Nunca se me dio demasiado bien hablar de mí. Durante la adolescencia me volví una persona reservada, callada sin parecerlo, dejé de comerme el mundo, permití que éste me comiera un poco. Quizá por eso escribo. Mi segundo libro, ‘Un nido en las clavículas’, acaba de ser publicado por Inventa Editores y jamás me cansaré de dar las gracias.
Hace ya varias semanas que lo presentamos en Madrid, en el mítico Pub 900, en una velada mágica con vestidos de flores, lágrimas, sonrisas, encuentros, reencuentros, abrazos, poemas, mujeres leyendo poemas, plumas, pájaros, hierba, nidos, los amigos que no fallan y nos salvan mil veces la vida, música (gracias, Andrea Pereira), miradas, un maniquí que había que recomponer, algunas fotografías… Y la maravillosa poeta Ana Castro, quien ha escrito el prólogo más hermoso que podía imaginar, y la sensibilidad de Iván Casuso, editor, a mi lado.
Fue el 21 de septiembre y todavía no os había contado nada por aquí, en Murray Magazine, que, al fin y al cabo, es casa. He paseado mi nido por A Librería, El Día de Córdoba, Canal 54, la revista Hoyaldía, La Luna de Alcalá… Pero ese pudor, esa reserva, esa barrera que a vece me autoimpongo ha hecho que hayan pasado los días sin ponerle palabras en esta revista de la que soy coeditora.
El mundo se acaba en el llanto
de tu suavidad enajenada.
Soy madre. Soy líquida. Inhalo y me quemo.
Soy madre. Soy un animal salvaje.
Soy mujer. Y mis pechos están en el centro del universo.
‘Un nido en las clavículas’ nació el día que un pájaro recién nacido se coló en mi cocina. Los gatos acechaban, Luna, mi hija, era muy pequeña. Yo pensé en su madre y sentí un miedo horrible, un hormigueo en los muslos que me hizo sentir algo insoportable. Ese día empecé a escribir. Y a reescribirme. Porque yo ya no era la de antes y necesitaba recomponerme.
Me pregunto por qué hay flores
en las cunetas.
Cadáveres con la piel tersa.
Miro las amapolas
y se me llena la memoria de sangre.
Decía Jaime Sabines que «no hay poesía en la muerte, que en la muerte no hay nada». Si acaso ese vacío que nos empuja hacia la vida o hacia una nueva vida, la que nos obliga a amar de una manera diferente, salvaje, sin palabras. La que confunde los nudos con los nidos.
Ahora necesito escribir sobre mis manos, porque la sostienen. Por eso, ‘Un nido en las clavículas’ soy yo, a través de mi experiencia, de mi emoción, de mi dolor.
Siempre he creído que hay libros que son mujeres. Espero que este sea uno de ellos.
Gracias.