«La literatura te captura de tal modo que se confunde todo, la literatura con la vida y ambas con la muerte»

Nos encontramos una mañana de finales de octubre en un lugar con aires venecianos, el Hotel Rialto del Carrer Ferran, situado a escasos pasos de la Plaça Sant Jaume. Él no proviene del interior del establecimiento, sino que aparece deshilando el camino que le ha llevado a La Rambla, con paso de protagonista de una novela, no de escritor. De hecho, ya llevó a cabo el primero de los roles mencionados en ‘El váter de Onetti’ (Edhasa), su primera novela en español y la que lo dio a conocer más allá de Galicia, su tierra natal. Aguanta El País, periódico en el que escribe semanalmente, con el sobaco. Juan Tallón (Vilardevós, 1975) ha regresado a Barcelona para presentar en la Llibrería Calders la edición española de ‘Fin de Poema’ (Al Revés), que en 2013 ya había aparecido publicado en gallego. Esta novela, con portada del misterioso dibujante Amarillo Indio, describe los últimos días con vida de cuatro poetas como Alejandra Pizarnik, Gabriel Ferrater, Anne Sexton y Cesare Pavese, quienes optaron por el suicidio. Vamos andando, mientras nos perdemos por el laberinto gótico, hasta el Ateneu Barcelonés. Allí tendrá lugar la conversación mientras Tallón se toma una fanta de naranja. Su hablar, pausado y en voz baja, fluye como un grifo que alguien se ha dejado abierto y que nadie pretende cerrar.

¿Te sientes cómodo sacando a la luz en español un texto anterior a los que te han dado a conocer fuera de Galicia?

Absolutamente cómodo. No es un texto que modifique mi propuesta literaria actual. El hecho de que ahora se me conozca un poco más que cuando lo escribí no niega la propuesta que he estado desarrollando desde antes de que eso sucediera. Si tuviese que escribir ‘Fin de Poema’ hoy, lo escribiría de la misma manera que lo hice entonces. Creo que este libro no se puede escribir de otra forma.

¿Cuánto de ficción hay en ‘Fin de Poema’?

Hay ficción porque desarrollo las últimas horas de diferentes personas que no conocí personalmente. Aunque te puedes basar en datos reales y hechos históricos, hay otros elementos que permiten desarrollar la acción y que no puedes conocer a través de bibliografía anterior. Eso provoca que tengas que recrear esas horas con las herramientas de la ficción. Y esas cuatro historias son lo suficientemente distintas unas de otras como para que el lector no crea que se repite la temática, pero a la vez son lo suficientemente comunes como para que pueda tener la sensación de que es una sola historia. El peligro de escribir un libro sobre estos cuatro protagonistas que no tienen una relación entre sí es acabar escribiendo un libro de relatos, no una novela. Había que convertir cuatro historias en una sola historia. He querido reflejar una única atmósfera, una única angustia. Aunque cada uno se arroja al abismo de diferente manera, el abismo es el mismo.

Sus vidas tampoco son tan diferentes de las de la gente corriente.

Ese era uno de los propósitos de la novela: no tratar el suicidio como las horas anteriores al suicidio. Por lo tanto, yo renunciaba a la épica que tiene el suicidio de un poeta. Debía valerme de los materiales cotidianos con los que un ser humano desarrolla su vida. Debía afrontar la narración de la cotidianeidad y a través de las cosas comunes hacer ver que el hecho de que fuesen célebres poetas no los distinguía mucho de nosotros, ya que afrontaban las mismas angustias. Son personajes a los que sitúo haciendo acciones totalmente anodinas, como abrir un buzón o detenerse ante un paso de peatones o masturbarse a última hora o desayunar un vodka con limón. A través de la insignificancia había que señalar la angustia, pero sin caer en la épica.

¿La profesión de escritor incita más al suicidio que la de fontanero?

