Se me ha muerto Javier. Yo voy a ser egoísta y lo voy a acaparar sólo para mí. No se os ha muerto a vosotros también, se me ha muerto a mí, se me ha muerto, como si conmigo hubiera tenido alguna vez algún tipo de responsabilidad superior. Se me ha ido de un respingo, burlándose, pero de mí, como llevaba haciendo su vida entera, burlándose de todo, encerrando en su silueta de Quijote más genio que cualquier autor de este y otros planetas. El tío no se ha esperado a que yo pudiera volver a ir a verle, como llevo años repitiéndome, «tengo que volver a verle actuar, no vaya a ser que nos dé por morirnos a alguno de los dos y no me vaya a dar tiempo». Y me has ganado, cabrón. Te lo digo con rabia, de verdad, porque no tenías que irte, es que no me daba la gana que te fueras. Te vas acobardado, porque las cosas aquí cada vez son de un desmadre mayor, pero te vas y lo dejas todo hecho un cisco, te vas y dejas este mundo un poco peor de lo que está. ¿Por qué, Javier? ¿Por qué me haces esto? Me dormí en el primer concierto tuyo al que fui, vale, sí, lo asumo con dolor, ¿pero qué tenía yo, ocho, nueve años? Era tarde ya, ¿qué querías que hiciera? Pues no, no me lo has querido perdonar, y me has despertado hoy con esta soberana putada. Pues a la mierda, yo tampoco te lo perdono.
Olvidaos de los poetas estos de ahora, os lo pido por favor, olvidadlos. Leed a Krahe. No sólo le escuchéis, leedle, corred a empaparos de él, sabed lo que es verdadera poesía, verdadero genio. No sólo poeta, Javier era cantautor, pero de los buenos, de los de verdad, el último y más gigantesco dinosaurio de una especie que agoniza y se revuelve entre jóvenes de fina planta y letras de amor meloso. Un tío que igual le dedicaba canciones a las tetas, al noble arte del follar, a las pajas, joder, ¡a las pajas!, canción que, por cierto, es una bárbara genialidad, como todo lo suyo, como sabía ponerse romántico y tierno con mucha más gracia que cualquier proyecto de intensito actual. «A veces pienso en ti, incluso vestida». Y pum, todos al suelo. Como musulmanes a La Meca, todos los que dicen ser poetas deberían dirigir sus oraciones hacia la casa de Javier.
Y ahora tened ese valor que tenemos todos los asistentes a la muerte ajena de decir que conocíais más cosas suyas aparte de La Mandrágora. Tenéis Facebook lleno de Mandrágora. Tenéis Twitter lleno de Mandrágora. Nos sale Mandrágora por las orejas. Y luego se llevó Sabina todo el crédito de un grupo en el que el genio era Javier. ¿Cómo no me voy a cabrear? Él, siempre alejado de las pomposidades de la fama mal encarada, gustaba de tocar en pequeños locales, o en salas medianas, pero nunca presumiendo de ese aura de estrella del rock que, le placiera o no, desprendía como un aspersor. Recuerdo un concierto de Javier en mi ciudad en el que una joven, sentada a escasos metros de mí, se levantó y se marchó exclamando para sí «este tío es un machista, un misógino». Porque, querido Javier, no todo el mundo estaba preparado para ti. Pero que les den. Que les den.
Pero juro vengarte, Javier. Juro que le estamparé la guitarra en la cabeza a Fito si se le ocurre volver a perpetrar otro crimen como su versión de ‘Nos ocupamos del mar’. Menos mal que tuvo la decencia de hacerlo contigo en vida, porque atacar de esos modos a los muertos es de una canallada espantosa. Que no puede ser. Que era demasiado maravilloso escuchar tristeza en ti y descojonarse dos o tres frases más adelante. Porque lo sabías hacer como nadie, que todo lo tuyo era como tu entrada en ‘La Tormenta’, «hermoso, muy hermoso, hermosérrimo». Mira, que no, que mañana me planto en tu funeral y vas y resucitas, y me dejas con mi corona haciendo el gilipollas.
Javier se ha ido sin cobrarse todo lo que le debíamos, porque hasta para eso era sencillo y genial. Hoy lloran las letras. Llora la canción, porque la canción es mujer, como Marieta, como Leonor, como La Yeti, como Marta, como la treintañera que pide vino blanco, alza la copa, brinda por ella misma, lloramos todos. Y yo alzo mi copa, brindo por ti, fuimos afortunados, las flores que saldrán por tu cabeza darán un maravilloso aroma.
Fotografía: Asier Solana Bermejo ©