Me preguntaron una vez cuál era el estilo de Fernando Alonso. De pilotaje, supuse. Y así era. Resulta que la persona que me hizo esta pregunta sabía que Lewis Hamilton, por ejemplo, poseía un agresivo e inconfundible estilo, de bloqueos característicos y nubecitas de humo personales, y en sus antípodas estaba Jenson Button, con su británica flema y suavidad de volanteo, el zahorí por excelencia del Gran Circo, que siempre pesca en río revuelto. Así uno deduce que, por lógica, cada hombre posee un estilo. Y sin embargo el ovetense no es taimado, pero tampoco es ni mucho menos agresivo, destructor o nervioso al volante, y por eso me acabó resultando difícilmente definible el estilo de uno de los pilotos más completos y a la vez indescriptibles de la parrilla.
Finalmente llegué a la conclusión de que lo único que parece claro es que el estilo de Alonso es carecer de estilo. Fernando, simplemente, se limita a realizar el mejor movimiento en cada momento que lo requiera. Al menos dentro de la pista.
Recién coronado bicampeón del mundo Lewis Hamilton, uno debe echar la vista atrás y darse cuenta del increíble acierto del inglés en su decisión de abandonar una McLaren que ahora navega a la deriva para aterrizar en un equipo Mercedes con proyecto y potencial. Juzgado entonces y loado después, de Hamilton se dijo que prefirió una ventaja económica a un proyecto deportivo sólido, y ahora restriega los laureles de su segunda corona en las narices de todos los que opinaron tal cosa.
Porque parte de lo que define el estilo e inteligencia de un piloto son las decisiones que toma fuera de la pista, tanto o más que todas y cada una de las maniobras que efectúa subido al monoplaza. Y en ese ámbito no podemos asegurar que Alonso sea, ni de lejos, el mejor del mundo, como muchos sostienen que lo es a los mandos de su coche, lo que sí es una opinión más que respetable. No sólo despreció en su día el proyecto de un McLaren ganador, yéndose como de un mal divorcio sin los perros, la custodia de los niños ni irónicamente coche, a un Renault en bajísimas horas, sino que no supo ver o valorar el proyecto de diversos equipos que le abrieron las puertas tras su espantada británica, incluidos los a la postre arrolladores Red Bull y Brawn GP, hoy Mercedes. Pareciera como si el asturiano huyera de los equipos vencedores para acabar recalando como por romanticismo y dedicación altruista a escuderías que atraviesan sus peores épocas, y a la cara luego les recita un sentido y fatalista “y sin embargo te quiero”. Y hoy todos aquellos que presumían de la capacidad del piloto de desarrollar monoplazas victoriosos, afirmando que tuvo un papel más que clave en el desarrollo de los Renault de 2005 y 2006, no saben cómo explicar qué ha pasado en Maranello, qué clase de desarrollo ha habido, y no asumen ningún tipo de autocrítica, alabando ahora que se vaya por propia voluntad de una Ferrari con la que empezó su relación en una nube de algodón y ha terminado con la peor temporada de La Scudería desde 1993. De nuevo, como con McLaren, sin los perros, ni niños para los que tiempo ha habido, ni coche, que para el que había mejor que se lo quedaran. Unfollow en Twitter incluido en el paquete.
A Fernando Alonso se le abre ahora un horizonte que él siempre ha declarado extenso y dominado. Pero, sin embargo, en este mundillo casi nunca declarar es confesar. Embriagado de esa soberbia que sólo te otorga saberte el mejor, y que además te lo recuerden, Alonso siempre ha cuidado mostrarse dominador y controlador de la situación, titiritero de jefes de equipo que se mueren por sus huesos de divorciado madurito interesante, con barbita descuidada y tanto, pero tanto que ofrecer. Quizá el último Ferrari haya sido tan lento por haber querido ir en todo momento con tantos pies de plomo. De él se dice que es dueño de su destino, que maneja los hilos y que tiene elegido su nuevo asiento desde hace tiempo, pero parece ser que sus decisiones fuera de los coches que tan eficientemente pilota son menos fiables que los Lotus de este 2014. La excusa del aficionado de “si hubiera ido a Red Bull en 2008 hoy sería más grande que Schumacher” deja de tener algún tipo de validez cuando, a la vez, se presume de que él siempre elige a dónde y con quién va. Pero eso, claro está, ya no es culpa suya.