Lamentablemente no creo que haya estadísticas de fontaneros suicidas. Pero sí es cierto que en el ámbito de la literatura hay un amplio catálogo de autores que han acabado suicidándose y podemos pensar, incluso concluir, que a veces la literatura acaba volviéndose un trampolín y que te captura de tal modo –evidentemente necesitas tener otro tipo de problemas, no solo con la literatura– que se confunde todo, la vida con la literatura y ambas con la muerte. Aunque me siento incapaz de responder al motivo de por qué se suicidan tantos poetas. Tal vez lo haya, tal vez no.

¿El suicidio aumentó la leyenda de estos cuatro poetas?

Claro, es evidente. Un final tan atropellado intensifica a un personaje, le da una dimensión sombría, y a la vez brillante. El suicidio es muy perturbador independientemente de quién lo lleve a cabo. La pregunta de por qué alguien se quita la vida, a pesar de que lo esté pasando mal, es muy dura. Vida solo hay una, y si encima renuncias a ella, eso genera mucho desconcierto. Pero la leyenda tiene que tener una previa: la obra forjada. La obra que dejan y que asombra al mundo, o no.

Pero quizá hay lectores que acuden a ellos más por el morbo de sus biografías que por la obra en sí.

Puede ser que se llegue así a ellos en muchos casos. Es una luz parpadeante que llama la atención, te puedes acabar acercando a ella. Pero a veces descubres algo más que un suicidio: una obra literaria que aún es más fascinante. Cada uno elige sus caminos.

Aunque has publicado ‘Fin de Poema’ en español, hace tiempo que no publicas una nueva obra tuya, y nos habías acostumbrado a un ritmo muy alto durante el periodo en el que aparecieron ‘El váter de Onetti’ (Edhasa), ‘Manual de Fútbol’ (Edhasa) y ‘Libros Peligrosos’ (Larousse). ¿Qué hace un escritor mientras no publica?

En mi caso, estar muy atareado. Cuando no publico es porque estoy preparándome para publicar. Es decir, escribiendo. Llevo una vida muy disciplinada, preparando un nuevo proyecto para 2017 que será una novela larga. Y me obligo a hacer esa clase de trabajos que ayudan a mantenerme con vida y a pagar las facturas.

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Amarillo Indio ha ilustrado la portada de ‘Fin de poema’.

¿Actualmente es posible vivir solo de la escritura?

No puedo decir que vivo de lo que generan mis libros. Pero sí vivo de la escritura, sea en el género que sea. En el fondo vivir de la escritura en medios de comunicación no deja de ser una pequeña felicidad. Estás haciendo algo para lo que te has preparado toda tu vida y te hace muy feliz.

A pesar de que trabajas en medios de comunicación de alcance nacional, en tus artículos te centras en las cosas mundanas y cotidianas. ¿No te ves hablando de temas más grandilocuentes como la política, faceta a la que se dedican muchos escritores?

En realidad, eso yo lo hice hace muchos años y durante mucho tiempo, y me dejó agotado. Aún ahora estoy sufriendo las consecuencias de ese cansancio y eso que han pasado casi diez años desde que escribía crónica política. Me hastía mucho, y para mí sería patético dedicarme a ello. Tengo la sensación que esa clase de textos, aun cuando hay gente que lo hace muy bien, se apagan enseguida, tienen menos vida. Pero esta es una impresión muy subjetiva. Considero que un texto con un enfoque cultural, o incluso deportivo, caduca más tarde que un texto político, que al fin y al cabo, es algo que alimenta a un ámbito que actualmente me parece muy degradado.

¿Es la función del escritor opinar sobre política?

La función del escritor es hacer lo que le dé la gana. Él trabaja con una libertad absoluta y me parece perfecto que escriba de lo que le venga en gana. Si es política, es política, y si es naturaleza, es naturaleza. Y si es un libro, pues un libro. Cualquier cosa es una buena oportunidad para hacer un buen texto. Se puede hacer un buen texto con política. Si hoy abrimos el periódico nos vamos a encontrar alguno. En ese infinito todo es posible, y legítimo.

¿Qué es un escritor? Susan Sontag dijo que es alguien que se interesa por todo.

