Es de madrugada y te encuentras caminando por el Paseo del Prado de Madrid. Vas despacio. Estás examinando el Whatsapp, llevas horas sin mirarlo y tienes cientos de mensajes sin leer. Mientras los ves, las imágenes se agolpan en tu mente. Hace un rato has asistido a una exhibición deslumbrante, algo poco común y que te ha dejado boquiabierto, pero ahora ya no paras de pensar en lo que ha pasado esa noche y en otras muchas noches de lo que va de siglo.
En realidad, hay algo en tu cabeza que te impide creer lo que ha pasado. No era posible que ocurriera, pero sí. Una de las Españas que mola, la de baloncesto, había derrotado a Francia en las semifinales del Eurobasket y Pau Gasol había subido algunos escalones más dentro de la historia de ese deporte y dentro de lo que es la historia del deporte español. 40 puntos, la cifra viene a menudo al pensamiento, porque sabes que no es lógica, no desde luego en los tiempos que corren.
Hoy en día, en el baloncesto europeo estas cosas no ocurren. A veces, un jugador puede tener un acierto superlativo y sobrepasar los 20 puntos, raramente llegar a los 30. 40 puntos de anotación en un partido es algo que pertenece casi a la prehistoria de este deporte en el Viejo Continente. Ya no estamos en los tiempos de Drazen Petrovic y Oscar Schmidt, en esos años 80 donde había artistas que podían ganar un partido sin una ayuda excesiva. La anotación por entonces era mucho más alta y era más común ver cosas así. En campeonatos de selecciones, Nikos Gallis fue el artista que más se aventuró en hacer añicos al rival metiendo 40 o más puntos. Y le dio para ganar el Eurobasket de 1987, celebrado en su casa, en Grecia, ante la URSS. Una de las hazañas más recordadas del baloncesto europeo.
Equiparar aquello con esta semifinal no sería justo. En 1987, la URSS tenía un equipo descomunal, y eso que no contaron con Arvydas Sabonis. Una máquina preparada para triturar a todo el que se pusiera delante. Yugoslavia era el único equipo con potencial para poder doblegarles, pero en su enfrentamiento en la fase de grupos no lo consiguieron.
En esta ocasión, España se medía al anfitrión con un equipo peor, pero no podemos hablar de que los franceses tuvieran un equipo tan superior al resto como aquella URSS de 1987. Pero sí se trataba de una prueba durísima, y Pau abrió el camino para resquebrajar la mentalidad de Francia. No era suficiente con eso. Los demás debían estar muy atentos, como poco ayudar en defensa. Desquiciaron a Tony Parker, y eso ya nos acercaba a su nivel. Si la brújula no enseña dónde está el norte, las cosas funcionan peor. España no podía igualarse por lo alto a su rival, sino por lo bajo. Había que empeorarles para que un Gasol desatado pudiera ser suficiente.
La defensa es clave para poder ganar un torneo como este, al menos en los tiempos que corren. España no logró defender bien en la primera fase ni tampoco en octavos de final. Ha tocado sufrir porque esta vez el ataque no era el mejor del campeonato, ni había mucha diferencia respecto a otros equipos. Cuando eso pasa, la defensa es fundamental, porque tu ataque es lo suficientemente bueno como para no atascarse a menudo, y si logras disminuir las capacidades del rival, tienes muchas posibilidades de ganar.
Ante Grecia, en cuartos, apareció la garra del equipo. Defensivamente no fue un partidazo, pero se notó un cambio muy a mejor que infundió esperanza. Por fin empezaron a recorrer el camino necesario para poder ganar el campeonato o al menos llegar a la final, el objetivo marcado para estar en los Juegos de Río sin pasar por un preolímpico. Contra los helenos apareció el músculo de Víctor Claver, Felipe Reyes se agrandó, Nikola Mirotic dio un paso adelante y Pau siguió a lo suyo, destrozando rivales.
El que escribe le daba a España cero posibilidades de acabar con los griegos. El nivel de los seis primeros partidos del campeonato no daba para superar a un equipo que cuenta con el imponente físico de Giannis Antetokounmpo, la calidad resolutiva de Vassilis Spanoulis ni los centímetros de su juego interior. Pero de repente el equipo recuperó sus señas de identidad y pudo.
El rival de semifinales era mucho más difícil. Pese a que a Francia le ha fallado, un verano más, Joakim Noah, los de Vincent Collet se presentaron en el Eurobasket con un equipo físicamente insuperable, con una capacidad para el rebote única en el torneo, siendo anfitriones, jugando en Lille ante 27.000 personas y con ganas de volver a atizar a España, a quien habían eliminado en semifinales del Eurobasket 2013 y en cuartos de final del Mundial 2014, en Madrid, en el torneo pensado por todos para ver una última final entre la mejor generación española de jugadores que ha habido y Estados Unidos, pero esta vez siendo el Palacio de Deportes una caldera que haría de sexto hombre.
