A un escritor de su edad con credenciales se le considera habitualmente como una futura promesa, pero en su caso hace tiempo que lo prometido se ha convertido en una realidad sólida. Jorge Carrión (Tarragona, 1976), escritor y viajero, es un lector voraz. Sobre todo de sus contemporáneos, a los que elogia y ayuda, si se lo merecen, cuando es necesario. Parece ser que la envidia profesional, a la que tan aficionados estamos en este país donde preparamos presentaciones de libros en el vermut de cinco minutos antes, no forma parte de sus defectos. Quizá por eso es amigo de Juan Villoro, Martín Caparrós o Mathias Énard. En definitiva, Carrión es un epígono —palabra que aprendí en una conferencia suya sobre Burton Holmes— de una especie de escritores que no se conformaron con lo que se encontraron al llegar, sino que pretendieron averiguar si podían ir más allá. Muchas veces hallaron algo interesante.
Ha escrito en las principales publicaciones culturales de España y Latinoamérica, ha publicado una decena de libros —novela, crónica de viaje, ensayo y cómic—, dirige el Máster en Creación Literaria en la UPF y es profesor de la Escola d’Escriptura del Ateneu Barcelonès.
¿Qué no has leído todavía y te gustaría leer?
No he leído completo ‘En busca del tiempo perdido’, de Marcel Proust. Tan solo he leído dos partes sueltas y algunos fragmentos. Mi propósito inmediato es adentrarme en él de cabo a rabo.
¿Alguno más?
Tengo muchísimos más libros que no he leído y quiero leer, pero a veces hay un momento concreto para un libro y ahora es el de ‘En busca del tiempo perdido’. En la universidad tienes mucho tiempo para leer y estoy muy contento de mis lecturas durante esa época, pero entonces crees que encontrarás tiempo para acabar lo que empezaste allí y a veces no sucede así. Fue en 2003 cuando viajé por América Latina y leí por primera vez entero ‘El Quijote’. Antes de esa fecha tenía la percepción de que lo había leído, pero nunca lo había hecho de la primera a la última página. Me acuerdo perfectamente que lo acabé en mi habitación que daba a la playa en la hostería La Perla de Cabo Polonio, Uruguay. Un lugar increíble que es una especie del fin del mundo, con su faro, una colonia de focas y rodeado de dunas. Y en aquella época sin electricidad y teléfono. En este momento tengo la intención de hacer algo parecido con Proust. Hay dos libros que me han hecho desear acabarlo: ‘La liebre con ojos de ámbar’, de Edmund de Waal, en la que el autor habla de un antepasado suyo que inspiró un personaje de Proust, y el otro es ‘Artistas sin obra’, de Jean-Yves Jouannais, donde se habla de la alucinante historia de Félicien Marboeuf, que inspiró personajes tanto de Flaubert como de Proust.
En tu bio de Twitter citas a Susan Sontag: «Mi idea de escritor: alguien que se interesa por todo». ¿No es demasiado amplia esta definición?
Ella apunta hacia una visión reduccionista de la figura del escritor que sería la de aquella persona que tan solo escribe y se interesa por la literatura. Para ella un escritor debe interesarse también por el cine, por la política, por el teatro, por las artes plásticas, etcétera.
¿En esta definición entrarían los bartlebys?
Yo creo que ella no pensaba en eso. Imagino que daba por sentado que un escritor es alguien que escribe sistemáticamente y que publica.
¿Tú cuándo te sentiste escritor?
Por un lado, yo siempre me he visto a mí mismo como escritor. Desde niño. Me recuerdo en cuarto de EGB escribiendo una novela de aventuras con consciencia de ser novela. Y después, cuando mis padres me regalaron mi primera enciclopedia, escribí un trabajo sobre el triángulo de las Bermudas que nadie me había pedido en el colegio. Más adelante, en la secundaria escribí dos o tres novelas de superhéroes protagonizadas por mis amigos y por mí mismo. De tal modo, que no sólo me he visto siempre escribiendo, sino que siempre me he visto escribiendo libros, proyectos de cierta ambición. Ya en la edad adulta, cuando me vi a mí mismo como escritor fue cuando publiqué mi primer libro, ‘Ene’, una novela corta autobiográfica, amorosa, cortazariana y mala. Pero lo publiqué, me lo presentó Cristina Peri Rossi, aparecieron algunas reseñas y me di cuenta de que había logrado realmente ser escritor. Aunque al mismo tiempo también me di cuenta que ya había publicado y que a partir de entonces me podía dedicar a escribir en serio. Ahí comenzó una búsqueda que me ocupó varios años. Y cuando realmente escribí un texto con el que estuve satisfecho tanto en el estilo como en la estructura fue a finales de 2003 mientras vivía en Buenos Aires. Fue un cuento de no ficción que se llama ‘El grito’ y que es una crónica de un viaje por Chile. De modo que aunque ya me viera mucho antes como escritor, quizá no lo era. Y digo que quizá porque nunca lo sabré, ya que esta pregunta que tú me has formulado no tiene respuesta. Uno se puede ver a sí mismo como algo que no es. Es lo más común, lo más humano.
