Ocho apellidos para olvidar

Hace poco fui convencida para ver la película que amenaza con transformarse en la nueva Ikurriña, a falta de que Zoido sienta algo de envidia… No conservo muchas esperanzas en el cine español, sobre todo después de que una histérica Penélope rubricara ante las élites del cine mundial ese carácter tan ibérico, como es el de hablar a gritos; y eso que me encantó ver a Toni Cantó de transexual, con sus lágrimas provocadas.

Pero todo el mundo decía que merecía la pena gastar algo –aunque fuera tiempo– en esa película, que todo el mundo se reía y que era muy simpática –la película, no la crítica–. Así que decidimos verla online, que es la forma de que no te acusen de piratería informática por disfrutar de una obra de arte, ya que la televisión seguía sin ofrecer gran cosa. Y no di crédito a lo que vi.

La gente se reía cuando vieron la película, como ya me habéis dicho algunas. Pero si la calidad de algo se mide por la reacción obtenida, me gustaría fijarme un poco más detenidamente en esas carcajadas, y después en el sabor que se te queda cuando te cansas de reír. La risa es tan reveladora y enigmática, que Umberto no dudó en dar vida a los rumores del segundo libro de Aristóteles sobre el tema, en una terrible abadía italiana.

Quizá yo sea de un humor más… algo, pero no me parece que la gente se alegre al ver pasar las secuencias, como si entendieran el chiste de verdad. Y eso que el argumento se ha difundido a los cuatro vientos: una lista enumerada de tópicos, puestos en fila para mejor deglutición. El guión, ya que ahora importa distinguir entre ambos, acompaña fielmente. ¿Fue para alguien una sorpresa lo que pasó después de la primera noche de despropósitos en Sevilla, hasta llegar a los títulos de crédito?

La risa, la carcajada que es acompañada de esos ajenos espasmos que pueden provocar la asfixia, es algo muy difícil de reproducir, todavía más de crear. Si padece usted de Ciberadicción, o conoce de alguien que vaya en camino, le invito a ver y comparar con este otro tipo de humor. Ya sé que es injusto, porque @Enjutomojamuto guarda más parecido con la realidad que cualquier coincidencia, pero a mayor impacto, mejor explicación.

También sé que el humor es cuestión de tópicos. De hecho, los tópicos son su única dieta y, a pesar de esta limitación, corona cumbres divinas cuando se mueve con libertad. A pesar de ser, como digo, pura tragedia, el humor se ancla en esa parte tan bonita que tenemos dentro, y tira como nunca. De ahí sale la carcajada, de esa parte que es creación nuestra, nuestros propios tópicos, nuestra propia vida. Si te reíste como nunca viendo lamentarse a Enjuto, también sabrás cuánto llorarías de estar en su lugar.

Si la risa que inspiraba la película a quienes la vieron caló de alguna forma, no fue por vosotras, parte imprescindible en este juego, a pesar de que algunas vivisteis esos tiempos. El problema es que se trata de un conjunto de atributos sociales que no forman parte de ese colectivo imaginario indiscutible para todas, aunque no dejemos de verlos en la calle. Se trata de una sociedad procedente de una dictadura, que veía como normal esa visión tan infantil del mundo. Y ahora ese paradigma se encuentra en crisis; casi en la extinción.

Debo reconocer que soy muy sosa, porque no me reí durante la filmación. Quizá es que dejé de ver hace tiempo esa serie de estereotipos como algo rutinario y normal que aceptar. Quizá es que soy muy sosa. Quizá es que el regusto, que suele llegar al final del arte, me asaltó tras esa primera noche, bajo los fuegos artificiales de Sevilla.

Por entendernos, el regusto es eso que te llevas del cine y que pasa a formar parte de tu realidad, tan patente como tu lengua chasqueando entre tus dientes. En ese sentido, el machismo sevillano, la reivindicación abertzale, el amor irracional y la pura castidad, el histórico papel de la Guardia Civil, la beatitud de la curia vasca y el exilio pesquero reciben, en esta película, un lavado de cara para pasar a nuestra posteridad como algo que es así, como te lo cuentan, histórico –real– verdadero.

Sinceramente, me sorprende que ningún cine en Euskadi haya sido desalojado, durante las proyecciones. Ni en ningún otro punto de España. Parece que la versión neo-capitalista de la Igualdad, que no es más que un acuerdo de mínimos, se ha asentado en la cultura, en el humor, difundiendo su mensaje de paz, tan conocido en los cementerios de medio mundo: la tolerancia, divino tesoro.

Parece que la masa ya no tiene ese gusto por diferenciarse, una masa de otra, un grupo de otro, una persona de otra. ¿Será que ya no tenemos motivos para estar orgullosas de nosotras mismas? ¿Será que, gallardas en nuestras cabalgaduras, en pos de una nueva aventura, no podemos reclamar a esos bardos de cuento de hadas que hagan buenas canciones, gestas en las que podamos reconocernos y reírnos de nuestras compañeras de viaje junto a ellas?

Así, entre carcajadas y canciones de taberna, las heroicas supervivientes aplacan el terror de su última aventura, el miedo vivido cuando una compañera estaba en peligro mortal y tuvo que lanzarse en solitario, con su salvaje grito de guerra, contra la Horda. De esta forma, quienes se enfrentan a la muerte, se ríen de ella; por lo menos, lo justo para que no las alcance.

Yo no quiero pasar la tragedia con un sevillano que se hace líder de la Kale Borroka, ni con una vasca que no golpea su mesa emocional y reordena las piezas como ella quiera. Porque no son reales, son meras ficciones. Porque, si tengo que reírme de alegría – y no de vergüenza ajena–, exijo reírme de mí: tengo muchas aristas para hacer bromas. El humor forma parte de mí, quiero entender el chiste completamente, y activar esos oscuros mecanismos que me conceden una tregua de mí misma. Y tanta alegría.

Si nos hacen tanta gracia los tópicos del pasado, ¿será que hemos perdido la capacidad de reírnos de nosotras mismas? Pues yo quiero reír por mí misma. Porque soy de Bilbao, aunque haya nacido –por deseo propio, y no de Gallardón– en Málaga. Lo sé, tenían que haber dejado más espacio a Vaya Semanita.

Y la prensa dando vueltas entre ETA, el machismo, la sangre… ¿para qué van a mirar más allá? Otra oportunidad perdida.

bluebird Comunicación
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