Kate Bolick, la sirena que buscaba su propia voz

Me es imposible ser neutral sobre ‘Solterona. La construcción de una vida propia’ y no puedo reseñarlo de un modo desapasionado. Sucede que al leer a Kate Bolick a una se le mueven los cimientos vitales y se le instala un miedo horrible en el estómago: el de empañar con su torpe prosa todo lo que ella ya cuenta de un modo magistral. Sin embargo puedo intentar convenceros de que, sin acudir a artificios, es un libro que te deja sin respiración. No los necesita. Simplemente cuenta una historia de una vida cualquiera, pero también la de cómo llegó a gestarse una decisión que va a condicionar toda esa existencia. Decisión difícil, por cierto, y que hoy muchos entienden no como una prerrogativa sino como un castigo social o autoimpuesto, como algo que debe vivirse con resignación y desdicha e incluso rozando el ascetismo.

Solterona’ no es un premio de consolación para aquellas que se quedaron para vestir santos a falta de un golpe de suerte en la vida. Es una defensa de la búsqueda en solitario de una individualidad, de una identidad —nada menos—; es el camino de una elección a contracorriente. Hace décadas e incluso siglos ya constituía casi un signo de rebelión e inadaptación el querer posicionarse como independiente —bajo el castigo de enfrentarse a todo tipo de estigmas— en una sociedad que por defecto tiende a emparejar a hombres y mujeres (ni hablar de matrimonios homosexuales) en aras de un cacareado mutuo beneficio y de la evitación de un futuro en soledad que, dicen, es mejor no afrontar por cuenta propia. El trabajo de Bolick conecta y combina de maravilla con el de Paula Schargorodsky, su documental ‘35 y soltera’. «Un 25% de mí quiere casarse, un 22% de mí quiere hijos, un 26% de mí anhela una vida espiritual, un 27% de mí quiere ser libre», dice Paula. Posiblemente el deseado manual de instrucciones de la vida, que nos pasamos años buscando, no entiende muy bien de porcentajes.

«Naces, creces, te casas. Pero… ¿y si no fuera así?», escribe Kate. Este es el leitmotiv de ‘Solterona’: ¿Y si todo lo que nos han contado, y si todo lo que hicieron nuestras madres, nuestras abuelas no fuera así… o no tuviera por qué ser necesariamente así… o pudiera ser de otra forma? ¿Y si hemos vivido tozudamente confundidas, indescriptiblemente aterradas por la idea de una vida solitaria que todos pintan amenazante, inestable y vacía? Bolick relata en este magnífico ensayo autobiográfico las experiencias que atraviesa hasta quedarse frente a frente, consigo misma, en el espejo. La muerte de su madre cuando ella era relativamente joven le dejó con muchas preguntas en el aire y sin una brújula para orientar sus pasos. Tal vez esta muerte prematura le hizo compararse demasiado a menudo con ella —«a mi edad, mamá ya tenía dos hijos»—, cosa que muchas de nosotras reconocemos haber hecho alguna vez, para respondernos rápidamente el consabido «eran otros tiempos». Estrenaba la treintena (esa edad tan catastrófica, que se había fijado ella misma como límite para sentar la cabeza, casarse y ser madre) y decía:

Quienes hemos sorteado las salidas hacia el matrimonio y los hijos tendemos a manejarnos por la treintena como conductoras sin carné, adultas sin permiso. Algunos días es maravilloso (¡somos unas delincuentes de la hostia en ese  viaje en coche robado que es la vida!); otros, eres una adolescente talludita que coge prestado el coche de su padre y reza para que la policía no le dé el alto.

La sirena atrapada entre dos aguas —la niña que jugaba a adivinar cómo sería su futuro marido y la adulta que buscaba su espacio al margen de relaciones sentimentales— sólo busca construir «una vida propia al margen de todo y de todos» sin renunciar al deseo, al sexo, a la felicidad, a la amistad ni al éxito profesional. En el camino hacia sí misma presentará a sus cinco “despertadoras”, tal como ella las describe: Edna St. Vincent Millay, Maeve Brennan, Edith Wharton, Neith Boyce y Charlotte Perkins Gilman. Mujeres y escritoras de bandera —algunas combinaban la escritura con otras disciplinas, como el diseño de interiores o la sociología, por ejemplo— que hicieron de su libertad un modo de vida y que rechazaban el matrimonio y/o la maternidad —aunque alguna de ellas sucumbió— para poner en primera plana sus carreras profesionales. En esa búsqueda de la autodefinición y la ardua lucha por la autosuficiencia, Kate recuerda a las que le ayudaron a ser Kate y nadie más que Kate; honra a las grandes olvidadas. Y lo hace de la mejor manera posible, empezando por la principal, la más importante: ella misma.  

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