva se rompió un consenso con el técnico que desde 2010 dirigía el equipo. Y para ello se retomó la formula del fichar mucho y gastar poco, desoyendo las advertencias del entrenador. Si bien, Pepe Mel tuvo mucha culpa por firmar una plantilla que no quería y aún así aceptó seguir dirigiendo al equipo, nadie podía esperar que las culpas y las consecuencias de la mala planificación deportiva recayeran en el técnico madrileño.
Efectivamente, la solución final fue cesar a Mel, algo que inició un cisma social irreversible en el club que provocaría una inestabilidad lo suficientemente grande como para repercutir en el plano deportivo. Los orígenes del cese los encontramos tras escuchar por primera vez en el Benito Villamarín los cánticos «Directiva dimisión». A muchos le entró el tembleque vista la rapidez del cese. La solución fue rechazada por unanimidad social, los béticos se agolpaban junto a la sala de prensa para expresar con cánticos su repulsa al acto tan injusto que se estaba cometiendo con un entrenador que, desde su llegada fue mucho más que un simple director de vestuario.
El resultado fue el que todos conocemos: de los 25 puntos obtenidos a lo largo de toda la campaña, 10 fueron gracias a Mel, la estrategia low cost de la directiva se vino abajo al tratar de salvar los muebles con derroches absurdos como pagar más de un millón de euros por la cesión de Leo Baptistao, y los generosos honorarios pagados a Juan Carlos Garrido, personaje que pasara a engrosar la larga lista de técnicos que sólo vinieron al Betis mirando su bolsillo, sin aportar un mínimo de compromiso. Luego llegaría la hora de abrir el baúl de los recuerdos y traer a una leyenda viva del Real Betis, Gabi Calderón. Nadie dijo que los futbolistas que dejaron huella en los terrenos de juego, hicieran lo mismo desde el banquillo, y más si la única experiencia viene dada por entrenar en Arabia Saudí. Aún así la ilusión no faltó, pero un desastroso planteamiento en la vuelta de la eliminatoria europea contra el Sevilla F.C., después de ganar en el Sánchez Pizjuán, fue la gota que colmó el vaso.
El Betis se paseaba por los campos de fútbol cual moribundo por la calle, la directiva, incluidos director deportivo e interventor judicial, huyeron en bloque. Era hora de una nueva directiva con un proyecto para devolver al Betis a la categoría que le corresponder por historia y masa social. Sin embargo, no todo el mundo aprende las lecciones de la vida al vuelo, hizo falta tocar fondo más todavía. La llegada de Alexis, otro mítico jugador del Betis de los noventa, como director deportivo, en teoría mano derecha de Lorenzo Serra Ferrer, no fue del todo mal vista, pero la contratación de Julio Velázquez, entrenador de 33 años cuyo éxito fue dejar al Real Murcia en la primera ronda de los playoffs a primera, pasará a la historia del club heliopolitano como otra de esas medallitas al mérito de la estupidez supina. No por juventud, sino por prepotencia y arrogancia, sin haber ganado nada, el «profesor» Velázquez llegó a Sevilla con la idea de aquel que se cree tocado por la mano de Dios para implantar en una ciudad como Sevilla, en un club como el Betis, un estilo que no casaba ni casará nunca con la afición. Los resultados no acompañaban, las sensaciones eran horrorosas, y si a todo ello le sumamos que en rueda de prensa, el profesor siempre trataba de hacernos ver lo ignorantes que todo somos a la hora de leer un partido, el resultado te daba que mientras el Real Betis era el noveno en la tabla y el equipo no jugaba a nada, el entrenador salía diciendo que nunca había visto al equipo jugar mejor. Fue en una nueva derrota humillante en casa contra el Alavés, cuando la guerra social volvió a estallar. La directiva se reunió para destituir al técnico, los rumores de la vuelta de Serra cogían peso, el denominado entorno, es decir, aquel que manejaba por detrás los hilos de la directiva post-Lopera, querían colocar al frente del timón al enemigo acérrimo del máximo accionista del club, es decir, a Serra Ferrer.
Es de justos ser agradecidos, la última directiva comandada por el famoso entorno quiso que su último acto de servicio tuviera por fin una repercusión positiva en el club. Lo tuvieron claro, la afición no había cesado desde diciembre de 2014, cuando cesaron a Pepe Mel, de corear su nombre en cada partido que se disputaba en el Villamarín. La directiva inició los contactos con Pepe Mel para, un año después, llamarlo para que arreglara el desaguisado tremendo que ellos mismos habían cometido. Mel lo tuvo claro, «mientras permanezcan en la dirección personas que me expusieron y cesaron, no vuelvo». La consecuencia fue otra de las grandes noticias para el club, la dimisión de los últimos resquicios de los responsables de la peor gestión del club en muchos años, incluso superando los despropósitos del máximo accionista, Manuel Ruiz de Lopera. Así pues, y a pesar de llenar el estadio en segunda domingo tras domingo, el ascenso cada día estaba más lejos, la paz social estaba absolutamente quebrada. Es por ello que se buscaba una persona que fuera de consenso para poder reconducir la situación crítica del equipo.