No sé si existe ese momento en el que te dices que eres escritor. De todas formas, en mi caso no fue cuando publiqué mi primer o segundo libro. Aún tenía la sensación que debía ganarme la condición de escritor, aunque escribiese. Entonces podemos concluir que un escritor es alguien que no solamente escribe. El escritor no se deja atrapar. ¿Qué es un escritor? No sabría decírmelo. Pero sí me siento escritor, aunque no sé si lo soy. Aunque puede ser que alguien piense que soy idiota, porque si escribo, soy escritor. Eso no evita que uno tenga dudas. Los escritores son otros, la gente que te ha marcado a ti el deseo de escribir. Quizá te conviertes en escritor cuando consigues despertar esas ansias en otra persona. Es complicado. El escritor es alguien, que en general, tiene miedos. Y ser escritor también es tratar con esos fantasmas personales. En el fondo, un escritor siempre se está preguntando si es buen escritor y si lo que hace aporta algo.

Una de las preguntas que quería hacerte es la típica de ¿adónde va la literatura? Pero en el tren, leyendo ‘El mal de Montano’ de Enrique Vila-Matas, me he encontrado con este fragmento: “Luego dejo de mirar al invisible volcán y de pronto, de la forma más imprevista, se infiltra en mi memoria Maurice Blanchot, le veo en la tarde en la que dijo que estaba harto de oír siempre dos preguntas que repetían mucho los periodistas cuando entrevistan a escritores. Una pregunta era: «¿Cuáles son las tendencias de la literatura actual?». La otra: «¿Adónde va la literatura?». «La literatura va hacia sí misma, hacia su esencia, que es la desaparición», dijo Blanchot muchas tardes después de haber dicho que estaba harto de aquellas dos preguntas”. Permíteme que igualmente te la haga, por lo menos para descartar que no va hacia la desaparición.

Yo no sé hacia dónde va la literatura, ni tampoco tengo mucho interés en ello. Quizá, efectivamente, no deba ir hacia ningún sitio. Pero si me apuras, la literatura debe ir hasta el fondo. Descender y narrar la oscuridad. A veces la literatura es una mierda de cerilla que enciendes en mitad del bosque y que solo te sirve para cobrar consciencia de toda la oscuridad que te rodea. Yo me conformo con ese viaje: que la literatura sea un descenso para narrar lo que no estaba ahí. La literatura ha de proporcionarte un descubrimiento, ha de funcionar como una bengala y que donde solo había oscuridad se produzca el milagro y de pronto haya un resplandor.

Por lo que comentas parece que te interesa más la tristeza de la vida, el misterio, que no la felicidad.

A mí en este momento me interesa narrar la vida de personas que en un determinado periodo se ven desbordadas por la realidad. Y cómo tratan de hacer frente a esa nueva situación adversa. Pero eso no quiere decir que mientras tanto no pueda narrar la felicidad. A veces es en mitad de la felicidad donde se produce el naufragio. Yo no diría que soy una persona que narra solo la oscuridad. Otra cosa es que yo pretenda poner luz a algo aparentemente oscuro.

Leyendo ‘Fin de Poema’ me di cuenta de que nunca he leído un poema tuyo. ¿Alguna vez te has atrevido con la poesía?

No, no me lo he planteado, con lo cual intuyo que hay un miedo atroz, una inseguridad. No me veo escribiendo poesía, pero me gustaría hallar las habilidades para hacerlo. Ser poeta es increíble. Es la capacidad de deshacerte de todo y quedarte con lo esencial. La poesía es un proceso de desnudez. Tomar algo y dejarlo reducido a unos versos. Es un proceso que de momento no sé hacer.

Alguna vez le he escuchado decir a algún escritor que mientras escribe su novela en prosa lee poesía para embellecer su escritura. ¿Tú tienes autores que te guste releer cuando te dispones a escribir?

No, no necesito esa fase de acoplamiento a la escritura. No creo que deba leer o dejar de leer unos autores determinados cuando me dispongo a escribir, aunque tengo otras manías.

