Este fin de semana Ismael Serrano ha dado sus dos últimos conciertos en España antes de marcharse a Chile con su guitarra, su compañera inseparable en la gira de ‘La llamada’, su último disco, el noveno. El viernes se subió al escenario del Teatro El Silo de Pozoblanco. Ayer al del Auditorio Pilar Bardem de Rivas Vaciamadrid. En los dos ha repasado su carrera: Casi 20 años de canciones, sobre todo, honestas. Porque es la honestidad la que parece guiar la carrera de este cantautor comprometido, que nunca deja de mirar la realidad.
Es casi inevitable, 20 años después, utilizar el título de una de las canciones de tu último disco: ‘Éramos tan jóvenes’… ¿Qué ha pasado desde entonces?
En este tiempo he aprendido, por la propia vocación del músico, que impone una eterna búsqueda, de una voz propia, de un universo propio, una manera de decir y hacer las cosas propia. Con el tiempo uno va ganando en permeabilidad y se va despojando de una cierta solemnidad y rotundidad, porque supongo que la juventud conlleva una cierta arrogancia, de la que yo creo que te desprendes.
Resumir 20 años es difícil, porque este oficio me ha permitido muchas cosas, me ha permitido viajar por toda España, por una parte de Latinoamérica, que ya estaba en mis primeras referencias, en los primeros cantautores que yo escuchaba: Silvio y Víctor Jara. La poesía me llevó de la mano por escritores latinoamericanos como Mario Benedetti, César Vallejo, Jaime Sabines o Pablo Neruda. Además, gran parte de mis mejores amigos están allí. Tengo una hija mitad argentina, mitad española, que vive en Madrid, pero que habla de vos en sus primeras palabras, porque tiene dos años.
Me ha permitido, entonces, vivir experiencias maravillosas, también algunas dramáticas, porque la vida es así. Y supongo que sigo considerándome un amateur, sigo pensando que aún me quedan muchas cosas por aprender, por decir, y me sorprende cuando alguien me para por la calle, porque sigo pensando que me está confundiendo con otro.
Lo que no ha cambiado nada es tu conciencia social y política…
Yo creo que esa sensibilidad no se pierde, al menos yo no la he perdido. Siempre he tenido una cierta obsesión por no perder el contacto con la realidad. Con el tiempo uno puede pecar de cierto ombliguismo, de encerrarse en una cierta burbuja que te aísle de la realidad. Pero yo siempre he tenido el empeño de trascender de mi propio universo y observar lo que ocurre más allá. Siempre me he sentido interpelado por la realidad, implicado de alguna manera, responsable.
No sé si viene de mi formación, de los círculos de los que me he rodeado, pero siempre ha estado esa inquietud y se va afianzando con el tiempo. Aunque te liberes de ciertos prejuicios, aunque te liberes de cierto dogmatismo, uno no pierde esa mirada crítica y exigente hacia la realidad.
¿Es ‘La llamada’ tu disco más político?
No lo sé. Es un disco que tiene un contenido político claro, pero porque la realidad también lo merece. No es tanto que sea el más político, sino que hoy más que nunca el debate de las ideas se ha retomado de forma efervescente, sobre todo por parte de una generación muy joven.
Nos empezamos a hacer preguntas, nos cuestionamos la realidad, hay un sentimiento de oportunidad que se apodera del ánimo de mucha gente que piensa que es un momento crucial para cambiar las cosas. Hay una nueva exigencia, una nueva sensibilidad política y las canciones de ‘La llamada’ nacen en ese contexto y se tienen que haber contagiado de ese espíritu.
Desde luego, hay canciones que te transportan al 15M, las mareas… Esos momentos tan emocionantes que vivimos… ¿Llegará de verdad el día en el que despertemos?
De hecho, estamos despertando. La ciudadanía está más alerta que nunca. Hemos huido de la resignación, estábamos instalados en el lamento y el desencanto y nos hemos desperezado, nos hemos desprendido de esa actitud inmovilista y estamos asumiendo el protagonismo que nos corresponde.
Ahora nos estamos mirando los unos a los otros, ahora se habla de política en foros en los que antes se rehuía. Estamos empeñados en estar atentos, informados, alerta. Ciertas conductas que se habían normalizado en política, ahora son muy cuestionadas. Aquello de «es que todos los políticos son iguales»… Hemos roto con esa normalización y exigimos un nuevo paradigma, otras formas de estar, de influir en la realidad. Yo creo que estamos recuperando la conciencia de nuestra capacidad para influir, sabemos que podemos influir y estamos ejerciendo ese poder de influencia de forma clara en todos los debates.
Y, sin embargo, son los partidos de siempre los que vuelven a ganar las elecciones…
Pero las cosas han cambiado. No hay más que ver los debates de investidura para ver nuevos liderazgos, nuevos actores políticos, aparece gente mucho más joven. La democracia no consiste sólo en participar cada cuatro años emitiendo un voto. Consiste en ejercer el derecho a asociarse, a hacerse presente en la sociedad, a expresarse y, en este sentido, se está haciendo más que nunca. Se están creando nuevos bancos de participación y se están ejerciendo con ilusión y con ese sentimiento de oportunidad del que hablábamos antes.
¿Es ahora más importante que nunca ser optimista?
Siempre hay que tratar de abrir ventanas a la esperanza. Instalarse en el permanente lamento y en el pensar que todo es una mierda no nos conduce a nada. No nos ayuda a avanzar. La resignación invita al individualismo, a abandonar y eso no representa el espíritu del ser humano que se cuestiona todo, que quiere cambiar las cosas, que quiere avanzar. Creo que esa es la esencia del ser humano y yo tengo fe en el ser humano. Y, en ese sentido, no puedo dejar de encontrar elementos para la esperanza, pequeños actos heroicos en lo cotidiano que te reconcilian con el mundo. También en lo colectivo: ver cómo la gente es capaz de reaccionar es un indicio de que las cosas pueden cambiar.