Dentro de tu interés por todo, considero que actualmente en ti sobresale el trío literatura, cómics y series. El motivo del primero es evidente. ¿Los otros dos por qué?
Uno no escoge sus gustos u obsesiones. A mí desde hace años también me interesa mucho el arte contemporáneo. Visito exposiciones sistemáticamente. Ahora me voy a Madrid y quiero ver la de Ulises Carrión en el Reina Sofía, por ejemplo. Pero quizá la percepción que tú tienes sobre mi enfoque no se debe tanto a lo que consumo —también me interesa mucho el cine o la poesía—, como al hecho de que a partir de 2010, cuando publico ‘Los muertos’, decido hacer menos crítica literaria para no ser crítico de literatura contemporánea. Entonces el periodismo cultural me lleva hacia las series y los cómics. Por cierto, en el período 2002-2003 también hice crítica teatral.
De hecho, a mí lo que me interesa es trabajar un vocabulario crítico transversal. Conceptos que me permitan escribir sobre literatura, sobre series, sobre arte contemporáneo o sobre cómic. Un lenguaje que no sea ni académico ni periodístico, sino mío, sólo mío, y que tienda puentes. Además, siempre he intentado huir del lugar donde se esperaba que yo estuviera. Tras ‘Los muertos’, una novela sobre televisión, no se esperaba que publicara un ensayo sobre el mismo tema. Y tras varios libros sobre cultura contemporánea, nadie esperaba una vuelta al mundo por librerías, una defensa de la tradición libresca. El sistema cultura intenta encasillarme: yo intento sacarlo de sus casillas.
¿Por qué decidiste aparcar la crítica de literatura contemporánea?
Todos los escritores somos críticos literarios, no podemos evitarlo, aunque sea en conversaciones privadas, en redes sociales o en cursos y conferencias. Yo lo que decidí fue dejar de escribir regularmente crítica de literatura contemporánea en español porque creí que podría considerarse una forma de competencia a causa de mi proyecto de publicar novela.
Parece que las trilogías últimamente están de moda aunque a veces no hay suficientes motivos que las justifiquen. En tu caso, ¿por qué quisiste hacer algo tan ambicioso como una trilogía?
Fue una obsesión. ‘Los muertos’ se me ocurrió como un ente autónomo mientras viajaba por Israel y Jordania, y en ese momento ya tuve la estructura definida. Pero cuando lo acabé de escribir mi obsesión continuó. Por eso a continuación empecé con ‘Teleshakespeare’, que es el contexto creativo de ‘Los muertos’. George Carrington y Mario Alvares, los protagonistas secretos de la trilogía, participan como autores de series de televisión en ese mundo de ‘Teleshakespeare’. Y cuando acabé este libro, antes de publicarlo, pensé que también sería muy interesante hablar de la génesis del proyecto de George Carrington y Mario Alvares y fabular el escenario anterior al 11-S donde se conocieron —’Los turistas’—. Por otro lado, también me pareció atractivo explicar cuáles fueron las consecuencias de ‘Los muertos’ —’Los huérfanos’—. Pero como no podía parar, de pronto me puse a escribir ‘Los difuntos’, que es la precuela de la serie ‘Los muertos’ y que acaba configurando una estructura compleja. Creo que lo escribí porque no podía escribir otra cosa. Estaba realmente enfermo con este proyecto sobre la relación entre la ficción y la realidad. De modo que estuve cinco años trabajando en esos cinco libros.
¿En la trilogía intentaste ir más allá de la literatura?
Desde siempre la literatura ha trascendido lo literario. Cuando lees ‘La Ilíada’, ‘La Odisea’ —que no deja de ser una crónica ficcionalizada o un tratado metafísico de la relación entre los hombres y los Dioses— o ‘La Biblia’ ya sucede esto. La literatura siempre ha sido al mismo tiempo literatura, crónica político-social y trascendencia o religión. ‘La Biblia’ también se puede leer como una novela. Ir más allá de la literatura es intrínseco a la literatura y es su deber. Pero hay dos tipos de escritores: los que creen que la literatura tiene que dialogar con la literatura y a través de ello con lo real, y los que creen que la literatura tiene que dialogar con las otras artes, como sucede en los casos de Federico García Lorca o Julio Cortázar. A mí me interesa esta segunda tradición, pero con la conciencia de ser escritor y de que el punto de partida siempre es la literatura. El telescopio es literario.
