He dicho un millón de veces que no tengo ni la más remota idea de lo que es la poesía, que, a veces, cuando puedes explicarlo, dejas de sentirlo. A partir de ahora pondré un ejemplo, uno que noté en una sala de cine medio vacía de las que tanto me gustan. Fue viendo ‘Ma ma’ y en la pantalla veía a una maravillosa Penélope Cruz reconvertida en una Magda que, sin ni siquiera gustarle el fútbol, quería formar parte a toda costa de la alegría colectiva que supuso la final de la Eurocopa de 2012 desde el balcón de su casa. Quería, así, seguir siendo. Sola. Triste. Quería vivir. Puede haber tanta ternura en medio de la desolación…
Eso es, supongo, que lo que me atrae del cine de Julio Medem. Que es capaz de crear belleza donde sólo debería haber dolor. Recuerdo esa escena de ‘Caótica Ana’: Un padre y una hija despidiéndose para siempre, mientras, al fondo, Antonio Vega canta con esa fragilidad hermosa que rasga, pero no llega a romper.
Porque las películas del director donostiarra consiguen que tengamos el corazón aún más rojo, nos lo pinta como pinta, fotograma a fotograma, historias que salpican sensibilidad hasta empaparte. Y es que la pintura está muy presente en su filmografía. Por ejemplo, la obra del pintor Vicente Ameztoy inspiró la atmósfera de ‘Vacas’ . Su hermana Ana era pintora —«y lo sigue siendo a través de sus cuadros», ha dicho en alguna ocasión— y a ella le dedicó ‘Caótica Ana’. Los lienzos que ilustran la mente enredada de la protagonista son los de Ana Medem. En ‘Los amantes del círculo polar’ pinta, cuenta y narra en blanco y azul, unos colores que rescata en ‘Ma ma’.
Más allá de los colores, lo que te deja Julio Medem por dentro es luminoso y palpitante. Es hermoso. Diferente. A veces, duro, pero no por ello menos bonito. Es inexplicable. Poesía.
