La importancia de la primera vez

¿Cuántas veces pensamos en este concepto a lo largo de la vida? Nuestros primeros pasos sin caernos, los recuerdos de los Reyes Magos, nuestros comienzos en el colegio, el primer beso, la primera cerveza, el primer trabajo…

Cada uno en su vida va dándole importancia a determinadas cosas, según su forma de ser y sus gustos personales. Seguro que hay un montón de gente que no le dio mucho valor a la primera vez que vio ‘El Imperio contraataca’ (nadie es perfecto) o que no sonrió cuando vio en pantalla al doctor Peter Venkman en ‘Cazafantasmas’ (sentido del humor oculto).

En este caso hablo de tenis, y del mejor tenista español que ha existido. Con las fechas que corren, principios de junio, resulta que acabamos de pasar el cumpleaños del artista, que se ha plantado en las 28 primaveras. Hace ya nueve años que él reinó por primera vez en su torneo preferido: Roland Garros.

Su relación con ese torneo es tan especial, que la pista central, la Philippe Chatrier, se puede considerar como el salón de su casa. Es su reino por antonomasia, y no será porque no ha logrado ganar hasta la saciedad otros torneos de tierra batida. Después de la victoria ante David Ferrer en cuartos de final, Rafa Nadal ha jugado 65 partidos en este torneo. Ha ganado 64. Tuvo que doler mucho aquella primera vez, en octavos de final en 2009, ante el sueco Robin Soderling. Una derrota que nos dejó estupefactos. No tuvo su mejor año el mallorquín, tenía problemas de rodilla y, desde aquella derrota, ya no volvería a ganar ningún título ese año. Nos enseñó que es humano y vencible, incluso sobre la superficie del polvo de ladrillo.

Pero volvamos a 2005. Era la primera vez que Rafa jugaba Roland Garros. Se le venía siguiendo la pista desde al menos un par de años antes. Era uno de los grandes talentos de futuro del mundo del tenis. Y muy precoz. En el tenis femenino sí es normal ver jugadoras que despuntan antes de cumplir los 20 años, pero en el circuito ATP el desarrollo y explosión suele verse por encima de esa edad. Pero Rafa venía pegando muy fuerte. A los 17 llegó a su primera final, en Auckland (Nueva Zelanda), a los 18 venció su primer torneo, en Sopot (Polonia) y en 2005 empezó a ganar torneos como si fuera todo un experto.

Tras ganar Costa do Sauipe y Acapulco, le dio un muy serio aviso a Roger Federer en la final de Miami, en la que el suizo hubo de remontar dos sets en contra. La expectación aumentaba. Ganó Montecarlo, Barcelona y Roma seguidos, descansó en Hamburgo y llegó a París avisando de que en tierra se estaba convirtiendo en un jugador casi imbatible. Y sobre él descansaban las esperanzas españolas para seguir acostumbrados a que sonara el himno en la Philippe Chatrier.

Después de vencer a Burgsmuller, Malisse, Gasquet, Grosjean y Ferrer cediendo un solo set, Nadal estaba en semifinales de un Grand Slam (obviamente, por primera vez). Y allí estaba, de nuevo, Roger Federer. El jugador de Basilea llevaba más de un año siendo el líder indiscutible del ranking y esta era la primera vez que iba en serio a por Roland Garros. Ya era el único grande que le faltaba (tenía dos Wimbledon, un Open de Australia y otro de Estados Unidos).

Pero se topó con un joven enérgico que ese mismo día cumplía 19 años. Y que además jugaba en su superficie preferida. Federer no tuvo opción, aunque al menos ganó un set (6-3, 4-6, 6-4 y 6-3). Probablemente, ese día el suizo se dio cuenta de que le costaría muchísimo ganar alguna vez ese torneo, y también que había un jugador dispuesto a discutirle su supremacía mundial sin tardar mucho tiempo.

