Hay tres cosas en la vida que uno no puede elegir. Uno no elige a quién ama, uno no elige su muerte (salvo trágicas excepciones), y uno no elige su equipo de fútbol. Y en contados casos, pero en el del Atlético de Madrid más que en ningún otro, las tres heridas abiertas con las que vive van siempre de la mano y en comanda, como una procesión de pasión y lágrimas solemne y eterna que no alcanzará nunca a ver su final.
Uno no elige a quién ama, pero la del Atleti y su afición es la más grande historia de amor jamás contada. Uno no elige amar al Atleti, y las más grandes historias de amor conllevan tragedia y pérdida, como si un amor no pudiese ser puro sin dolor, como si valiese menos, como si nunca hubiera existido, como si Romeo hubiese podido vivir sin Julieta, como si el Quijote hubiese mandado a paseo a Dulcinea, como si el Atleti supiese existir sin sufrimiento. No se puede. No se elige.
Uno no elige su muerte, salvo trágicas excepciones, y ya no queda una orilla en la que el Atleti no haya caído exánime tras remar hasta agotarse. Eso no se elige. El mar de campeones que este equipo ha atravesado en el camino hasta la gloria que parece desear escaparse siempre deja sin fuerzas a cualquiera, y si en la orilla te espera un asesino como el pírrico Madrid, que siempre será el Madrid, que nunca morirá aunque viva meses en coma, que no necesita nada para llevárselo todo, que es el más grande adalid del oportunismo y el don de la ubicuidad que el mundo del fútbol haya conocido jamás, no hay absolutamente nada que hacer. No se elige. El Atleti es un ejército de guerrilla, de trincheras, cómodo en el barro y la jungla, de soldados de frente suicida, y en la guerra que nunca deja de ser el fútbol, son los soldados del frente los primeros en caer. No importa cuánto hayan remado. Eso no se elige. El fútbol es la guerra cruel que el Atlético de Madrid sabe librar, pero nunca es capaz de vencer. Las rojas franjas del escudo del Atleti lo son por la sangre derramada en batallas como esta.
Uno no elige su equipo de fútbol. Y entiendo el fútbol como la sublimación máxima de las más básicas y puras emociones humanas: tristeza y alegría. Porque de ambas se compone el fútbol, como de ambas se compone la vida. En realidad son más las emociones básicas, pero ninguna otra se exalta tanto durante los 90 ó 120 minutos que dura la loca guerra del deporte rey. Es simple, es básico, es absurdo. Es fútbol. Y uno no elige su equipo de fútbol. Uno no elige lo que ama. Uno no elige cómo muere. El Atleti vive con los dedos hurgando en sus heridas, en un sangrado constante, en una eterna muerte en la orilla. Y en esa parcela que el fútbol reserva a los que viven su pasión hasta dejar que les mate viven, viven con la esperanza inquebrantable, con la absoluta certeza de que el fútbol, como la vida, acaba entregando en bandeja lo que te roba a puñaladas. Este es un club más grande que sus heridas. Nunca dejen de creer, nunca dejen de soñar. Nunca se rindan, porque en la vida lo que no te mata… te hace del Atleti.
Fotografía: El Coleccionista de Instantes ©