Estamos en Villanueva, provincia de Toledo, y es 1958. El protagonista de la novela, Rafa, crece junto a sus inseparables amigos Adolfo y Lito, entre la escuela, los partidos del Real Madrid —equipo al que los tres reverencian, y al que siguen en todas y cada una de sus victorias y derrotas—y un destino que acecha a la vuelta de la esquina: el seminario, al que parece condenado. Estamos en la España de la posguerra, de los falangistas y del ‘Cara al sol’, del No-Do, de los tecnócratas y la temida poliomielitis. Es un país en blanco y negro, la esencia misma de ‘Bienvenido, Mister Marshall’, con norteamericanos que vienen de visita y asombran y siembran admiración entre los vecinos humildes y rurales. Y de ese enfoque cinematográfico se sirve Rafael Alcázar en ‘El tiempo de las ilusiones sencillas’ (recientemente editado por Suma de Letras), partiendo de la propia autobiografía y añadiendo además matices y relieves ficticios, “recuerdos inventados” de su propia cosecha. En palabras del autor, «esta historia, basada en anécdotas y vivencias de mi infancia, tenía inicialmente como propósito un guión de cine divertido, emotivo y cercano al realismo mágico. La escritura del libro me ha dado la oportunidad de aportar detalles que dan mucho más sentido y profundidad a la historia y, sobre todo, poder detenerme en los variados matices de los personajes (…) Los recuerdos de aquel pueblo castellano siempre me aparecen en forma de imágenes llenas de colorido y envueltas en olores irrepetibles». Es imposible calcular en qué proporción conviven ficción y realidad entre estas páginas, pero poco importa. El producto final es una historia verosímil, una novela que es un homenaje a toda una generación, con un total de 71 pequeños capítulos que recrean breves anécdotas o episodios en Villanueva y que pueden, casi, leerse independientemente.
A modo de memorias, ‘El tiempo de las ilusiones’ sencillas recrea la infancia en un país en el que la Guerra Civil está aún presente en el día a día. Rafa, Lito y Adolfo sienten en sus carnes el incipiente despertar sexual de la preadolescencia, de vez en cuando desobedecen a los mayores, fuman a escondidas, juegan a las canicas y mantienen una eterna rivalidad con otros muchachos de la escuela. Esta novela es un nostálgico y tierno viaje al pasado, sin duda muy influido en su estilo por el Delibes de ‘El camino’ —incluye hasta una muerte infantil dramática, la de Damián, tal vez en homenaje a aquel pobre Tiñoso desnucado— o, por qué no, inspirado en la película ‘Cinema Paradiso’. El pequeño Rafa, de hecho, siente una especial predilección por las butacas del cine que regenta el siempre amable Nicolás. Acaso de ahí le viniera al Rafael adulto su vocación por el cine —es director, realizador y guionista, con una amplia trayectoria que comenzó en TVE en 1972—.
El protagonista y sus dos compañeros de aventuras aprenden el significado de la amistad y la lealtad, pero también se enfrentan a través de estos pequeños pasajes a la muerte, a la severa disciplina, a la violencia, al intrincado mundo adulto. Alcázar dibuja con un estilo sencillo personajes entrañables como el Candón, la Celi, el alcalde don Fidel, el maestro don Pedro… Tampoco falta la exuberante y llamativa Gisela, que encandilaba a todos con su melena, su desparpajo y sus enaguas, y que irradiaba felicidad al proclamar a voz en grito su matrimonio con el gringo James mientras ponían rumbo a América y dejaban atrás a medio pueblo con el corazón roto. Era otra época, la de ilusionarse con cada partido anunciado por la radio y retransmitido por Matías Prats, la de emocionarse al visitar a hurtadillas el cine, la de viajar con papá en la Ossa como si fuera todo un acontecimiento, la de coleccionar cromos mientras se alberga la secreta esperanza de que, en algún momento, se completará la colección con esa preciada estampa de Di Stefano —el ídolo indiscutible—, tan difícil de conseguir. Era otra época, en la que España comenzaba a proyectarse tímidamente hacia el exterior, y por supuesto, el Real Madrid era un equipo glorioso.
Es de agradecer que, de tanto en tanto, aparezcan libros como este: amables y sin pretensiones, que nos proponen, sin más, disfrutar de una lectura agradable. De recuerdos en Technicolor enmarcados en fotos descoloridas; vívidos, auténticos, imborrables. Y sobre todo sencillos, como las ilusiones en aquellos tiempos.