Se pueden decir muchas cosas sobre Leo Messi. Se podía decir cuando todavía no había guiado con batuta firme a su albiceleste a la final de un mundial que estaba condenada a ganar Alemania que su año de azulgrana había sido irrisorio. Se podía decir que Martino no supo dar con la tecla ni con la ubicación ideal del rosarino, igual que se podía decir que fue el propio Messi el que no quiso acatar las órdenes de su técnico y compatriota durante su etapa en el Barcelona. Se pudieron decir y se dijeron, de hecho, muchas cosas del rendimiento irregular del delantero culé, y sin embargo pareciera que junto con Martino se hubieran largado del Camp Nou los fantasmas que rondaban el rendimiento de Leo. Se pueden decir muchas cosas sobre Leo Messi, pero que no es hombre de equipo no es una de ellas.
En el nuevo plantel azulgrana prima el colectivo de una forma que recuerda muy dulcemente al Barça mejor engranado de Guardiola. En un conjunto renovado, sin Cesc y con un Xavi relegado a la más pura utilidad rotatoria, el centro del campo de corte ofensivo se queda huérfano de hombres destinados puramente a tal fin. Con Busquets llamado a tomar la batuta del centro del campo para atrás y un Mascherano cada vez más defensivo, sólo Iniesta y Rakitic parecen poder ocupar con solvencia una posición destinada históricamente a los verdaderos repartidores de metralla de la plantilla.
Este dibujo incompleto obliga a Messi a adoptar una actitud diferente. Leo se ha dado cuenta del dorsal que viste en su zamarra, y es ahora mucho más ‘10’ de lo que ha sido nunca. Ahora busca ser el ‘10’ que fue Ronaldinho. Basándose en el retraso en su posición, que le permite ser mucho más participativo, el argentino está presente en prácticamente todos los goles que anota el equipo, si bien su bagaje goleador se ve por ello sacrificado, lo que no implica que renuncie – porque es Leo Messi, y nunca lo hará – a encarar la portería y buscar el último remate. Luis Enrique ha otorgado a su principal estrella un rol que, en consecuencia, hace mejores a los de arriba. Su nexo con Neymar es cada vez más sólido y letal, y desde su nueva parcela Leo es capaz de conectar con los de arriba de formas más diversas que cuando era él uno de los que debía recibir y sentenciar. Esta obligación a distribuir el juego ofensivo favorece el equilibrio en el centro del campo, que puede permitirse el lujo de evitar volcarse por completo al ataque, evitando descuidar así la defensa. No es casual la imbatibilidad del Barça en lo que llevamos de temporada. Leo Messi es sencillamente el mejor, porque con tan sólo retrasar ligeramente su posición es capaz de equilibrar al resto del plantel.
Luis Enrique tiene motivos para sonreír ante la reconversión de su nuevo ‘10’. Las piezas de su maquinaria encajan a la perfección y el equipo carbura, y todo ello sin haber incrustado aún al puro delantero centro del que la plantilla aún carece, que es Luis Suárez. Las apuestas de futuro están respondiendo con descaro y los jóvenes, que poco entienden de esta o aquella ubicación, sólo piensan en que la pelota toque la red por dentro. Mientras tanto, Leo vuelve a mirarse el ombligo con la intención de reivindicarse tras el batacazo mundialista. Se pueden decir muchas cosas sobre Leo Messi, pero que no es con diferencia el mejor del mundo no es una de ellas.
La imagen que acompaña a este artículo es de Christopher Johnson ©