¿Qué te da el tono de tu escritura?

No sé si la expresión es que te dé el tono, pero cuando tú afrontas un tema y decides hacia dónde lo orientas, en el fondo ya estás escogiendo las herramientas que permitirán llevarlo hacia esa dirección. Y entre las herramientas también está el tipo de lenguaje o la clase de frase que mejor contribuye a ese propósito.

El otro día decías en Twitter sentirte influenciado por escritores que no has leído.

A veces las cosas que yo escribo en Twitter son para generar un desconcierto. A veces mi propio desconcierto. Me gusta mucho jugar con ello. Pero sí, uno nunca es dueño o tiene un control amplio de las cosas que influyen en su literatura. No hay modo de medir lo que te influye. ¿Quién te dice que cosas con las que no tuvimos un contacto abierto y directo no nos influyeron?

¿Crees en el estilo?

No sé qué pensar. Es cierto que cada uno sigue su camino y su preparación le da determinada forma a su escritura. Yo creo que es bueno que cada uno tenga su voz, porque al fin y al cabo será lo que te diferencie de otros y que no seas uno más. Ahora, que el estilo tenga que ser algo que llame absolutamente la atención, ya es otra cosa. El estilo a veces puede ser la aparente falta de estilo. No tenemos que ser esclavos de nuestro estilo. La huella del escritor no hace falta que sea una bofetada continua en la cara del lector, que te está leyendo y lo estás avasallando en una especie de gimnasia literaria.

En tus textos últimamente utilizas mucho el «pero». ¿La vida es una concatenación de peros?

Sí, es verdad. Siempre hay algo que oponer a un razonamiento o a una situación, ya sea adversa o favorable. Siempre hay un “pero” y hay que trabajar con ellos. En el fondo un “pero” es un giro de ciento ochenta grados. Un derrape que genera una pequeña fascinación. Algo iba por un camino [para de hablar], pero se produce algo nuevo y se modifica la dirección.

¿Te influencia en ello haber estudiado filosofía?

Sí, puede ser. Esta actitud dubitativa, de preguntarse por qué las cosas son así y no de otra manera, tiene que ver con ese aliento crítico que te dejan los estudios filosóficos.

Para acabar, como muchas veces te refieres a las listas, te quería proponer una breve lista de escritores españoles para que digas lo primero que te venga a la cabeza al escuchar cada uno de los nombres.

Enrique Vila-Matas.

Una compañía constante en una parte de mi vida.

Iñaki Uriarte.

Sus diarios fueron un descubrimiento para mí. Me sentí muy autor de ellos, en el sentido de que me hubiese gustado hacer algo así.

Belén Gópegui.

También fue una compañía habitual y me hizo pensar sobre cuestiones que nos afectan directamente en nuestra vida real. Trabaja una perspectiva crítica de cómo vivimos hoy.

Eduardo Mendoza.

Una obra como ‘La ciudad de los prodigios’ fue un acontecimiento en su momento. Forma parte de esa especie de autores, que aunque solo leas una obra suya, si es como esa, vas a estarle siempre agradecido y en su compañía.

Lolita Bosch.

Es una debilidad personal. Las cosas que hace Lolita Bosch me sugestionan mucho. Tengo la sensación de que es una ventana abierta por la que entra un frío de cojones y que va muy bien para el cuerpo.

¿Podemos afirmar que nunca nos suicidaremos?

No me atrevo a hablar en primera persona del plural. Modestamente puedo afirmar que a mí hoy en día no se me pasa por la cabeza suicidarme. Pero es evidente que el suicidio es un hecho común que está apartado, del cual no hablamos habitualmente, y que está ahí. Es uno de esos hechos casi filosóficos, además de pertenecer a los dramas reales. Ya decía Albert Camus que uno de los problemas filosóficos de mayor complejidad es si vale la pena o no vivir la vida. No podemos ignorar que el suicidio afecta a la sociedad, a las comunidades, y a los individuos. Ahí está.

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