Lo que pasa es que el Atlético nunca deja de creer cuando otros dan por supuesto. Sueñan mientras el resto duerme, y así uno acaba llegando mucho más lejos. Porque el Atleti es como la vida, un constante ir y venir de hostias repartidas y recibidas, pero encajadas con coraje. El Atleti es un equipo enganchado sus fantasmas, encariñado de sus desgracias y que pasa la vida colgando de sus miedos. El Atleti se ha hecho amigo del monstruo de debajo de su cama, y ese es el legado que deja el que decidió que nunca más volverían a ser “el pupas”.
Una parte de mí disfrutó ayer de la victoria del Atleti, porque aunque el fútbol y el corazón suelen viajar de la mano, algunas veces encauzan caminos distintos. Porque el Atleti es divina comedia que a veces se viste de gala y remata faenas en traje de luces. Porque en el Calderón 90 minutos son más largos que en el Purgatorio. Y porque cuando el Atleti se viste de épica, la épica queda. Al Atleti no se le puede vencer apelando a la heróica, porque esa palabra la tienen reservada y registrada. Intentar doblegar lo irreductible es de ignorantes, y la ignorancia no implica inocencia.
El Atleti es la fe, y a una montaña como el Barcelona no la mueve sólo la fe. El Atleti es mucho más. Es otro tipo de fe, una inquebrantable. La fidelidad a una filosofía es un acto encomiable, pero este Barcelona no supo comprender que contra quien no entiende de lírica sólo sirven machetazos, y en ese terreno no se puede luchar contra el maestro. Es como intentar tallar el mármol a navajazos, como darse de bruces contra la realidad, empujados por un ansia de victoria insulsa de un Goliat que, reflejado en su David, invierte con él sus papeles. No existieron Messi, Neymar, Piqué, ni ninguno del resto de modelos publicitarios que pegan patadas a un balón en sus ratos libres, entre paseos por las redes y alfombras rojas, que dan por supuesto que su fulgurante caché les exime de bajar al barro a reventarse las ampollas contra quien ya ni siente sus pies encallecidos por el esfuerzo. Esa fue la ignorancia del Barça, y la ignorancia no implica inocencia.
El Barcelona no entiende que ni él ni el Atleti son el Real Madrid. A éste le bastan dos arreones, un par de rebotes, y ya pueden echarse a dormir. El Atleti no entiende de arreones, no entiende de siestas, porque los 90 minutos de los que se compone su locura son todos de Carga Banzai, y contra eso se puede aguantar solamente un rato. Luego sí, se puede ser un genio del arma blanca, se puede acosar, se puede asediar, pero al mármol nunca podrás moldearlo a navajazos, y el Barcelona sabe hacer cortes con la precisión de un cirujano, pero no entiende de martillazos ni arranques de pasión. La fidelidad a una filosofía es un acto encomiable, pero contra ciertas fuerzas brutas la lírica es poco más que un lienzo en blanco.
Y la culpa de todo esto es del Cholo. Simeone sacó a rastras al monstruo de debajo de la cama del Atleti, le miró a los ojos y le dijo «nunca más». Y desde entonces son amigos. Porque uno no se entiende sin el otro. Porque aunque el corazón y el fútbol viajan siempre de la mano, algunas veces encauzan caminos distintos, y el Atleti y sus fantasmas hace años que no viajan por caminos tormentosos. Intentar doblegar a quien maneja la pasión como su estilo de vida es como intentar talar un roble a puñetazos. Intentar doblegar al Atleti es de ignorantes, y la ignorancia no implica inocencia.
Fotografía: BruceW. ©