«Barcelona es una ciudad que te obliga a estar permanentemente enfadado con ella»

Kiko Amat

Kiko Amat (Sant Boi de Llobregat, 1971) es un periodista y escritor influenciado por la cultura inglesa –especialmente el pop– y por sus orígenes vitales de extrarradio en Sant Boi. Allí formó parte durante su juventud de las culturas suburbanas. Con cuatro novelas y un par de ensayos a la espalda, recientemente ha publicado ‘Chap Chap’ (Blackie Books, 2015), una recopilación comentada de sus artículos en la que no tiene ningún pudor en destrozarlos si la ocasión lo requiere. Quedamos con él en la bodega Rafel, en pleno barrio de Sant Antoni. La velocidad del discurso de Amat chispea adrenalina. Su Vespa nos vigila a un par de metros.

¿Por qué quedamos aquí?

Siempre he ido a bodegas. Pero bodegas que no hipstericen, que es la tendencia que están cogiendo. Aunque lo entiendo, y tampoco quiero ser el viejo rockero gruñón. Además, cuando las cosas hipsterizan comienzan a haber chicas guapas, gente joven.

Pero ésta le queda lejos del Passeig Sant Joan, donde vive.

No es un problema. Mis cuatros o cinco lugares habituales de Barcelona no tienen un motivo geográfico. Aunque a veces sí que soy un poco manta, y en invierno me dejo caer por el Oller, que está a una manzana de casa.

Su infancia y adolescencia las pasó en Sant Boi de Llobregat. Barcelona le quedaba como algo desconocido entonces, explica en ‘Chap Chap’.

Mi mundo era muy pequeño. Conocía pequeños lugares de Barcelona desconectados entre sí. Yo no tenía ni idea de lo que había entre carrer Tallers y plaça Espanya. Cuando empecé a ir a Barcelona como mod tenía catorce años. Diez ó 15 años después, cuando comencé a salir con mi mujer, descubrí que esos lugares estaban cerca de otros a los que voy ahora. Por ejemplo, los clubs de soul de la calle Industria. Soy un producto 100% de Sant Boi. Hay tres o cuatro reacciones e instintos que son de Sant Boi. Soy muy tío y muy de Sant Boi. Da igual que después me haga el culto o el listorro. Cuando rascas un poco, descubres a un tío de Sant Boi. Allí me hice. Aunque actualmente obligo a mis amigos y mi padre que vengan a Barcelona a verme. Es una tiranía. La nostalgia es un motor que me gusta, pero en el caso de Sant Boi me duele. Ya no queda nada de lo que existía cuando yo era pequeño. No queda ningún bar de los que iba.

¿Su entorno se quedó allí?

Una parte respetable sí, aunque hubo diáspora hacia Barcelona.

¿Usted quería irse?

Tenía una dicotomía, un sentimiento bipolar. Estaba a gusto en Sant Boi pero a la vez deseaba irme lo más rápido posible. Tenía el sentimiento típico de clase obrera de este es nuestro sitio, pues este será el mejor sitio del mundo, por mis cojones. Por orgullo. Y a los veintiuno me fui. Yo viví el Sant Boi de los rockers, mods o punks.

Vamos hacia Barcelona. El carrer Tallers se convirtió en su segunda casa.

Sí, eso también sucede con el pop inglés. O con la movida madrileña mismo. Todo estuvo hecho en los pueblos manchegos. El foráneo tiene una fascinación por la ciudad más grande que los nativos, y ve cosas que ellos no ven. Yo estaba perpetuamente emocionado. Y Barcelona es un pueblo, después he estado en Londres y he visto que Barcelona es un pueblo.

¿Qué buscaba en el carrer Tallers?

