El Abbie era la antesala de mi muerte. Los humanos pretendemos maquillar nuestra vida cuando sabemos que el final se encuentra cerca, mandándote un aliento apestoso y caliente. Algunos deciden llamar a unas putas, otros cambiar de nombre para empezar una vida igual de miserable que la anterior y unos últimos quedarse esperando en el sofá como quien decide abandonar antes de tiempo, cuando nada ha comenzado aún. Es bien conocido que nadie llega indemne al umbral de la puerta de la casa de la guadaña. Todos recibimos unos cuantos puñetazos metafóricos que nos dejan sangrando por la boca en calles abandonadas al drama del devenir. Pero la gracia está en aguantar esos golpes y en hacer que parezca que nada ha sucedido y que has sido un triunfador, aunque lo hayas perdido todo irremediablemente.
Así, con lo que parece una clara declaración de intenciones, arranca ‘Abbie’, la primera novela de nuestro compañero Sergi Escudero, que llega a las librerías el próximo lunes, 25 de mayo, de la mano de Ediciones Alfar. Se trata de una descripción de la sociedad actual, llena de intereses oscuros e ilegalidades en la sombra del poder. Así, se convierte en una crítica a los medios de comunicación y una reflexión sobre la Barcelona actual.
A veces la que se pierde no es la pelota, sino tú mismo. Y eso es bastante más cruel, hasta el punto que quizá te haga llorar tres noches seguidas. Pero llorar no es lo terrible, sino la desazón de lo perdido. Aunque perderse tampoco tiene por qué ser malo. Preguntádselo a Colón. Muy apenado no se le vio por no haber llegado a la India. Las mejores madrugadas son las que terminas en un garito que ni sabías que existía cuando has salido de casa con ambiciones de acudir al lugar de siempre. Esos resquicios de imprevisibilidad alumbran la vida hasta llevarla a la luz total. Pero lo que sucede, de forma desgraciada, es que el ser humano suele deambular por la oscuridad, y muchos túneles no tienen ni salida, así que es fácil imaginar la escasa luz que hay al final. Por eso conviene llevar siempre encima una caja de cerillas, aunque simplemente sirva para aparentar.
‘Abbie’ cuenta la historia de Jordi Romero, un camionero retirado que decide abrir un bar en las profundidades del barrio de La Barceloneta, el barrio marinero de Barcelona, para pasar de la mejor manera posible la última etapa de su vida. En el Abbie, una mezcla de bar parisino de los años 20, un club privado y un bar clandestino, todo está permitido. Desde el consumo de porros o LSD hasta los strip poker. Allí se reúnen habitualmente personas con historias muy diversas detrás pero que comparten ganas de alejarse de la monotonía y de las miserias de la sociedad contemporánea. Una de ellas es Marc Samper, un joven periodista al que los políticos no le hacen caso y que a duras penas consigue tener un sueldo para vivir en un viejo piso compartido con otros jóvenes en una situación tan precaria como la suya. Pero un día su realidad cambia gracias a unos correos anónimos que le informan de un caso de corrupción que implica a los altos cargos del Gobierno. Pero, ¿por qué la fuente le ha escogido a él? Lo desconoce. A partir de ese momento tendrá que luchar contra las cloacas políticas y de los medios de comunicación para sacar a la luz la información. Mientras tanto, historias de celos, de superación y de amor se entremezclarán en una atmósfera en la que nadie será quién parece ser.
Vuelvo a los cinco minutos más. Vuelvo a la pereza. No está fabricada para un viejo como yo. Pido disculpas por anticipado a los que compartan mi edad, que es la de sesenta y cuatro años, y que se puedan sentir ofendidos por mi autocualificación. Pero aviso de que así me definiré de ahora en adelante: un viejo. Quizá los que no aceptan definirse así es porque su vida ha sido una mierda y con tantos años aún tienen esperanzas de arreglarla, como quien lleva al mecánico su prehistórico Seat Panda pidiéndole un milagro imposible. Yo lo tengo todo hecho, solo quiero maquillar mi biografía, como las chicas guapas que igualmente se pintan la raya de los ojos antes de salir de fiesta, y no me da reparo aceptarlo como se aceptan todas las cosas que pasan por obligación en este mundo, las cuales son frecuentes y demoledoras. Al fin y al cabo, nadie nos preguntó si queríamos nacer.
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