Mis padres nunca fueron grandes melómanos. No, al menos, de la forma en que yo entiendo la melomanía. A mi madre le gustaba la música, pero le bastaba con oírla en la radio. Y mi padre, bueno… Mi padre siempre estaba demasiado ocupado con su trabajo como para preocuparse por algo tan trivial como la música.
A pesar de eso, y supongo que por culpa de la moda de décadas pasadas, teníamos un montón de vinilos en casa, pero nuestro tocadiscos había dejado de funcionar en 1981. Por esa razón, toda la música que pude conocer siendo niño la descubrí en casa de mis tíos, en un pueblo a pocos kilómetros de Oporto, donde solíamos ir una o dos veces por mes. Cuando era pequeño, nada me hacía más feliz que tirarme en la alfombra verde de su salón y ponerme a escuchar allí, con unos auriculares Sony casi tan grandes como mi cabeza, aquellos discos raros que tenían. Podía estar así, escuchando música, hasta que caía la noche y me llamaban para cenar.
Hay muchas cosas que recuerdo igual o mejor que si hubiesen sucedido ayer. No necesito ni cerrar los ojos para ver a mi tío Carlos a pocos metros de mí, sentado en el sofá –viendo carreras de coches o de motos o de lo que fuera, comiendo chocolate, sesteando o cambiando de canal compulsivamente– mientras yo rebuscaba entre sus cientos de discos y cds. Los sacaba de su mueble para poder verlos mejor. Abría y cerraba sus cajas y examinaba detenidamente libretos y canciones antes de apartar un montoncito con los discos que mejor pintaban. Allí descubriría, entre otros, a Queen, a Bowie o a Leonard Cohen, pilares básicos de mi educación musical.
Pero el primer disco del que me enamoré fue un engendro extraño. Yo no tendría ni ocho años cuando llegué a dar con esta pequeña joya grotesca, incomprendida y denostada que es Victim Of Love, de Elton John.
Hablamos de los primeros meses de 1988. Yo era un niño gordito de siete años con un solo amigo y muy pocas ganas de relacionarme con el mundo. Estaba en 2º de EGB. Mi tutora era una mujer con peluca llamada Filomena que parecía sacada de un tebeo de Ibáñez. Fue la primera en suspenderme Cálculo y Esfuerzo: una visionaria auténtica. Yo odiaba ir al colegio por su culpa y ahora me cuesta decidir si lo que me daba entonces era grima o miedo. Supongo que era demasiado joven para sentir grima, así que diré que era lo segundo.
A menos que fueses un empollón o un masoquista, mi colegio era un mal sitio para ser feliz. Por eso, cada fin de semana era un regalo divino. Una liberación, aunque lloviese. Una pausa de color y felicidad entre tanta mierda y tanto miedo, entre tanto gris y tanto crucifijo. Prefiero no pensar qué habría sido de mí sin música en los peores momentos.
No sé si era enero o febrero, pero los días duraban muy poco. Acabábamos de llegar a la casa de mis tíos y mi padre me propuso que buscase en el mueble algún disco que quisiese grabar. Me dijo aquello enseñándome una cinta virgen, marca JVC, de 60 minutos, sin desenvolver. El plástico que envolvía la caja de la cinta era de color rojo intenso.
–Pero sólo uno –me advirtió– y déjalos ordenados después.
Así que aquella mañana tenía trabajo. Debía buscar un disco, pero no un disco cualquiera: un buen disco. Una joya digna de ser grabada en aquella reluciente cinta JVC, recién desenvuelta, de una hora de duración. Una cinta que hoy, 25 años después, sigue sonando casi tan bien como el primer día. Todo lo bien que una cinta puede sonar.