Tiendas de discos, de fanzine. Ya no existen estos lugares, quizá solo el discos Castelló. Amigos mods de Barcelona trabajaban en estos lugares. En una época pre-digital los consejos de los sabios de la aldea eran esenciales. Eran rutas de ir a ver los illuminati para que te recomendaran cosas. Para mí esto fue mi colegio, ya que yo abandoné los estudios muy rápido. Unos tíos que eran de mi secta te señalaban lo que valía la pena. Y eso lo agradeces aún hoy en día.

¿Cuándo nace su vena como escritor?

Viene de la infancia. Estas cosas tienen que surgir en la infancia. Tiene que estar contigo desde la EGB mínimo. Para mí contar historias, la importancia de la oralidad y hacer las mejores redacciones de la clase, es algo que viene de la infancia. Y después germina con el combate oral con mis amigos. Nunca subestimes el poder del aburrimiento de unos adolescentes de extrarradio. Mis herramientas se afilaron allí. Tantas horas que llenar y tan poco que hacer… Eso de tener que ser súper rápido e ingenioso para encontrar la palabra exacta con la que hundir al adversario… esto viene de hablar en los bares.

Sus primeros pasos fueron en fanzines.

Yo en octavo de EGB quería ser novelista, pero mi entorno no era particularmente proclive al tema. Cuando eres pequeño es muy importante encontrar ejemplos pretéritos que te digan el camino que se puede coger. No había esos ejemplos, yo creía que los escritores caían del cielo. O estaban muertos, o eran de otro país o pensaba que eran multimillonarios o que tenían una formación académica que no podía alcanzar. Hasta que encontré los libros que hablaban de mi experiencia. Entonces sí que pensé, hostia, se puede salir de donde yo salgo y hacer narrativa.

¿Cómo llega a publicar su primera novela, ‘Cuando me vaya no se lo diré a nadie’, en Anagrama?

El momento físico que yo entro en Anagrama es tan sencillo como una concatenación de casualidades y una afortunada coincidencia de afinidades. Yo con Anagrama me eduqué. Hasta con los beats, que son un timo pero que te atraen. Brautigan, Burroughs, otro timo. Cuando escribí mi primera novela aspiraba a hacer un Vonnegut o un Brautigan al 100%. Yo conseguí a través de ardides complicadísimos que mi manuscrito acabara, llevado por alguien, encima de la mesa de Jorge Herralde. Con la suerte que era viernes y Herralde no tenía nada que hacer y se quedó a leerlo. A la que abrió los capítulos y vio los títulos y el fraseo, dijo «esto es Brautigan», que también era uno de sus amorcitos. Yo solo escribí como me habían enseñado los libros que había leído. Y a Herralde le encantó. En ese momento nadie hacía este tipo de literatura en España. Burlaba todos los horrores holocáusticos que han caído encima de la raza humana: posmodernidad, metaliteratura…

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¿Ahora le interesa alguien del panorama literario español?

Ahora esto ha cambiado radicalmente. Yo me he tirado diez años haciendo cosas que nadie hacía. Hay gente que ha cambiado de estilo, como Javier Calvo, quien cuando empezó quería ser David Foster Wallace. Él mismo lo ha admitido, ahora que lo que quiere hacer son cosas estilo Lovecraft. Después también hay nuevos autores que han aparecido, como Carlos Zanón, Pablo Olivero o Miqui Otero. Si toda esta gente llega a estar cuando yo aparecí, montamos un club literario. No queremos aspirar a la cultura seria ni entrar en el Olimpo de los escritores de Barcelona. Ahora mismo podría no escribir novelas y me quedaría tan tranquilo. No tengo un destino de escritor. Sería muy feliz haciendo artículos, escribiendo un guión de algo, organizando un festival. Pero si lo hago, haré como John Fante, escribiendo siempre de mí mismo.

Pero ha escrito en publicaciones como Cultura/s o Babelia, que forman parte del Olimpo cultural del país.  