Esto se aprecia claramente en ‘Los muertos’, la primera novela de la trilogía, en la que describes una serie de televisión. Hay semejanzas con ‘Black Mirror’ de Charlie Brooker.
La écfrasis, que es el mecanismo literario que se utiliza para describir imágenes, es muy antiguo. En ‘La Ilíada’, por ejemplo, se describe el escudo de Aquiles, que está esculpido. De modo que Homero, o como decía Borges los griegos a los que llamamos Homero, ya estaba usando un lenguaje literario para describir las artes plásticas. Hay toda una constante en la historia del arte que asume otros lenguajes a través de la literatura. Pienso en la radionovela con Manuel Puig o en la fotografía otra vez con Julio Cortázar. Yo me di cuenta que no conocía ninguna novela que hubiese hecho eso con una serie de televisión. En la trilogía hay una especie de espíritu de época. Cuando yo empecé a escribir ‘Los muertos’ no se había hecho ‘Black Mirror’ y, efectivamente, hay una gran afinidad en el modo en que ésta convierte la pantalla en el núcleo narrativo. ‘Black Mirror’ es una serie conceptual que me parece la mejor serie de capítulos autoconclusivos. Siempre digo que ‘Los muertos’ tiene en su centro una idea más o menos original que es que el lector está leyendo una novela sin saber que es una serie y a partir de ahí trabajo el duelo por la ficción, un tema del que yo tampoco tenía referentes que lo hubiesen tratado en formato novela. Pero Brooker tiene una idea brutalmente buena para cada capítulo. Envidio su capacidad de creación a partir de un tema con tan pocos referentes como es la pantalla.
Imagino que un defensor de las librerías como tú también lo es de los cafés literarios, su complemento. ¿Crees que si aún existiesen las grandes tertulias tú participarías en ellas?
Sin duda. Me hubiera encantado participar en ese tipo de dinámicas. Desde el siglo XVIII los cafés han sido capitales en la historia intelectual de Europa tanto en el arte como en la política. Fue donde se tramaron los complots políticos, donde se discutieron las ideas democráticas y donde se originaron las revoluciones. Esto sucedió tanto en los cafés como en las librerías. Por lo tanto, veo muy lógico que las librerías también sean cafés y a la inversa. Cada época ha tenido sus espacios de discusión, encuentro y sociabilización, y los grandes cafés como los de París, Londres, Viena, Barcelona o Madrid son muy importantes en la historia intelectual y política, pero no los idealicemos. También fueron lugares con sus mezquindades. Había tertulias, como la de Ramón Gómez de la Serna, donde el líder podía ser un auténtico tirano. Y había tertulias en las cuales no había tertulia, sino monólogo. Se creaban relaciones de poder muy maquiavélicas. Por ejemplo, la del joven escritor que se ponía a escuchar esperando que después de unos meses pudiera darle su manuscrito al escritor o al editor que organizaba la tertulia. Y no son dinámicas tan distintas de las que se generan ahora en Facebook, el cual sería el equivalente de las tertulias de antaño en nuestra época.
¿No crees que el nivel de los debates en Facebook es más banal?
En las tertulias había conversaciones que eran ridículas y absurdas, o chismosas, y otras que un día eran buenas y otros no. Como en Facebook y como en la vida. Facebook es una plataforma que sería equivalente a la red de cafés de Europa en 1875, pongamos por caso. En esos miles de cafés algunas veces ocurrían momentos gloriosos y en muchas otras, momentos ridículos. Esa variación de calidad es la propia de cualquier estructura de intercambio de ideas. En muchas tertulias importaba más el alcohol, el erotismo o el ego que el intercambio de ideas.
Precisamente hace tres años que a través de las redes sociales hablas de un nuevo proyecto de libro: ‘Barcelona: libro de los pasajes’.
Esto que comentas es un cambio total de posición respecto a mi próximo libro. ‘Librerías’ lo escribí en secreto y nadie sabía que existía hasta que quedé finalista del Premio Anagrama de Ensayo. Y porque no me gusta repetirme, decidí que mi siguiente libro lo iba a comentar públicamente desde el comienzo. ‘Barcelona: libro de los pasajes’ es un libro que nace de un famoso proyecto de Walter Benjamin que se llama así y que es una colección de citas que él recopiló sobre París. No lo terminó a causa de su suicidio. Por mi parte, a partir de una colección de cientos de citas que he ido recopilando sobre los pasajes de Barcelona, que son casi cuatro cientos —pasajes del siglo XIX, pasajes rurales o calles pequeñitas que se llaman pasaje—, he ido construyendo una crónica-ensayo o un ensayo narrativo que es un viaje por la Barcelona del siglo XXI, una historia de la ciudad a partir de sus notas a pie de página que serían los pasajes.