La semifinal para España empezó nada más terminar el partido contra los griegos. Pau reunió a todos en la cancha y les gritó a sus compañeros que habían viajado a Francia para ganar a los franceses en su casa. La derrota de 2014 fue tremendamente dolorosa, no se contaba con que eso pudiera suceder. España tuvo una plácida primera fase, en la que machacaron a los franceses, por cierto, pero en cuartos el bloqueo fue total, desde el banquillo no llegaron soluciones, en el rebote nos pasaron por encima pese a tener a los dos Gasol y a Serge Ibaka. Se culminó un fracaso sonoro, y había que remediarlo.
Si Francia nos hubiera derrotado en Lille hubiéramos tenido que tirar de los tópicos, ellos eran mejores, con un físico muy superior al nuestro, además jugaban en casa… Pero los jugadores no tuvieron las excusas en la cabeza en ningún momento. A remolque mucho tiempo, pero confiando siempre en sus opciones de ganar si se hacían las cosas de una determinada manera. Desactivar a Parker y Nicolas Batum les bajó a la tierra, incluso al fango, y esta vez España se supo mover ahí con soltura. Nos hizo falta una prórroga aunque parecía que lo ganaríamos antes. Afortunadamente, jugamos ese tiempo extra, porque así tuvimos en pantalla otros cinco minutos más a Pau, que ahí terminó de derrotar a Rudy Gobert en el plano individual y a Francia en el plano colectivo.
El éxito ya estaba conseguido. Caminas por el Paseo del Prado y piensas que falta Serbia, pero piensas que la final da igual. Lo grandioso estaba hecho. Aparte de tener medalla y pasaporte a los Juegos asegurados, habíamos visto algo tan sensacional, tan atípico, que la final era un tema menor. Daban ganas de sustituir a la Cibeles o a Neptuno por una estatua de Pau.
Muchas imágenes en la cabeza. Aquel mate estratosférico que el de Sant Boi le hizo a Kevin Garnett siendo un novato en la NBA, sus lágrimas cuando sus compañeros le dedicaron el triunfo en la final del Mundial de 2006 (el único que hemos ganado), que él se perdió por lesión y donde su hermano Marc fue pieza clave para aplastar a Grecia, verle comerse a Dwight Howard hasta ganarle el anillo en 2009, la primera vez que un español era campeón de la NBA, el salto inicial del All Star 2015 entre los dos Gasol, e incluso los tiempos en los que él era prácticamente un imberbe, pero deslumbró a las órdenes de Aíto García-Reneses en el Barça. Todo eso mientras sigues leyendo mensajes en tu teléfono y contestas a los que te echan de menos porque no has escrito nada durante el partido.
Con Grecia piensas en cero posibilidades, pero ves algo distinto y ganan. Con Francia quieres pensar en que es posible, pero ves ese plantel y vuelves a decir que no, que es casi imposible. El cambio fue tener menos nervios. Al borde del infarto en cuartos, simplemente nervioso en semifinales. La final se podía vivir con tranquilidad. Lituania defendió a muerte y dio el campanazo: estaban en la final tras superar a los serbios, el equipo que parecía más inabarcable de todos, el más complicado de defender.
Y la final era sencilla. El camino era la defensa. Con defensa, era difícil ver un escenario en que los lituanos pudieran con un equipo que había recargado tanto su moral y que, de pronto, se había topado con otra oportunidad de agrandar la leyenda de una generación. Y así fue el partido. La defensa funcionó durante más de 30 minutos. Los pocos en que hubo desconcentración (e inspiración lituana), hubo partido. En los demás, no. Ni siquiera cuando el equipo de Sergio Scariolo se atascó, al comienzo del último cuarto. La ventaja en el marcador decrecía tan despacio que no hubo motivos de preocupación.
De repente España era campeona de Europa por tercera vez. Tres Eurobaskets de los últimos cuatro disputados. Esto supone alargar un poco más una época de éxitos que era impensable incluso después de un logro como el de la plata olímpica en Los Angeles 1984, mucho menos tras el Angolazo de Barcelona ’92 (los jóvenes quizá no lo sepan, pero Angola, en los Juegos que tuvimos en casa, nos ganó de 20 y eso provocó nuestra eliminación sin pasar a cuartos de final ni siquiera), el fracaso en el Mundial 1994 y otros sinsabores de los años 90. Ni siquiera cuando los ‘Juniors de Oro’ ganaron aquel Mundial de Lisboa en 1999 podíamos ser tan optimistas.
Lituania fue la primera rival en una final dentro de esta época tan exitosa. Fue en el Eurobasket 2003, disputado en Suecia. En aquella ocasión Pau volvió a dejar una actuación para el recuerdo, con 36 puntos y 12 rebotes, pero tocó derrota ante un equipo muy joven, con mucho descaro y dirigido por Sarunas Jasikevicius, que pasó por encima a casi todos en ese campeonato y España no fue menos.
Ahora en 2015 se han cambiado las tornas, pero no porque hayamos dado una exhibición ofensiva, sino porque cuando defendemos muy bien, nuestro rival se ahoga y no ve posibilidades de victoria. El equipo entrenado por Jonas Kazlauskas afrontó muy bien el partido, no tenían nada que perder, y no se vinieron abajo cuando la distancia crecía en el marcador. Cuando ya no había tiempo material para remontar, sí bajaron más los brazos, cuando vieron que la flojera española en el segundo cuarto fue algo circunstancial.