El 5 de junio Rafa Nadal afrontaba un sueño. Seguro que no pensaba alcanzarlo tan pronto. Delante tenía a un argentino, Mariano Puerta, un muy sorprendente finalista. A sus 26 años, llevaba siete jugando torneos de Grand Slam y nunca alcanzó los octavos de final hasta entonces. Jugó dopado la final, aunque después se dictaminó que fue en una cantidad demasiado pequeña y accidentalmente, con lo que la sanción, inicialmente de ocho años, acabó siendo de dos. Después de aquel castigo, Puerta no volvió a jugar un grande.

En la final volvió a demostrar su espíritu combativo. Se le complicó el primer set, pero logró forzar el tie-break y ganarlo. Pero para espíritu combativo, el de Nadal. Se sobrepuso tan deprisa que pronto quedó claro que el segundo set sería suyo. Y el tercero fue un visto y no visto. Mientras Puerta emitía gritos provenientes de las mismas entrañas en cada golpe, Nadal no hacía ruido. Iba sobrado, no le costaba agacharse para responder los golpes difíciles, y los passings comenzaron a sucederse para desesperación de Puerta.

Sin embargo, el argentino no quería rendirse. Perdía dos sets a uno contra un chaval que parecía una pared. Melena al viento y cinta blanca sobre la frente, ese chico estaba demasiado cerca del objetivo. Pero Puerta había conseguido remontar esa misma desventaja en cuartos de final y semifinales ante dos fenomenales jugadores de tierra como Guillermo Cañas y Nikolay Davydenko. Nada le debía convencer de rendirse. Y no lo hizo.

A Nadal ya se le empezaba a hacer un poco largo el partido. Aunque físicamente siempre ha sido un portento, aquella era la primera vez que afrontaba partidos al mejor de cinco sets durante dos semanas enteras. Ya se estaba convirtiendo en una batalla épica.

Puerta lo tuvo muy cerca. Llegó a tener 5-4 y saque para ganar el set y forzar el quinto. Tuvo bola para lograrlo, con 40-30. Ese punto fue absolutamente épico, y se lo acabó llevando Nadal. Y ahí la gasolina de su rival dijo basta. De nuevo con el saque de Puerta, en su primera bola de partido, se llevó la final por 6-7 (6), 6-3, 6-1 y 7-5.

No era su primer título, pero sí fue uno de los primeros días que empezaron a forjar su leyenda, la del mejor jugador sobre tierra batida de toda la historia y uno de los mejores tenistas que se han visto jamás. Esa leyenda sigue forjándose, no ha concluido su recorrido. Nueve años después, son muy numerosos los logros, las batallas ganadas, y otras perdidas, en las que ha demostrado una talla tremenda, de gran campeón.

Este año en las pistas de Roland Garros ha habido una primera vez muy bonita, pero no de Rafa Nadal, sino de otro argentino, que responde al nombre de Facundo Bagnis. Nunca había jugado un partido de Grand Slam. Esta vez llegó al cuadro final y se midió al francés Julien Benneteau en primera ronda. No hace falta decir quién era el preferido de la grada.

Sin embargo, saltaba la sorpresa, porque Bagnis arrasó 6-1 y 6-2 a su rival en las dos primeras mangas. Respondió Benneteau y forzó el quinto set tras vencer 6-1 y 6-3. Partido muy extraño, porque llegaba al quinto parcial con apenas dos horas de juego. En el quinto set todo se igualó. Cada uno empezó a conservar con más autoridad su servicio, y los juegos transcurrían sin que nadie fuera capaz de resolver. La lógica, por un lado, decía que el veterano galo debía derrotar al inexperto rosarino, pero por otro es cierto que Benneteau no se suele encontrar muy cómodo en la tierra batida.

La quinta manga duró más que las cuatro anteriores, y tras casi cuatro horas y media, Bagnis lograba el triunfo, apuntándose el set definitivo por 18-16. Locura para él, hasta el punto de que le dejaron un móvil para hacer una llamada nada más concluir el partido. Y es que hay primeras veces que no hay más remedio que contar. Después, Bagnis perdió en segunda ronda contra Ernest Gulbis (que ha llegado a semifinales), pero como la primera vez imborrable no hay nada.

bluebird Comunicación
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