En esta vida hay dones con los que uno nace, se tienen o no se tienen, —luego es cierto que hay que trabajarlos—, y la fotogenia es uno de ellos. Hay cantidad de actrices con unas condiciones físicas espectaculares, con unos rasgos faciales imposibles de olvidar y de explicar. Cuando eres actriz y eres tan guapa y tan fotogénica corres el riesgo de canibalizar tu interpretación por culpa de tu físico. ¿Por qué esta reflexión tan profunda a estas horas de la mañana? Porque llevo años enamorado de Marion Cotillard, tanto dentro como fuera de la pantalla.
La francesa es capaz de que su interpretación supere con creces la belleza de su rostro. Con (‘Lavida en rosa’, ‘De óxido y hueso’) o sin maquillaje (‘Pequeñas mentiras sin importancia’), nos convence en cada interpretación, “te la crees” como decimos los que nos creemos que sabemos de esto.
Marion ha sido capaz de desbancar con creces a la maravillosa Audrey Tatoo, es una de esas actrices que escoge sus papeles minuciosamente, que, aparte de interpretarlos a la perfección, tiene un gusto y un sexto sentido fuera de lo normal a la hora de seleccionar las mujeres a las que interpreta. Lo mismo le da hacer un biopic sobre Edith Piaf, que cantar y bailar en ‘Nine’ (y no lo que hace Pe), enamorar a Bruce Wayne o empatizar con ella en su intento de conservar su trabajo en la recién estrenada ‘Dos días, una noche’.
Otra de sus virtudes es que no deja de lado el cine francés. Sí, por fortuna para el país vecino, cuando una actriz francesa triunfa al otro lado del Atlántico, nunca abandona Francia, siempre sigue rodando películas en su país, lo que supone mantener un alto nivel cinematográfico y cultural para un país que sigue mereciendo una mención especial a la hora de hablar de Séptimo Arte.