Yo elegí, de entre todos los que tenían mis tíos, aquel disco:
Objetivamente, y con la perspectiva y el poquito rigor que dan los años, hay que reconocer que el disco es una bazofia. Para cualquier oído, por poco refinado que sea, Victim Of Love suena a lo que probablemente fue: una enorme equivocación por parte de Elton John, reñido entonces con su letrista de siempre, Bernie Taupin, y obsesionado con sumarse –a cualquier precio– al languideciente movimiento Disco.
Cuesta entender cómo un tipo con sus horas de vuelo pudo dejarse seducir por el canto de las sirenas –como le sucedería a Queen tres años más tarde con Hot Space– de la música de baile, justo cuando lo Disco empieza a ser considerado un cáncer a erradicar del mundo de la música seria. Tal vez las drogas o la influencia de un entorno demasiado gay, en el más amplio sentido del término, le jugasen una mala pasada. Eso fue lo que condenó a Mercury en 1982 y a punto estuvo de costarle la disolución definitiva de Queen.
Como era de prever, se estrelló con todo el equipo. Lo que el productor y compositor Pete Bellotte había conseguido con Donna Summer no se repitió con Elton. Antes al contrario, corrió la peor de las suertes. Ni el público ni la crítica fueron capaces de entender aquel giro sonrojante y absurdo y le costaría años recuperar el respeto de quienes hasta 1979 le habían seguido con devoción.
Sin embargo, yo sí encontré en Victim Of Love un disco maravilloso. Para mí, Victim Of Love era EL disco. Porque sólo tenía aquella cinta, que no podía parar de escuchar, y porque sus siete canciones eran, para mí, LAS canciones. Hice mío aquel disco. No entendía ni papa de inglés, pero fui capaz de memorizar fonéticamente cada letra. Desde la primera hasta la última canción.
Mi favorita, por cierto, era Thunder In The Night.
Ain’t no loving tonight
My woman says she ain’t my woman
I sure put up a fight
To keep it right
I used a whole lot of pride to get her
I used a whole pack of lies and begged her
She just threw me the key
And said, she’s free
Igual que puedo recordar a mi tío en el salón de su casa, sonriendo al verme feliz mientras el disco giraba y la cinta corría, soy capaz de recordar también la primera vez que la escuché. O que empecé a escucharla. Fue durante el viaje de vuelta a casa, al día siguiente; domingo por la noche. Nada más arrancar, pedí a mi padre que pusiese la cinta en la radio del coche. Como la urbanización de la zona donde vivían mis tíos era muy reciente, la señalización era bastante defectuosa. Eso fue lo que hizo que mi padre se equivocase hasta tres veces de camino y nos hiciese volver a rodear el Aeropuerto de Pedras Rubras una y otra vez. Fue la señalización y no la cinta lo que le hizo perderse, con el depósito de reserva al límite, por las carreteras de salida del pueblo, aunque él no lo viese así y me la acabase lanzando al asiento trasero en un arranque de ira que, como siempre, no me costó perdonarle.
El disco era muy corto. Duraba sólo 36 minutos. Por eso, y porque mi padre siempre aprovechaba hasta el último minuto de cada cinta, Victim Of Love estaba grabado casi por partida doble. Desde la imperdonable –y larguísima, interminable– versión de Johnny B. Goode que abría el disco (y, para mi desgracia, aparecía entera dos veces en la cinta) hasta la canción que le daba título, que era mi segunda favorita.
También me gustaban Spotlight, Street Boogie y Born Bad, tal vez porque eran las preferidas de mi amigo Rubén. Un día, jugando con el reproductor en que escuchaba las cintas de casa, pulsamos accidentalmente el botón de REC mientras sonaba Born Bad. Esa psicofonía donde se percibe nuestro susto todavía vive en la cinta que mi padre me grabó y rotuló con su mejor letra, hace más de 25 años, y jamás me dejó escuchar entera en el coche, por si nos volvíamos a perder.
Hola. Pues ya somos dos. Yo tambien estoy maravillado con Victim Of Love.
Saludos. (Y que fue de tu papá?)