El palmarés de Pau Gasol ya es algo pesado de reproducir, se tarda mucho en describir su carrera profesional a través de sus premios individuales y colectivos. Aquí ha vuelto a ser el líder indiscutible del equipo, se ha llevado el trofeo de MVP del torneo y se ha colgado su tercer oro en un Eurobasket, un logro que comparte con Reyes, Rudy Fernández, Sergio Llull, Claver y Scariolo.
Tras la semifinal ante Francia, hubo varias voces que le señalaron como un deportista candidato a ser el mejor de la historia de España. Es lógico, el momento era tan caliente, era tan prodigiosa la gesta, que es normal que se ensalce más de la cuenta. No significa que esa afirmación no pueda ser cierta, pero establecer la comparación entre deportistas tan distintos como Pau y Rafa Nadal (u otros candidatos que puedan ser tenidos en cuenta, como Ángel Nieto, Miguel Indurain, Seve Ballesteros, etc…) resulta algo muy complicado de hacer. Lo mejor es disfrutar de ambos el tiempo que les quede como profesionales, que no parece ser mucho.
También hubo muchas voces que calificaban el partido como una gesta casi sin parangón, una hazaña que no tenía casi precedente. Aquí ya es un poco más fácil mojarse, porque se trata de comparar partidos de baloncesto entre ellos, y con algunos jugadores comunes, en este caso. Y es que no me cabe duda de que lo mejor que ha hecho nunca la selección española de baloncesto es jugarle de tú a tú, no una vez, sino en dos finales olímpicas consecutivas, a Estados Unidos. A esa Estados Unidos, además. Las mejores versiones que ha presentado la NBA, al margen del Dream Team de Barcelona ’92, son las enviadas a Pekín y Londres. Y allí España les obligó a jugar a su máximo nivel para poder colgarse el oro del cuello. Son dos de los mejores partidos de la historia de este deporte.
La semifinal de este año no anda muy lejos, es cierto. Se trata de un partido extenuante, equilibrado aunque casi todo el rato mandara el mismo equipo en el marcador, con un componente de lucha por la victoria fantástico, con un equipo inferior físicamente que decidió tirar de coraje para poder esconder sus deficiencias, como el nulo acierto en el tiro de tres, y que aún así, agarrados a defender al límite y a un superhéroe, se sobreponen, encauzan el partido, les meten un triple tremendo que manda el partido a la prórroga, pero ahí terminan de pinzar los nervios del rival y le ganan por ser mejores que ellos. Es para contarlo en el futuro, a las generaciones venideras. Pero las dos pasadas finales olímpicas son una explosión de talento tan grande, que han de quedar por encima.
Río de Janeiro 2016 será una nueva ocasión para disfrutar de ellos. Del talento de Sergio Rodríguez, del descaro y la locura ligeramente controlada de Llull, esperemos que de un sano y efectivo Rudy, de un Mirotic que estará más integrado en el grupo, probablemente del músculo de Claver, de un muy trabajador Pau Ribas, ojalá que vuelvan Marc, Calderón y Ricky, y con eso lanzar otra apuesta por el oro olímpico. Cada vez es más difícil, pero si físicamente llegan todos bien, ya han demostrado la calidad que tienen.
Pau tendrá 36 años cuando se encienda el pebetero en Brasil. Compromiso total, y una última oportunidad de estar en unos Juegos Olímpicos. Suficiente para que se anime. Serían sus cuartos Juegos, igual que Juan Antonio San Epifanio y Juan Carlos Navarro, los jugadores españoles de baloncesto que más veces han pisado una cita de ese calibre. Uno es el que más veces ha vestido la camiseta nacional, ya retirado, y otro es el tercero en esa misma clasificación, sucesor de Epi en la selección y en el Barça, aún en activo, pero parece que no volverá a jugar con España. El físico ya no da para grandes alegrías a otro miembro imprescindible de esta generación de oro que nos ha convertido en una de las potencias más grandes que ha dado este deporte nunca.
También serían los cuartos Juegos de Reyes. Su físico no va tan justo como el de Navarro, pero tampoco va sobrado de gasolina. Si consigue completar la temporada en el Real Madrid sin problemas, es posible que se suba al carro de nuevo, ya como última traca antes de dejar definitivamente el combinado nacional. Traerse una medalla de Brasil sería cerrar el círculo a lo grande.
Lo que está claro es que, dejen dudas, no estén al 100% o pierdan un partido contra alguien inferior, críticas, las justas. Si juegan mal, hay que decirlo, pero creo que sería injusto cebarse con jugadores que han dado tanto y que todavía siguen sumando éxitos, incluso cuando parece imposible que lo hagan. No confundamos lo que hacen estos chicos con el fútbol y todas las filias y fobias pasionales que levanta el deporte rey, esto es otra cosa, esto es BA-LON-CES-TO.
Me gusta, mucho. Que afortunados somos los que disfrutamos de este deporte en esta época. Pelos como escarpias!