En prensa mayoritaria entras si tienes unas grandes credenciales. Una de éstas es la novela. Sin novela me habrían echado fuera por la puerta de atrás. Es como lo que sucede con mi suegro: mi demencia la tolera mejor porque en teoría soy artista. Si hiciese esto sin tener novelas, ya hace tiempo que me habrían echado fuera del núcleo familiar. Como has escrito novelas se supone que tienes carné para escribir artículos. Además, a Jordi Costa, responsable del Cultura/s, le habían llegado rumores de que había hecho un fanzine tan bestia que todo el mundo me buscaba para matarme. Yo le dije a Costa que se lo habían inventado. Pero cuando volví de Londres sí que vi que la gente de Barcelona me quería matar. Fue una mezcla del mito mezclado con la novela.

¿Hay un movimiento underground importante en Barcelona?

La cultura subterránea siempre pervive. Existe, pero de otra manera que no es la misma. Y quien diga lo contrario es un viejo rockero nostálgico. Hay mil subculturas, todo el rato funcionando. La gracia de las subculturas es que en su gestación operan como sociedades secretas. Esa es su esencia: que nadie lo sepa. Que solo lo sepan 100 majaras en una ciudad. Otra cosa es que yo me entere. Pero es que yo tengo 43 años y, aun estando encima del mundo de la subcultura todo el día, mucha parte se me escapa. Ahora mismo tiene que haber chavales de 14 años haciendo cosas de las que yo no me enteraré hasta que salten al mainstream.

La típica pregunta: ¿Barcelona ha perdido su esencia?

Barcelona es una ramera. Yo la vi cuando empezó a dejar de ser guay y los Juegos Olímpicos se cargaron lo que quedaba, igual que en Londres, que han acabado con una idea de ciudad. Hasta hace poco en el East End aun te daba la sensación de estar en calles victorianas, era muy bestia. Aunque yo casi no vi esta Barcelona súper rebelde y súper exagerada de los 70. Pero lo que yo vi aún estaba bastante bien. Dicho esto, yo soy muy de barrio y me toca mucho la pera que la gente la critique. La criticamos nosotros, que es nuestra. Pero que venga un tío de Santander a decir esto cuando no tiene ni idea de la dinámica de la ciudad, me jode. Es una ciudad que te obliga siempre a estar enfadada con ella. Todo conspira para que la odies. Pero la sigo encontrando bonita. Vas a Madrid y ves que tienen más cojones, que no se están arrodillando delante del turista. Pero políticamente hemos liberado la ciudad. Estoy convencido de que la Colau y la CUP están preparados para la batalla. Hasta ahora había políticas súper estrictas para poder dormir, pero después soltaban a doscientos mil hooligans ingleses para que se emborrachasen. Un punki bebiendo una cerveza recibe una multa al instante, pero tú eres un escocés que rompes una señal y no pasa nada. A la población actual le han aplicado unas multas medio suizas, medio totalitarias.

Aunque el turismo es el motor de Barcelona.

Esto no tendría que ser así, joder. Haces que una ciudad se convierta en turística y luego dices eso. Esta ciudad, antes de que se destruyesen sus industrias, vivía de las industrias sin el turismo. Antes era una ciudad portuaria, industrial, se construían cosas. Ahora no se construye nada. Parece que este proceso no sea reversible, pero sí que lo es.

¿Qué le interesa culturalmente de la Barcelona actual?

La gestión autónoma, el municipalismo, los ateneos, las bodegas baratas, el Heliogàbal… aunque esto no quiere decir que no me fascine antropológicamente la cultura burguesa. El pijismo de Barna me parece un mundo interesante. Es un mundo muy estudiable. Tienes que conocer la gente que habita tu ciudad. Odio los grandes festivales: el Primavera Sound, el Sónar… Se tiene que resistir un poco. Hay mucha gente que está en contra del Primavera Sound, pero después va.

Quizá es la única ocasión que tienen de ver a un grupo que les gusta.

Pues que se aguanten.

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Fotografías: Pol Jordá ©

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