A mí pueden venirme con historias, pero no con cuentos. Y en este cuento puede haber dos conclusiones diferentes: o Fernando Alonso es el genio del bien más altruista y generoso de la historia del deporte mundial o es rematadamente imbécil. Y me cuesta creer ambas variables. A mí, historias. Cuentos, los justos.
La Eva de Vettel es la hija de Alonso. Como si de un grotesco chiste se tratase se anuncia a bombo y platillo que la balsámica victoria de Vettel en suelo malayo es una victoria del samurái asturiano en la misma medida que lo eran casi todas las anteriores de Ferrari. El chascazo que se han llevado los que esperaban que Vettel, al bajarse de su Eva, contemplase con nostalgia a su ex mujer azul, entonando para sí el Baby Blue de Badfinger y suplicando en sus adentros unas segundas nupcias ha sido estratosférico. Y yo creí que así iba a ser, pero mira tú qué cosas. Pues no, no ha sido así porque Fernando, en un inconmensurable gesto de bondad (o estupidez) dejó preparada, a punto y con lacito (rojo, por supuesto), una máquina con la que el más grande de sus rivales, aquel con el que no cesan de compararle a pesar de repetir hasta la saciedad que es inferior, conseguiría resultados y maneras con las que no soñaban hace un año. Fernando la parió, Sebastian sólo le puso un nombre, y de paso la bautizó en la gloria. Pero la victoria número 40 fue de Alonso, del mismo modo que las anteriores 38 fueron de Adrian Newey, y la primera, la Eva de sus glorias, en la que también hizo sonar tras el alemán el italiano himno, porque este chico es un romántico de la vida y la gasolina, fue gracias a un Toro Rosso que, dicen, por entonces era lo mismo que un Red Bull, y todos sabemos que allá por 2008 los Red Bull arrasaban sin piedad, que por cada circuito que pasaban no volvía a crecer la hierba. A mí que me vengan con historias, pero no con cuentos.
La victoria de Sebastian Vettel en Malasia era imprescindible y necesaria en muchos ámbitos. Balsámica en todos ellos. En primer lugar, para sí mismo, para empezar a exorcizarse de los demonios de su sonrojante 2014. Para sentirse un paso más cerca de sus rojos sueños que, como todo en la vida, tienen un comienzo. Para meter miedo a unos Mercedes que parecen pese a todo ir con el brazo colgando por la ventanilla y la visera de los cascos levantada, motor a medio gas y calma chicha. Para henchir de moral a la ya de por sí latina y orgullosa Ferrari. Son italianos, se saben la última Coca Cola del desierto. Para darle momentánea salsa a un mundial que pinta plata, y sobre todo, por encima de todas las cosas, para destapar y arrancar a sopapos caretas y máscaras. Porque más de una chaqueta ferrarista habrá ardido este domingo. Porque los italianos saben que de vez en cuando saben fabricar coches. La pena para cientos es que hayan llegado tarde aunque eso, para otros muchos miles más, es una santa bendición. Luego están los que, volvamos al principio, afirman con rotundidad que este monoplaza es «el hijo de Fernando Alonso». Yo hay días que no puedo con la vida.
Uno echa la vista atrás y recuerda los últimos meses de Vettel con Red Bull y algo le llama poderosamente la atención: el alemán estaba completamente vetado en lo que a desarrollo del monoplaza de 2015 se refiere. Y esto es algo tan lógico como devastador para algunos. Cuando un piloto se marcha de un equipo, este no le deja ni siquiera saber de qué color será el coche que ya no va a pilotar el año que viene, por aquello de que el espionaje en la Fórmula 1 es el envenenado pan de cada día en el paddock. Sin embargo, los que afirman que el asturiano dejó hecho y bien atado el Ferrari no se dan cuenta del mal lugar en el que ponen de este modo a un hombre que, de ser esto cierto, se ha largado con tormentoso divorcio de un sitio en el que deja una obra que ha resultado ser magnífica para que otro la disfrute. Te abandono, pero te dejo los condones sobre la mesita de noche para tu amante. No sé. Para leer y estudiar tanto y tan fervientemente ‘El arte de la guerra’, en ella el asturiano es un completo inepto. O al menos eso dejan entrever los que afirman que Fernando ha dejado en Maranello un hijo rojo, como el Superman de Mark Millar. No sé. Yo es que creo que no se dan cuenta de lo poco bueno que le dan a este muchacho defendiendo cosas que no tienen ningún tipo de defensa. Ahora bien, supongamos que todo es cierto. Supongamos que Ferrari reconoce abiertamente que el SF15-T lleva un elevado porcentaje de sangre asturiana en su ADN, que Fernando lo dejó reglado y a punto. Ustedes tendrían razón cuando dicen que es un gran desarrollador, pero yo, cuando digo que es rematadamente imbécil, también la tendría. Y no creo que ninguno de nosotros pensemos que el mejor piloto español de todos los tiempos es imbécil, ¿no?
