Natalie Dormer (‘Juego de Tronos’, ‘Los juegos del hambre’) y Taylor Kinney (‘Zero Dark Thirty’) protagonizan ‘El bosque de los suicidios’, cinta que supone el debut cinematográfico del realizador americano Jason Zada, más conocido por su carrera en el terreno de la publicidad y el cortometraje.
No es que los japoneses sean raros, es que son ordenados, además de muy considerados. Saben perfectamente que quitarse la vida en sitios públicos no solo no es moral, sino que además significará un fastidio para sus familiares, que tendrán que cubrir los gastos que el suicidio provoque, por los daños y perjuicios causados a terceros.
Es por ello que una buena porción de los japoneses que deciden poner fin a su vida acuden al bosque Aokigahara, ubicado en el noroeste de la base del Monte Fuji y conocido como “bosque de los suicidios”. Corre la leyenda de que este bosque está encantado por los fantasmas de niños y ancianos que fueron abandonados en el siglo XIX por sus familias (cuando las hambrunas y las epidemias azotaban a la población, las familias más pobres los abandonaban a su suerte ya que no los podían alimentar).
En este sitio, los suicidas pueden tener la suficiente intimidad como para llevar a cabo su último deseo, de forma gratuita y sin causar ningún tipo de molestia a nadie. Lo que os estoy contando es de todo menos de coña. Es el lugar en el que más gente se ha suicidado en Japón y el segundo en el mundo, después del puente Golden Gate. La cantidad de suicidas ha ido creciendo desde 1988 y actualmente ya se producen hasta casi 100 muertes al año.
Esto ha supuesto que, al final, el turismo haya sido limitado únicamente a zonas vigiladas y, aunque no está prohibido adentrarse al bosque, se colocan numerosas señales de advertencia en varios idiomas para ayudar a las personas que piensan en suicidarse a buscar ayuda de familiares y de profesionales antes de dejarlo todo.
Jason Zada se ha apropiado de esta verdadera y triste historia y la ha usado para llevar a la gran pantalla una película que, al menos a mí, me parece una representación frívola y alejada de la realidad sobre un sitio que provoca mucho sufrimiento humano para la sociedad japonesa. Se trata de una banalización del suicidio en toda regla, que hasta tendría justificación si el resultado de la película hubiera merecido la pena.
El argumento gira en torno a Sara, una mujer americana con una vida más o menos acomodada. Un día recibe una llamada en la que se le informará de que su hermana gemela ha desaparecido y fue vista por última vez introduciéndose en el bosque Aokigahara. Sara viajará hasta Japón convencida, gracias a la “conexión mística” que hay entre ambas gemelas, de que su hermana aún sigue viva. A pesar de las advertencias de todo el mundo para que no entre en el bosque, Sara acabará por introducirse allí para descubrir la verdad sobre lo sucedido y encontrar a su hermana. En esta aventura le acompaña Aiden, un reportero de una revista australiana que verá en la historia de Sara y su hermana un oportunidad única para sacar un buen reportaje.
El filme no profundiza casi nada en la personalidad de los protagonistas, sólo nos da a conocer lo básico: un hecho traumático del pasado que marcó a las dos hermanas servirá como telón de fondo para justificar la desaparición de Jess, así como las evidentes diferencias entre las hermanas. Sara es una persona con la cabeza bien amueblada mientras que Jess es todo lo contrario, es muy inestable emocionalmente. El guión da pistas sobre el origen de la inestabilidad de Jess pero en ningún momento llega a contarnos por qué motivo quiere quitarse la vida.
El guión es obra de David S. Goyer (en cuyo haber figuran grandes trabajos como ‘El caballero oscuro. La leyenda renace’) y la verdad es que en esta ocasión no atina del todo con esta historia, cuyo planteamiento en principio no es malo, pero acaba por venirse abajo por completo al hacer de este filme la típica peli de terror que hace uso de recursos muy manidos ya en el cine de este género: desde pesadillas y sustos recurrentes, fáciles y predecibles, hasta apariciones espectrales, susurros y sonidos fantasmagóricos. Los efectos visuales también son bastante decepcionantes, por no hablar del giro final del guión, completamente innecesario, precipitado y torpe.
En definitiva, y para concluir, citaré las palabras que Jordan Hoffman, de The Guardian, escribió en su crítica y con las que estoy completamente de acuerdo:
La película acaba totalmente perdida, insegura de si quiere ser una exploración seria de los recuerdos reprimidos, o una bazofia terrorífica y mareante.