Acaba el Giro y no es que no me haya enterado de nada en estas tres semanas, es que no me he querido enterar. Me entristece mi ausencia de interés, mi incapacidad para sentirme seducido por la carrera rosa.
Recuerdo con nostalgia esas tardes de alergia primaveral, posponiendo la hora de juego o estudio por ver a más de un centenar de (super)hombres pedaleando. Deseoso de escuchar a Jaime Ugarte narrar las proezas de la serpiente multicolor, a pesar de J.J. Santos y Kike Supermix. Esos Giros de Miguel Indurain contra la escuadra italiana: Chiapuchi, Bugno, Chiocholi o Pantani. Y contra el imperio ruso: Berzin, Tonkov o Ugrumov. Las volatas de Mario Cipollini: pura técnica, fuerza y velocidad, que yo intentaba imitar con mi BH azul por las calles de mi barrio. Excusando mi ineptitud en la actitud de la quiosquera, que siempre encontraba el modo de entrometerse en mi camino para que no pudiera progresar.
Echo de menos esas ascensiones al Mortirolo, donde los piratas abandonaban el barco para volar hasta la cima, pedaleando con el alma hacia la conquista del botín final. Donde un gigante de Villava ascendía con una mueca de felicidad, mientras otros muchos debían zigzaguear, entre un mar de lágrimas, para no caer y abandonar.
Añoro las reproducciones a escala que con sillas, cajas y un puñado de chapas preparaba por todos los rincones de mi casa. Y sí, allí siempre ganaba el mismo, pero ya tendré tiempo de hablar de Perico en MurrayMag.
Sí, extraño todo eso. Pero no hago nada por volver a encontrarlo. Quizás sea la edad, que me aleja de gloriosos pasados. O quizás ya no haya Gigantes, ni Piratas, ni Volatas que me hagan soñar en rosa. Quizás deba volver a pedalear con chapas o esprintar por las calles de mi ciudad. O si ya no hay Gigantes ni Piratas, ¿por qué no ponerme a buscar?
La foto es de Simon Carr ©