Irlanda renueva su contrato con la gloria en el Seis Naciones

De nuevo, el mundo del rugby se ha reunido para ver el torneo por excelencia. El más viejo de todos. Hace más de un siglo y cuarto que se disputa, y cada año deja detalles para disfrutar. Y este año más que la mayoría, porque se ha vivido una última jornada especial, intensa, muy emocionante.

Tres equipos llegaban con opciones reales al SuperSábado: Gales, Irlanda e Inglaterra. En ese orden jugaban, cada uno contra otro de los que no se jugaba nada más que el honor. El average decidiría el campeón. Y ese era el orden inverso de posibilidades, al menos antes de arrancar los partidos. Los del Dragón tenían una diferencia de +12, los del Trébol de +33 y los de la Rosa de +37. Pero los de Stuart Lancaster, pese a ser el único de los aspirantes que jugaba en casa, tenían el rival más incómodo.

La jornada comenzaba con la visita de Gales a Italia. Teniendo 25 puntos menos que ingleses y 21 menos que irlandeses, había que pensar en una sonora victoria en el Estadio Olímpico de Roma, lo más cercana posible a los 50 de ventaja para que sus opciones fueran reales. No parecía fácil, Italia debía intentar defender su dignidad como equipo. Y en la primera parte lo consiguió, no sólo por su seriedad y su voluntad de causar disgustos a los galeses, sino por la impaciencia de éstos mismos. Es como el tópico que se dice de un equipo de fútbol que busca una remontada: hay que meter el primer gol antes que el segundo o el tercero. En este caso hablamos de ensayos y no de goles, y no había remontada concreta que llevar a cabo, sólo había ganar por toda la diferencia posible.

Cuando al descanso los jugadores enfilaban el túnel de vestuarios y en el marcador lucía un 13-14 a favor de los visitantes, la cosa pintaba mal. Y encima habían perdido a Leigh Halfpenny por lesión. Pero en la reanudación el equipo de Warren Gatland estuvo más sereno, y todo les empezó a salir. La defensa italiana hizo el resto, y los ensayos empezaron a caer uno detrás de otro. Lástima que encajaran un ensayo en la última jugada que dejó el marcador en 20-61, pero el objetivo estaba cumplido y sus sueños podían convertirse en realidad.

Casi sin descanso había que irse a Murrayfield, Edinburgo, y ver de qué eran capaces los irlandeses. Campeones en 2014 y favoritos en muchas quinielas para vencer en 2015, su derrota en Gales en la penúltima jornada había abierto el torneo más de lo deseable. Por primera vez parecieron débiles, y esas sensaciones debían de borrarse. Tenían un objetivo claro, tangible: ganar por más de 20 puntos de diferencia para superar a Gales. A partir de ahí, sumar todos los puntos posibles por si había machada inglesa en Twickenham después. Y salieron muy bien, la resistencia de Escocia no era suficiente, aunque se acercaron hasta el 10-20 al descanso.

El partido, en ese final del primer tiempo, se estaba poniendo muy bonito. Los escoceses querían poner su orgullo sobre la mesa, pero tras el paso por vestuarios no les fue posible. La defensa irlandesa se adueñó del encuentro y eso acabó por traducirse en puntos. Jonathan Sexton no pudo concluir el partido, pero el objetivo se cumplió: 10-40, 30 de diferencia, Gales fuera y a esperar a que transcurriera la batalla entre las dos selecciones con más renombre del torneo y del rugby del hemisferio norte en general: Inglaterra-Francia.

Twickenham vestido de gala y con un número en la cabeza de todos: 26. Esa era la diferencia que necesitaba el XV de la Rosa para vencer el torneo. Difícil empresa, porque los franceses no estaban dispuestos a entregar el trofeo a sus rivales mientras les pasaban por encima. E inesperadamente, el partido fue un descontrol. Errores defensivos constantes, incluso crecientes, porque en la segunda parte aquello era un absoluto desorden, pero seguro que los aficionados disfrutaron. Lo único que pasaba es que dos equipos serios, cuya defensa es su seña de identidad en la actualidad, decidieron lanzar al aire los papeles que contenían el guión. Del control a la pasión, el marcador crecía.

Francia reaccionó rápido al ensayo inicial inglés y tomó la delantera por 7-15, pero los locales no podían permitirse un marcador de ese estilo, y corrigieron para irse al descanso 27-15. La segunda parte fue un alucine. Inglaterra corriendo sin parar en contra del reloj. Se acercaban al objetivo, y un ensayo francés les alejaba de nuevo. Llegó un momento en que las transformaciones francesas no pasaban entre palos, así que el protagonismo de George Ford, el apertura de la Rosa, crecía sin parar, porque no podía fallar nada.

Cuando la gesta empezaba a parecer imposible, Jack Nowell logró un nuevo ensayo, a cuatro minutos del final. 55-35, les faltaba sólo un ensayo transformado para poder tocar la gloria. Se fueron con todo arriba, incluso llegaron a formar un maul bárbaro, muy poblado, junto a la línea de marca. Con tanto empuje, acabaron cometiendo falta con el tiempo cumplido y, aunque Francia decidió jugar el balón y darle emoción, al final lo echaron fuera para dar por concluido el encuentro. Un partido histórico, épico y espectacular. Nunca Inglaterra le había metido más de 50 puntos a Francia en un partido. Pero la realización del torneo debía cambiar de lugar.

