Siento pena por Messi. Un jugador tan extraordinario, con condiciones y una calidad irreprochables, que se ha encargado de pulverizar récords de todo tipo no debería ser tratado de manera tan despectiva. La cuestión es que se enfrentó cada instante —incluso desde su etapa en categorías inferiores— a esa obstinante comparación con Maradona, héroe argentino por excelencia. Lionel, cada vez que abandonó la comodidad de Barcelona para sumarse a una concentración de la albiceleste, entendió que lo siguiente era una total sobreexposición hacia su figura, y el aficionado argentino asumió de antemano que un jugador que suele ser infalible para su club debería serlo también para su patria.
La derrota ante Chile hace mas grande una herida de las cual Argentina no muestra signos de cicatrización desde hace 23 años. Precisamente, una Copa América de la mano de Alfio «Coco» Basile fue el último titulo de importancia que aterrizó en las vitrinas de la AFA. Desde entonces han sido seis finales con igual resultado. Una cronología que arrancó cayendo con Brasil en penales por la Copa América de Perú 2004, un año más tarde sucumbiendo otra vez ante la Canarinha en la Copa Confederaciones por goleada, luego la justa continental tendría lugar en Venezuela, donde otra vez Brasil —en esta ocasión, con un seleccionado B a las órdenes de Dunga— se cargaría las aspiraciones de la celeste y blanca.
Pero tras siete años sin llegar al último partido llegaría la horrible racha de tres finales pérdidas. A aquel gol de Gotze en tiempo extra que dejó a Messi y Sabella sin Mundial, le siguió la caída en penas máximas ante La Roja de Sampaoli, escenario que se acaba de repetir, y lo mas doloroso es precisamente esa sensación de déjà vu que segrega cada análisis que se intente objetar. Con un equipo que va de menos a más en el torneo, con un Messi en plan imperial, un Higuaín fallando ocasiones claras en el momento menos propicio y por defecto una selección que cae en los instantes cruciales. El fatídico dato es fulminante si tomamos en cuenta la edad de algunos elementos del equipo, los cuales ven bastante utópico la posibilidad de redimirse. En el caso de Messi, llegaría con 31 años de edad a Rusia 2018 —seguro todavía a plenitud de condiciones—, pero el crack renuncia a la que suponemos sería una de las ultimas oportunidades de acabar con la maldición que tristemente lo aleja de estar a la par de Diego.
Injusto, claro está, que un atleta que ha superado en cuanto estadísticas, regularidad y palmarés al personaje con el que se le mide de forma permanente, quizás nunca abandone la sombra del mismo. Las lágrimas de Messi tras el penalti de Silva fueron las lágrimas de un futbolista que pese a su talento nunca se sintió valorado en justa medida por su país, el mismo que cuestionó de antemano las actuaciones del jugador por su estrecho lazo con Barcelona. Siempre se dijo que se apartó de sus orígenes, pero nunca que rechazó firmemente jugar con la selección española en innumerables ocasiones, allí la historia quizás hubiese sido otra.
Duele verlo llorar, duele verlo de una forma en la que antes no lo habíamos visto, pero también duele verlo rendido, cansado y sin consuelo. «Se término para mí la selección. No es para mí. Lamentablemente, lo busqué, era lo que mas deseaba y no se dio». Da la sensación de que el gran pecado de Messi fue ser zurdo y usar la 10, esa misma que usó su ídolo Maradona, un personaje que alabó de la misma forma que criticó desmedidamente el liderazgo de la Pulga. El gran problema de Maradona, así como probablemente el de toda Argentina, fue ver en Leo a otro Pelusa, pensar que era un canchero mas, un hombre de gestos y gritos en el campo, nunca comprendieron que estaban en presencia de alguien diferente, de un motivador silencioso, un chico que sólo quería jugar con su selección y ser feliz.
Fotografía: Rodrigo Gutiérrez ©