El nombre fue Juan Carlos Ollero, ex presidente del Club Baloncesto Sevilla, donde demostró ser capaz de gestionar con eficacia un club deportivo. Pero el Betis, sin lugar a dudas, supone un reto mucho mayor. Ollero se presentó con un mensaje claro y expresado con firmeza, algo que se echaba de menos. El nuevo interventor judicial Estepa contribuyó a su vez para evitar la intromisión del entorno que manipulaba ciertas cabezas de la anterior directiva bética. De esta manera, se cesó a Velázquez y se llamó del filial a Juan Merino, otro de esos jugadores que dejaron huella en el imaginario colectivo del bético. Merino fue llamado para que hiciera acto de servicio mientras se buscaba un entrenador con garantías de futuro. Vaya sí cumplió. Consiguió a base de casta, carácter y compromiso meter al equipo en vereda, mostró no tener tanto bagaje lingüístico en ruedas de prensa como su «emérito» sucesor, pero en el terreno de juego se empezaba a ver un equipo serio, los fallos de tanto tiempo no se podían corregir en dos sesiones de entrenamiento, pero lo cierto es que mientras Merino fue entrenador del Betis, el equipo ganó todos los partidos, cuatro de cuatro. Además hay que resaltar un detalle que se suele pasar por alto de la breve pero vital experiencia de Merino por el vestuario bético, que fue el hecho de volver a inculcar a los jugadores que la camiseta verdiblanca no la podía vestir cualquiera sin un precio, este fue el caso de jugadores como Casado o Matilla, que nunca más volvieron a jugar en el Benito Villamarín. Por fin un entrenador volvía a ejecutar la soberanía de la afición. Subidón de adrenalina perfecto para dar paso a la estabilidad y al inicio de un nuevo proyecto deportivo que estuviera a la altura del club. Fue cuando Pepe Mel aceptó volver al Betis un año después de su cese.
Como siempre se dice, después de la tempestad vino la calma, el equipo se reencontraba con la pieza fundamental de un proyecto que en su día volvía a ilusionar y que él sólo se autoinmoló por culpa de aquellos que lo dirigían. Pepe Mel volvía como un héroe. Pero una vez hechos todos los honores tocaba demostrar que haber coreado su nombre durante un año valía la pena. Mel fue consciente de ello, sabía que la responsabilidad social era enorme, como siempre más que un entrenador. Es por ello que retoma claves del pasado que le hicieron triunfar como inculcar el fútbol de toque y recuperar del ostracismo a Jorge Molina, jugador vital en los últimos cinco años junto a Rubén Castro que el «profesor» Velázquez apartó del equipo en otra de sus inspiraciones filosóficas que ningún analfabeto llegamos nunca a comprender. El equipo debía enfrentar su primer partido de la nueva era Mel en Alcorcón, donde pudimos ver un equipo tímido y muy conservador, nada que ver con el estilo que Pepe imprimió a su equipo de echarse al ataque. Pero el reto de no fallar a los aficionados pesaba mucho y, por supuesto, Mel había aprendido mucho en su año sabático. Efectivamente, los nuevos planteamientos de Mel trajeron consigo una reactivación del equipo a nivel de resultados y sobre todo de sensaciones positivas, hasta tal punto de ganar en casa del Sporting de Gijón y en casa de Las Palmas, que eran los equipos líderes. El Betis volvía a liderar la tabla hasta el día de hoy, campeones de segunda de nuevo, con buen juego y con una pareja de delanteros de leyenda, cinco años después la misma dupla y superando las cifras goleadoras de por entonces.
La afición del Betis celebra hoy lo que mañana no querrá celebrar más, un ascenso. Pero no sólo se celebra un mero ascenso, la liberación del sufrimiento, de la humillación máxima y por supuesto la renovación de la ilusión en el futuro pesan mucho en la alegría de los béticos hoy en día. Hay motivos, un presidente serio con un mensaje claro, la búsqueda de nuevos ingresos a la altura de la masa social del club (marca deportiva Adidas, a falta de confirmar, nuevo contrato televisivo, etc.), el entrenador deseado por casi todos, que además tiene peso importante en la planificación deportiva, así como el fichaje de un contrastado director deportivo a nivel europeo, Eduardo Macià. La conclusión de todo este repaso al annus horribilis verdiblanco es que sin llegar a tocar fondo, el club habría seguido manejado por los buitres que sólo miraban al Betis como trampolín a sus negocios particulares. Si el club no hubiese tocado fondo, el entorno, los fantasmas de Lopera y demás personajes de circo habrían seguido royendo las entrañas de un club centenario y grande de España. A veces es necesario caer para levantarse, el proyecto actual del Betis ilusiona y mucho, algo que no habría sido posible sin todo lo narrado anteriormente que tarde o temprano tenía que explotar. Lo cierto es que dicho proyecto está cargado de beticismo, puesto que contiene dos conceptos claves para entender la idiosincrasia de este club: el verde y el blanco. Blanco de paz y verde de esperanza, esperemos no tener que escribir más crónicas negras y poder ver correr ríos de tinta verdiblanca.
Fotografía: deniman ©