Tanto en ‘Los Vagabundos de la chatarra’ como en este proyecto de libro te centras en Barcelona, la gran ciudad que te ha acompañado desde pequeño a pesar de que naciste en Tarragona y te criaste en Mataró. Antes habías escrito sobre lugares lejanos como Buenos Aires, Australia o Brasilia. ¿A qué se debe haber empezado por lo exótico para acabar en lo cercano?
Esto es muy curioso. He tenido primero que aprender a narrar la emigración española a Australia o a Buenos Aires para acabar contando mi propia ciudad. También es verdad que ahora me siento totalmente barcelonés, pero durante años me sentí más de Mataró, o incluso un poco ingenuamente, ciudadano del mundo. Ahora, teniendo dos hijos nacidos en Barcelona y después de haber vivido doce años en ella, ya me siento capaz de hablar de esta ciudad, aunque con una distancia de extranjero, de alguien que pertenece y no pertenece al mismo tiempo.
En ‘Los vagabundos de la chatarra’ hablas de la crisis española. ¿Crees que el periodismo está haciendo el papel social que le toca en estos momentos?
Es lo mismo que decíamos de Facebook o de los cafés. Hay periodistas y medios que sí, y periodistas y medios que no. Y dentro del mundo de los medios hay horas —si son televisivos— o páginas —si son prensa— donde no aprecias calidad, y otras horas y páginas en las que aprecias compromiso. De modo que no se puede generalizar. En los últimos meses proyectos como 5W de Xavier Aldekoa y otros periodistas internacionales suponen un gesto contundente en defensa del periodismo como un lenguaje que puede contar el siglo XXI. Por otro lado, tenemos la importancia social del Salvados de Jordi Évole, que es un tipo de programa que a mí me parece muy bueno, pero peligrosamente populista. Aunque su relevancia social y la capacidad de comunicación con el ciudadano medio durante estos años ha sido ejemplar. Y lo que hace Ana Pastor también es de muy alto nivel. Hay muchos ejemplos de periodismo que está a la altura de lo que reclama nuestro tiempo. En mi caso, yo me siento un escritor comprometido al que le importa su realidad sociopolítica. Pero no soy un escritor realista ni soy un escritor que crea en el panfleto ni en la denuncia directa. No me gusta, por ejemplo, firmar manifiestos ni cartas colectivas. Durante años busqué un modo de hablar sobre el debate de la Guerra Civil y la memoria histórica de España, y finalmente el modo que encontré fueron ‘Los muertos’, Los huérfanos’ y ‘Los turistas’, que son una trilogía que habla sobre cómo monumentalizamos la historia y el pasado, y por lo tanto, sobre cómo lo ficcionalizamos. Por otro lado, durante años también pensé cuál era el modo en el que yo podía dar testimonio de mi preocupación por la crisis en España. No quería hacer una novela realista ni una crónica convencional. Finalmente encontré el lenguaje del cómic como el mejor modo en el que yo pude documentar un año de crisis en Barcelona; un año especialmente interesante porque aunaba: crisis, auge del nacionalismo y cierre de un espacio emblemático de la ciudad como el mercado de Els Encants.
Tu amigo Martín Caparrós explicó recientemente en La Vanguardia que en Argentina no se le considera un escritor argentino a causa del hecho de haber vivido tanto tiempo en España. Lo mismo ha contado alguna vez Rodrigo Fresán. ¿Tuviste miedo de que te sucediera esto, pero a la inversa, si te quedabas en Latinoamérica?
No, nunca me planteé esto. Además, me parece muy halagador. De hecho, me han llamado alguna vez escritor argentino, medio en serio medio en broma, porque mis referentes en gran parte son argentinos: Borges, Cortázar, Piglia o el mismo Caparrós. Tu país de origen es al mismo tiempo tu bendición y tu maldición porque es imposible escapar de él. Y es inútil desear escapar de él igual que es inútil querer ser reconocido en él. Por ejemplo, Juan Goytisolo se ha pasado gran parte de su vida adulta en Francia y Marruecos, y no obstante, es un escritor español percibido como tal y él mismo se incluye dentro de una tradición como es la de la literatura española.
Fotografía principal: Efrén Álvarez ©