Los protagonistas estaban en Murrayfield. Trajeados, los jugadores irlandeses salieron al césped del estadio escocés para recibir una réplica del trofeo (el auténtico estaba en Londres). Paul O’Connell, el capitán del Trébol, recogía y alzaba la copa para gloria de los irlandeses, que seguro se dieron un buen festín, tanto los que estaban en su propio país como los que estaban fuera de él (especialmente los que estuvieran en Edinburgo).

Irlanda ha sido justo vencedor. Su equilibrio entre defensa y ataque le ha hecho ser superior, aunque casi paga muy caros los minutos que le dio de ventaja a Gales en el penúltimo partido y que le costaron su única derrota. Desde 1949 Irlanda no repetía título en solitario (en 1983 revalidaron título, pero lo compartieron con Francia). Y eso que este año ya no contaban con el retirado Brian O’Driscoll, una auténtica institución del rugby mundial, y que su apertura Sexton no ha estado físicamente a tope. Pero aún así les ha inspirado y conducido a un rendimiento superlativo por momentos. A seis meses del Mundial, los irlandeses son el típico equipo que no cuenta realmente para ganar, pero se sabe que pueden derrotar a cualquiera.

Inglaterra está con la mente más en el Mundial que otra cosa. Este Seis Naciones era la mejor piedra de toque posible, y han sacado buena nota. Su defensa es muy sólida, sabe cerrar huecos (algo imprescindible para frenar a los equipos del hemisferio sur) y eso lo empezaron a demostrar en la primera jornada de este torneo, cuando acabaron desquiciando a los galeses en Cardiff. Es en ataque donde generan más dudas. Aún con armas muy válidas como Ben Youngs, Jonathan Joseph o Mike Brown, al equipo se le debe pedir más rapidez moviendo el balón, porque no se encontrarán defensas que cometan tantos errores como Francia en los cruces mundialistas, ni tampoco en su grupo, complicadísimo (Gales, Fiji y Australia en primera fase). El torneo mundialista lo jugarán en casa, lo cual siempre es una ventaja, pero también más presión añadida. Van por el buen camino, pero deben certificarlo.

Gales prometía más en el torneo, aunque no lo han acabado mal. Perder ante Inglaterra en la primera jornada les hizo ir a remolque en todo su camino posterior. Sus cualidades defensivas fueron volviendo a su ser y eso les acabó metiendo en la pomada. Su gran esfuerzo derrotando a Irlanda y su paliza final a los italianos sólo les ha valido para ser terceros del torneo, pero también para que todo el mundo vea que el XV del Dragón, si afila sus colmillos este verano, va a dar muchos dolores de cabeza en el Mundial.

Francia ha decepcionado. Ha terminado con buen sabor de boca el torneo porque ha evitado que lo ganen los ingleses, pero las críticas a Philippe Saint-André, el seleccionador, no cesan porque el XV del Gallo tiene mucho más que ofrecer sobre el campo. Les ha faltado potencia en la delantera y saber leer las defensas rivales, se atascaban con facilidad y eso les ha costado tres derrotas, y también sufrir ante Escocia en casa. Su trabajo defensivo ha evitado humillaciones (con la salvedad de la locura del último partido) y señala que no lo hacen todo mal, pero si no cambian el chip en estos meses no se les puede augurar un buen Mundial.

Italia no convence. Se han librado del último puesto porque Escocia no supo cerrar el partido ante ellos. Pero en sus cuatro derrotas, sólo en la primera ante Irlanda dieron una buena imagen. Después han tenido derrotas muy duras, encajando demasiados ensayos, o incluso quedándose a cero ante los franceses en casa. Llevan mucho tiempo intentando llegar al nivel, muy puntualmente lo han conseguido, pero este año parece un pequeño paso atrás. Deben trabajar más ya en la formación de nuevos jugadores. Traer extranjeros que no eleven el nivel no merece la pena. Es lo que parece les ha pasado con el apertura Kelly Haimona, neocelandés de nacimiento que ha estado tres años jugando en el campeonato italiano, y que ha hecho un Seis Naciones bastante flojo.

Escocia se ha llevado la cuchara de madera. Y es una lástima, porque no han jugado mal. Le han enseñado los dientes a todos sus rivales, amenazando en París, rozando el triunfo en casa ante Gales y perdiendo ellos solos ante los italianos. Se advierte un crecimiento en el equipo que ojalá no se interrumpa. El Seis Naciones les echa de menos luchando por el triunfo final. De hecho, desde que el torneo tiene esta denominación (año 2000) no lo han ganado nunca. Su último éxito fue el último año del Cinco Naciones, 1999. Empieza a ser demasiado tiempo. El XV del Cardo debe volver por sus fueros lo antes posible.

Fotografía: Cangadoba ©

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No sé quién soy. Cántabro amadrileñado o madrileño acantabrado. Lo que sí sé es que todo se puede arreglar con gente que diga la verdad, un partidazo entre amigos o una buena cerveza.

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