Estás en una gira íntima, que ha apostado por los teatros, y en la que sólo te dejas acompañar por tu guitarra. ¿Por qué este formato?
Empezamos la gira con un formato más amplio, más ambicioso, con una puesta en escena muy potente y, recorrida esa etapa, me apetecía retomar un formato que había abandonado casi en mis inicios: estar yo solo con la guitarra en el escenario.
Me apetecía volver a ese estado, porque era una forma de medirme a mí mismo, era una forma de hacer balance. Por otra parte, era una forma de acercarnos a otros teatros a los que no podemos acercarnos con la otra producción porque no salen los números y me apetecía mucho medirme con la guitarra, en ese formato, revisar lo aprendido y exponerlo y compartirlo con el público, a través de la complicidad que exige un concierto de estas características. Es un ejercicio de sinceridad rotundo y me apetecía ese ejercicio.
Cambiando de tema, pensándote con tu poemario ‘Ahora que la vida’ debajo del brazo, y puesto que esta semana se ha cumplido el 25 aniversario de la muerte de Celaya, ¿sigue siendo la poesía un arma cargada de futuro?
La poesía es un arma cargada de futuro, porque es un espacio de encuentro que nos ayuda a recuperar cierta sensibilidad que yo creo que habíamos perdido. La poesía, la literatura, la música existen fundamentalmente para saber que no estás solo, y saberte acompañado, sobre todo en los momentos de adversidad, te hace ser consciente de que puedes cambiar las cosas a todos los niveles, en lo más individual, en lo sentimental o ante el reto colectivo de cambiar el mundo. También sirve para activar esa sensibilidad de animales sociales en una sociedad que ha pretendido aislarnos.
¿Quiénes son tus poetas de referencia?
Como te decía antes, mi vínculo con Latinoamérica viene fundamentalmente porque conocí la poesía de la mano de escritores latinoamericanos: Mario Benedetti, César Vallejo, Jaime Sabines, Pablo Neruda… Empecé poniendo música a esos poemas que encontraba por casa, en la biblioteca de mis padres. Luego está la poesía social de Gabriel Celaya, de Blas de Otero y de tantos otros… Y la poesía de la experiencia de Luis García Montero, Felipe Benítez Reyes y otros como Ángel González… Mis primeros contactos con la poesía vienen de todos ellos.
¿Y qué te parece el boom poético que está estallando a través de las redes sociales?
Hay cosas muy interesantes y cosas que no lo son tanto, porque en las redes sociales el caudal de información es tan grande que a veces te pasa por encima. A mí lo único que me preocupa es hasta qué punto las redes sociales hacen que pierda matiz y hondura lo que uno quiere transmitir.
A la hora de escribir tiene que hacer una vocación de trascender tu propia experiencia para comunicar, tiene que haber una búsqueda profunda, porque el poema surge de un íntimo diálogo con uno mismo. Entonces, hay cosas que son muy honestas, que parten de ese diálogo, y hay cosas que son más efectistas y que no dejan de ser grafitis encontrados en las redes sociales.
En cualquier caso, lo que sí denota, y es muy positivo, es que hay una inquietud por parte de gente muy, muy joven de llenar de poesía sus vidas, de encontrar esa épica en lo cotidiano que no siempre somos capaces de ver, pero que está ahí en las pequeñas batallas domésticas, en los pequeños encuentros y desencuentros. Y tiene que ver con una generación que se mira a sí misma y quiere ser protagonista de las grandes historias.
Estas corriente poéticas te pueden acercar a los grandes poetas y a las grandes preguntas. Otra cosa es que, junto a esta inquietud, hay un punto de superficialidad de la que no se escapa alguna de esa poesía que uno encuentra. Yo creo que tiene que ver con que estamos perdiendo matiz con nuestro diálogo, estamos perdiendo nuestra capacidad de hacer un análisis en profundidad de las cosas. A veces, tengo la sensación de que hay muchos poetas pero no tanta poesía.
Por cierto, te llevas de maravilla con Twitter, ¿no?
Me gusta Twitter. Quizá debiera ser más activo, pero me gusta, aunque tengo una relación rara. Por un lado, las redes sociales me apasionan, me hacen estar informado de forma permanente, es una comunicación inmediata y sin intermediarios con la gente. Pero, por otro lado, no sé hasta qué punto encapsular el mensaje en 140 caracteres no te hace también encapsular lo que sientes y lo que piensas. Al final, todo es a golpe de titulares y no sé hasta qué punto no se simplifican un poco las cosas. El debate en 140 caracteres es difícil, pero sí, sí me gusta mucho Twitter.
Y, para terminar, pregunta obligada: ¿Cómo te cae Bill Murray?
Bill Murray me cae muy bien y me parece un actor cojonudo. Aparte de su carácter de comedia, es en ‘Lost in Translation’ donde se revela esta faceta dramática y esa historia de dos soledades que se encuentran, ese encuentro de dos personas perdidas, esa extraña conexión que se produce a veces entre dos personas que a lo mejor no tienen tanto en común en otro contexto…
Decíamos antes que 140 caracteres se quedan cortos para analizar. A Bob y Charlotte aquí les bastan las miradas…
Sí, son esas extrañas conexiones que tienen que ver con algo que trasciende la palabra, porque una mirada puede decir mucho más que miles de palabras. Y Bill Murray, además, tiene ese punto de melancolía, ese punto de cómico con mirada triste, que hace un chiste, se sonríe y luego se queda con la mirada perdida.
Fotografía: Rafa Sánchez ©
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