Minuto 116 de un partido duro. Durísimo. Un bar de Madrid. Bueno, muchos bares de Madrid y de toda España. Tensión. Se acercan los penaltis y la injusticia. Todo está listo para decidir a suertes un preciado trofeo. Se masca la tensión y la tragedia a partes iguales. Unos de azul. Otros de naranja. Hay miedo.
Bastantes minutos antes, un holandés errante se había plantado sólo ante un portero que sacó una pierna que ya forma parte de la leyenda del fútbol. Ahí quedaron varios corazones. Pero resistieron para ver llegar el milagro. La estrella seguía sin dueño. Aún no llegaba el minuto 116.
Antes, el Soccer City se había convertido en un campo de batalla. En su campo de batalla. Patadas. Street Fighter y un tatuaje en el pecho de Xabi Alonso que nos dolió a todos. Pero se levantaron. Se levantaron todos. Aún quedaba para el minuto 116.
Y Jesús Navas se lanza a correr. Como había hecho en todo el campeonato. Correr, correr y correr. Hacia arriba. Rebota. Tacón de Iniesta. La coge Cesc. Vuelve a Cesc y busca a Torres. Fernando busca a Iniesta. No llega. Rebota. A Cesc. Y lo ve. Ve a Iniesta. Y todo se paró. La empujó. Todos la empujamos.
Entró.
Marcó.
Gol de Iniesta. Iniesta de nuestras vidas.
Delirio. Drama. Lágrimas. Risas. Saltos. A la calle. Todos a la calle.
Volvamos a aquel bar de Madrid. Minuto 115. Miedo a los penaltis. Miedo a Holanda. Miedo a no ganar. Miedo a perder la oportunidad que nunca pensamos que llegaría. Pero ahí estaba Iniesta. Estaba tranquilo. Lo sabía. Nosotros no. Pero él sí lo sabía. Sabía que iba a marcar el gol de su vida. El gol de muchas vidas.
Y aquel bar no sonreía. Nadie lo hacía. La tensión hizo imposible disfrutar un minuto del partido. 120 minutos de tensión para acabar en tragedia o en alegría. Pero estaba Iniesta. Nosotros no lo sabíamos.
Ni siquiera se sabía en aquel bar que aquella carrera de Jesús Navas hasta el infinito acabaría quebrando gargantas. Pero Iniesta sí lo sabía. Supo estar en el sitio. Cesc lo supo. Y ya. Ahí se paró el mundo.
Lágrimas. De Iniesta. De Casillas. Lágrimas en ese bar. En miles de bares y de casas. Recuerdos a tantos que se quedaron sin vivirlo. A tantos que lo habrían disfrutado y no pudieron. Pero marcó Iniesta y el minuto 116 se quedó grabado. Para siempre. Historia viva del fútbol contada en unos segundos.
Navas corrió. Iniesta dio de tacón. Cesc la pasó. Torres lo intentó. Cesc lo supo. Iniesta no dudó. Marcó. Minuto 116 de un partido memorable. El Soccer City dejó de ser un campo de batalla. Dejó de ser una guerra. Pasó a ser historia. Histórico.
Final. Pitido final. Acaba el drama. Empieza el espectáculo. Con la mente puesta en ese minuto 116. Webb pitó y sí: éramos campeones del mundo. ¿En serio? ¿Ese minuto 116 había sucedido de verdad? ¿Era real? Iniesta lo sabía y nosotros no. Sabía dónde tenía que estar. Y con él estuvimos todos.
Incredulidad. Lágrimas. Llantos. Sueños cumplidos. Éramos campeones del mundo. ¿Pondrían una estrella en la camiseta y nadie nos la quitaría? El balón estaba con España y la Copa del Mundo era de España. Saltos en aquel bar de Madrid. Lágrimas en aquel bar de Madrid. Y en todos los bares de España.
Y Casillas la alzó al cielo. Se la quitó de las manos a Blatter para decir que sí, que éramos campeones del mundo. Con todas y cada una de las letras. Pero antes habían pasado 115 minutos de lenta agonía hasta tenerla en las manos. Hasta decir que era nuestra. Casillas la alzó y todos recordamos ese minuto 116 con esa carrera de Navas que culminó Iniesta machacando con la fuerza de millones de personas la red de la portería del Soccer City.
Hoy es 11 de julio de 2014. Han pasado cuatro años de aquel minuto 116. De ese gol de Iniesta. Del gol de muchas vidas. Y eso quedará para siempre.