Pero, siempre existe un pero, ¿de quién son hijos los F150, los F2012, los F138 y los F14T? A mí pueden venirme con historias, pero no con cuentos. Ellos no son hijos del astur, son hijos de la ruina, la ruina ferrarista que resurgió este domingo con inusitada fuerza en una victoria de la que muchos ya sospechan o incluso aseguran planeada y orquestada, porque bien sabemos que ni un solo paso de Sebastian Vettel ha sido ni será posible ser dado sin ser estudiado al milímetro. Ahora me acuerdo de todos los que deseaban ver qué podía hacer el tetracampeón sin un Red Bull, sin Newey, o más incluso, con un Ferrari. De momento, con este hijo de Fernando, podio y victoria. Cuidado con lo que desean. Cuéntenme historias, pero que otros se coman sus cuentos.
Fotografía: Bodolza ©
Cualquiera puede escribir hoy en día sobre F1. Cualquiera.
Cualquier aficionado a esta parcela del mundo del motor, que es el circo de la F1, puede sentarse delante de su ordenador y escribir sus cuentos (o sus historias). Darle rienda suelta a su imaginación y escribir aquello que coincide con su forma de pensar; de sentir, mejor dicho. Atropellar el papel (el teclado) con una descripción de los sucesos y poco más. Los mismos hechos que nos muestran cada fin de semana Antena3 y Movistar del circo y sus actores, los coge este aficionado y nos los enseña, sin mucho más donde rascar. En una especie de ‘twitter’, donde se cogen bloques de 140 caracteres y se van apilando uno a uno, hasta formar un artículo. Como una colegiala que, a escondidas y muy excitada, escribe sus sentimientos a golpe de subidón hormonal en su diario; a golpe de tweet, en este caso. Con un bagaje intelectual que, en el mejor de los casos, consta de la lectura de los diarios deportivos y de la colección de improperios que las amistades ‘afines’ le proporcionan, posa sus dedos sobre las teclas. Con un título en su texto que luego tratará de hacer coincidir con un (sic) grandilocuente final, como ha visto que hacen en los grandes magazines, trata de darle (sic) coherencia y (sic) empaque a sus líneas. Con una historia profesional que, en el mejor de los casos, consta de enormes logros como es el de servir cafés con leche en un bar, posa sus dedos sobre el teclado, para sentar cátedra sobre gente con una dilatada carrera, a la que los expertos en la materia sitúan en los podios más altos. Después de dar las gracias 1000 veces en un día, tras sendos cafés, como si de un pobre esclavo que no pasará a la historia sino como un don nadie, de cobrar una auténtica miseria por ello y de no haber conocido más mundo que las carreteras que rodean el pueblo, posa sus dedos sobre el teclado y… regala insultos y su particular visión del circo de la F1.
Esto es lo que ocurre cuando cualquiera escribe sobre F1.
Juan, siento decirte que eres profundamente subnormal. No te lo tomes como un insulto, tómatelo como un diagnóstico.
Atentamente, un doctor que pone cafés y habla de lo que le sale de los huevos.
Tus palabras, lejos de rebatir los argumentos expuestos, no hacen mucho más que menospreciar y tratar de humillar a la persona que escribe el artículo en lugar de criticar su contenido. Efectivamente, todos pueden escribir de F1 con más o menos conocimiento o acierto pero sólo unos pocos miserables mezclan churras con merinas con el único fin de vejar a la persona obviando
criticar con fundamento el discurso del articulista. Pobre diablo, puede que algún día sirvas cafés y lo hagas con orgullo porque no hay trabajo indigno, sí condiciones indignas, y éstas las puede sufrir un camarero, un ingeniero o un abogado.
Cualquiera puede criticar hoy en día sobre F1. Cualquiera. Cualquier aficionado a esta parcela del mundo del motor, que es el circo de la F1, puede sentarse delante de su ordenador y criticar cualquier artículo del cual no está de acuerdo. Darle rienda suelta a su imaginación y llenar 21 líneas de críticas a la página web y al autor del artículo. Atropellar el papel (el teclado) de críticas sin sentido y burlas al autor y poco más. En cambio, del artículo, ninguna opinión. Ninguna referencia a absolutamente nada del artículo. Sólo destacar que el autor sirve cafés, y por lo tanto, no puede redactar sobre Fórmula 1. Con un bagaje intelectual que, en el mejor de los casos, consta de no ver más allá de su ídolo y de la colección de improperios que las amistades ‘afines’ le proporcionan, posa sus dedos sobre las teclas. Con una historia profesional que, en el mejor de los casos, consta de esperar la publicación de algún artículo en contra de su opinión para intentar dejar en ridículo al autor, posa sus dedos sobre el teclado. Después de repartir críticas, de no cobrar nada por ello y de no haber conocido más mundo que la nevera de su casa y el sofá, posa sus dedos sobre el teclado y… regala burlas.
Esto es lo que ocurre cuando cualquiera intenta dejar en ridículo a alguien, sin opinar del artículo y sólo recurriendo a las burlas.
«Cualquiera puede escribir hoy en día sobre F1. Cualquiera»
Exacto, todas y cada una de las personas del mundo tienen derecho a tener su opinión, sea esta mas o menos acertada. Lo único que tu puedes hacer es o bien cierras la ventana y te vas en busca de mejores cosas en las que emplear tu tiempo o bien te paras a explicar porque crees que su opinión no es correcta (algo que, y perdóname por si me lo he perdido entre tanto desprecio, no has hecho) pero en ningún caso puedes decidir que alguien no tiene derecho a expresar su opinión.
Y mucho menos decidirlo porque se dedique a servir cafés.
Lo que eres es un comepollas.