El pasado domingo el rey saliente Don Juan Carlos, que hace ahora que ya no está apoltronado en el trono exactamente lo mismo que hacía antes, aseguró en un alarde de cercanía y CAMPECHANISMO, que Fernando le había dicho que se iba a McLaren, y que estaba muy contento. Se ha equivocado, no volverá a ocurrir. El rey, claro, quizá Fernando haya dado por fin con la tecla y haya realizado a sus 33 años el movimiento más inteligente de su carrera con la necesidad urgente de encontrarse con un coche que le devuelva la credibilidad como estratega que parece escurrirse de entre sus dedos cada vez que anuncia un movimiento a otra escudería. Los alonsistas rezan porque así sea. Los McLarenistas, pues claro que también. Guarden este artículo por si el MP4-30H acaba siendo un auténtico pepinazo.
Por otro lado, Alonso abandona una Ferrari que luce como un corral de pollos sin cabeza. Un equipo de constantes dimisiones, despidos fulminantes y nombramientos a dedo con más toques políticos que deportivos (nada nuevo ni extraño allá por Maranello), que ha fichado a un Sebastian Vettel que ansiaba en sus fueros más internos recalar en un coche rojo desde que tiene uso de razón. Un secreto a voces, el peor guardado del tetracampeón alemán. Lo cierto es que el decepcionante año de Vettel, rebasado por un sorprendente Ricciardo en buena parte de los Grandes Premios de la temporada, ha culminado con un fichaje anunciado con campanas de ilusionante boda, con la esperanza de que, como Schumacher en su día, arregle el desaguisado que hay montado dentro de la escudería del Cavallino. Y tiene trabajo por delante. No puedo negar que, tanto el año completo como la decisión final de Vettel me han resultado excesivamente decepcionantes. El alemán tenía ante sí la oportunidad de demostrar que con un monoplaza no dominante podía dar constantes golpes sobre la mesa y no lo ha hecho con la frecuencia que esperábamos. En realidad, ha dado muy pocos. Lastrado por una fiabilidad nefasta y unos errores de estrategia desde el muro incomprensibles, Vettel ha cuajado un año en general bastante pobre, y no me duelen prendas en reconocerlo. Y sin embargo lo que peor me sienta del alemán es su decisión final, precipitada y alocada de acabar en el equipo rosso cuando este está atravesando uno de sus peores momentos históricos. Vettel ha preferido prestigio a proyecto. Ha optado por cumplir un legítimo sueño de infancia de manera descafeinada antes que buscar otra opción deportivamente superior. Si para Alonso y sus seguidores Ferrari acabó convirtiéndose en una pesadilla de la que era mejor escapar destino Woking cuanto antes, ¿qué impulsa a un tetracampeón en pleno crecimiento como piloto a fichar por una escudería en la que otro que también lo estaba no ha hecho más que perder años de su vida deportiva, según afirman sus propios fans? Ilusiones cumplidas y esperanza. Vettel será feliz en Ferrari porque la ama como la amaba el Káiser, y sólo le queda la esperanza, como la que tiene Alonso, de que sus nuevos equipos les otorguen lo que piden y merecen. Ambos tienen ante sí el reto de demostrar que saben desarrollar un monoplaza en perfecta concordancia con el equipo que les paga el salario. La realidad es que, en este momento, Vettel luchará por igualar a Fangio y Schumacher y Alonso, bueno, luchará por igualar a Vettel.
Fotografía: Morio ©
Ricardo Grande : Cuando Schumacher cambió de un Benetton campeón a un Ferrari con 15 años de fracaso; cuando Hamilton cambió de un McLaren potencialmente ganador a un «frustrante» Mercedes, no habrás pensado algo parecido a lo que hoy decís de Vettel?