La corrupción del detective

 

detective

Quizá uno de los atractivos que hacen de la novela negra un género con tan buena salud en nuestros días sea  la representación de un mundo moralmente podrido y un personaje, un antihéroe, que, si bien se opone a ese mundo corrupto, tiene las habilidades necesarias para desenvolverse en él. Desde Raymond Chandler,  el detective es una atractiva mezcla entre romántico y cínico. Philip Marlowe se mueve en un mundo amoral tan fascinante como fácil de odiar: la sociedad californiana de los años 30 y 40, que esconde bajo su brillante superficie cromada una colección de atrocidades. Lo que diferencia a Marlowe del resto es que él tiene un código que aplica a rajatabla; a menudo parece una moral retorcida y excesivamente pragmática, pero al menos es una moral.   El hecho de que  por culpa de esa rectitud  reciba más puñetazos que otra cosa es una prueba de que nos hallamos ante el mejor trasunto moderno de Don Quijote, lo cual podría llevarnos a cuestiones acerca de que toda moral es una semilla de locura.

David Peace potencia la capacidad poética de este yo contra el mundo situando su novela en el lugar más degradado posible: el Tokio de 1946. No se trata ya de una sociedad decadente, sino de una sociedad aniquilada por completo, donde, más que los intentos por levantar algo de entre las ruinas, prima el instinto de supervivencia.  El inspector Minami, el detective de David Peace en ‘Tokio año cero’, tiene al igual que Marlowe una moral, pero él no pude aplicarla a rajatabla porque, entre otras cosas, debe sobrevivir: necesita dinero para comer y necesita pastillas para dormir sin verse acosado por los fantasmas de un pasado demasiado reciente, demasiado abierto. Intuimos además que esa moral, de la que sólo vemos atisbos porque el protagonista se ve obligado a tragársela constantemente, no resultaría tan simpática para el lector como la de Marlowe: añora el Japón imperial y siente que su nación ha sido humillada, pero se esconde de los invasores americanos y debe doblegarse a los caprichos del mafioso local, el jefe de una incipiente yakuza.

La trama estrictamente policíaca de la novela se centra en la investigación de unos asesinatos verídicos ―los perpetrados por el violador en serie Yoshio Kodaira―, pero se entreteje con la descripción de un país devastado por la guerra, en el que la corrupción y la lucha por la vida llevan a los supervivientes a cotas de degradación inimaginables. De esta forma, el detective no es un héroe solitario sino una parte más de un engranaje chirriante. Otro hombre hundido hasta los codos en la miseria.   Ése es quizá el mayor valor de la novela, que se ve reforzado por un estilo que alcanza el lirismo a través de la sencillez, construido con frases cortas que se repiten obsesivamente hasta convertirse en mantra, acompañamiento perfecto para un viaje al infierno.

bluebird Comunicación
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